PSICOLOGíA › SIGNIFICACION DE LOS TESTICULOS PARA EL PSICOANALISIS

Los huevos gritan “¡Presente!”

La envidia del pene, el descubrimiento del clítoris, el erotismo anal, el pecho bueno, el pecho malo, pero... ¿y los testículos? Una prestigiosa autora francesa señala “la desatención de los testículos” en la teoría psicoanalítica, y, tomando en cuenta el habla popular y las “teorías sexuales” de los niños, explora “un territorio que no corresponde a la imagen oficial de lo masculino”.

Por Monique Schneider *

Sólo el pene es tomado generalmente en cuenta por la teorización psicoanalítica, al menos en las corrientes mayoritarias, como si el aparato genital masculino estuviera concentrado por entero en el pene. Freud aborda esta desatención a los testículos en su texto “La organización genital infantil”, pero atribuye la responsabilidad al niño: “Sorprende constatar cuán poca atención suscita en el niño la otra parte del órgano genital masculino, las bolsas, con lo que les está enlazado (das Säckchen mit seinen Einschlüssen). Según los análisis, no se podría adivinar que pertenezca también al órgano genital una cosa distinta del pene”.
La expresión empleada para denominar las bolsas nos pone en la pista de lo que gobierna su rechazo: Säckchen significa “bolsita, saquito, bolso de mano”, otras tantas designaciones que hacen emigrar las bolsas a un territorio sospechado de feminidad. En el análisis de Dora, este juego con el saquito es referido por Freud a la exploración masturbatoria de la cavidad femenina.
Otras incursiones freudianas tratan los testículos sólo para situarlos en un territorio que no corresponde a la imagen oficial de lo masculino. En “Las teorías sexuales infantiles”, hablando de las hipótesis que construyen los niños para explicarse el nacimiento, Freud menciona teorías sexuales infantiles que ponen sobre el tapete no el pene sino los testículos: “Una pequeña había oído decir a sus compañeros de escuela que el hombre da a la mujer un huevo (Ei), que ella hace abrir dentro de su cuerpo. Un chico, que también había oído hablar del huevo, identifica este ‘huevo’ con el término usado vulgarmente para designar un testículo (Hoden), y se rompe la cabeza intentando explicarse cómo puede renovarse constantemente el contenido de las bolsas”.
En la teorización fantasmática del niño, la consideración de los testículos tiene que ver con un riesgo vinculado con la paternidad: el padre no reduce su contribución a la imposición del apellido sino que paga con su persona y abandona en la mujer un fragmento corporal.
Se esboza así una representación muy próxima a la que evoca Freud para expresar los efectos de la seducción precoz por la que Leonardo da Vinci, según su hipótesis, quedó expuesto a las caricias maternas: “Ella le robó –escribe– un pedazo de su virilidad”. El “pedazo” (Stück) en cuestión remitía aparentemente al pene, pero en las teorías sexuales citadas por Freud el riesgo al que se expone el padre entra en una relación de sobreimpresión con el riesgo que amenaza al niño seducido. Esta feminización amenazante se vincula tanto al Säckchen (saquito) de “La organización genital infantil” como al Ei (huevo) de las “teorías sexuales infantiles”. El término del alemán vulgar está muy próximo, además, a la denominación anatómica corriente con que se designa un elemento femenino de función primordial en la procreación: los ovarios.
Así pues, para sustentar la tesis de la bisexualidad no habría que argumentar necesariamente la presencia en cada sexo de un resto atrofiado presente en el otro: el clítoris, como pene disminuido, o un amago de protuberancias en el hombre a la altura de los pechos. En el propio interior del territorio perteneciente a un sexo bien diferenciado, en este caso el territorio masculino, ciertos elementos mantienen con el otro sexo una relación de similitud metafórica.
En la lengua llamada “vulgar” se reconoce el parentesco con la dimensión de fecundidad asociada al testículo, dimensión situada además en los parajes de la animalidad: el hombre pondría su huevo en el interior del cuerpo de la mujer. No es casual, seguramente, que esa proximidad con la animalidad sólo pueda confesarse apelando al lenguaje vulgar. De esta manera análoga, el término francés couilles, “cojones”, se valoriza sólo en este nivel lingüístico: para el que acepta este código, es mejor “tenerlos”. Ninguna expresión análoga va a encontrarse si se acude a las expresiones oficiales. Ahora bien, Freud tuvo en cuenta esta división cuando, en Introducción al psicoanálisis, comparaba el destino que se reserva a la muchacha de la planta baja, nivel de la vivienda popular, con el que le toca a la del primer piso, a quien se prodiga una educación supuestamente más refinada. En un rápido cortocircuito, Freud asocia esta división social con una diferencia atinente a los efectos de la represión: “La hija del propietario había padecido la influencia de la educación y sus exigencias. Con las sugerencias recibidas de su educación, se había formado de la pureza y la castidad un ideal incompatible con la actividad sexual; su formación intelectual había debilitado su interés por el papel que estaba llamada a cumplir como mujer. A raíz de este desarrollo moral e intelectual superior al de su amiga, entró en conflicto con las exigencias de su sexualidad”.
Esto da por resultado una valoración diametralmente opuesta a la que preside el texto de Freud Moisés y el monoteísmo: el nivel popular, más bajo en la escala social, es el guardián de valores que el psicoanálisis entiende rehabilitar. La diferencia de nivel no concierne sólo a las clases sociales o a los pisos de las viviendas; se la observa en el campo del lenguaje, que, en su nivel supuestamente “vulgar”, puede constituir una reserva donde vienen a refugiarse las designaciones prohibidas en el lenguaje llamado correcto.
Situado frente a esos niveles de lenguaje, ¿debe efectuar el psicoanálisis una elección, o bien se ve llevado a constatar la existencia de capas diversificadas en su propio terreno, tan estratificadas como lo están esas otras capas geológicas superpuestas que Freud utiliza frecuentemente para metaforizar el psiquismo? La opción lacaniana parece más alejada de una lógica de estratificación, por cuanto el enfoque de la paternidad se inscribe en la estela de la obra freudiana privilegiada, Moisés y la religión monoteísta. Desde esta perspectiva, no es de extrañar que Lacan zanje la cuestión de los emblemas viriles privilegiando el elemento apto para la verticalidad: “El falo –escribe– no es el aparato genital masculino en su conjunto: es el aparato genital masculino exceptuando su complemento, el escroto por ejemplo. La imagen erecta del falo, esto es lo fundamental. (...) No hay más elección que una imagen viril o la castración”.
Es incuestionable que el emblema específicamente fálico está sostenido por el pene y no por las bolsas, pero ¿se sigue de ello que sea suficiente para representar la “imagen viril”?
Cuando la expresión popular valoriza el hecho de “tenerlos”, no se refiere directamente a la problemática fálica y sin embargo está pronta para estigmatizar a quienes, “no teniéndolos”, han caído de su virilidad. La diferencia entre estos dos sistemas de valorización reside tal vez en el infinitivo al que se alude: en la temática que privilegia la erección se trata esencialmente de serlo; la referencia a los testículos se sitúa, principalmente, del lado de tener; un “tener” que la breve nota de Freud incluida en Conclusiones, ideas, problemas localiza en un tiempo segundo, el de la pérdida de la identidad originaria: “El pecho es un pedazo de mí. Yo soy el pecho. Sólo más tarde: lo tengo, es decir, ya no lo soy”.

* Autora de La parole et l’inceste, Freud et le plaisir, Don Juan et le process de la seduction y otros libros. El texto que se publica pertenece a Genealogía de lo masculino, de próxima aparición (ed. Paidós).

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