Jueves, 21 de mayo de 2015 | Hoy
PSICOLOGíA › DROGAS ACTUALES Y SUS EFECTOS
El autor señala algunas de las consecuencias del consumo habitual de “éxtasis”, las compara con el uso de alcohol y advierte sobre un efecto que ambas drogas compartirían: la “falsa amistad”.
Por Luis Darío Salamone *
Según muestran quienes consumen éxtasis, esta sustancia va al lugar que en otros tiempos ocupaba el alcohol. Sirve de válvula de escape frente a las presiones y sirve a los hombres para enfrentarse a las mujeres, que son, como dice Lacan, su hora de la verdad. Pero el éxtasis no sirve para salir de la impotencia. Claro que hay diferencias. En principio, en los efectos. Las bebidas alcohólicas pueden animar a que los hombres se traben en lucha cuchillo en mano, mientras que los consumidores de éxtasis establecen otro tipo de relaciones. Durante la década del ’70 algunos terapeutas de pareja la entregaban a sus pacientes antes de las sesiones y constataban una disminución de la hostilidad entre los integrantes de la pareja.
El éxtasis es una droga también conocida por su nomenclatura química: MDMA (metilenedioxiNmetilanfetamina). Fue apodada en un principio Adán en honor al ser primigenio que habitaba en el Paraíso; también se la llama XTC. En la Argentina se la designa éxtasis, por suponer que el término se aproxima al efecto que causa. Es quizás el miembro más relevante de la nueva generación de sustancias que alteran la mente, emparentada con los psicodélicos; pero, comparada por ejemplo con el LSD, genera efectos que resultan más predecibles. Lo que hoy no resulta predecible para el usuario es si lo que se consume es efectivamente éxtasis.
La MDMA fue aislada en 1912, accidentalmente, por el laboratorio Merck, que nunca la comercializó. La CIA la probó como “droga de la verdad”. Fue dejada de lado y reflotada por el ejército norteamericano. La primera comunicación científica fue realizada por un químico investigador estadounidense llamado Alexander Shulgin, en 1976. Los psiquiatras norteamericanos la usaron hasta que la policía antinarcótica norteamericana decretó que carecía de uso médico.
En 1975 la policía allanó un laboratorio de anfetaminas en el centro de Inglaterra y encontraron una droga que no pudieron identificar, ya que la MDMA, derivada de la anfetamina, aún no estaba incluida en la Ley de Consumo Inadecuado de Drogas, que fue modificada recién en 1977 para incluir cualquier derivado de las anfetaminas. Por 1987 la juventud obrera de Inglaterra comenzó a celebrar fiestas en Ibiza. Utilizaban música con un ritmo inductor de trance que hoy conocemos como electrónica. Las fiestas se extendieron a toda Inglaterra para difundirse luego a otros lugares del mundo, y el MDMA se convirtió en la droga de moda.
El uso recreativo del éxtasis había aumentado de una forma inu- sitada hasta que sobrevolaron fantasmas en torno de su peligrosidad, a partir de posibles efectos en el cerebro. Se prohibió en los Estados Unidos, luego de demostrar que provocaba daño cerebral en ratas. En humanos, las autopsias de los primeros casos fatales luego del consumo revelaron que se trataba de ataques al corazón debido a las altas temperaturas de los clubes, el baile ininterrumpido y la deshidratación. Entre 1989 y 1995 se contabilizó la muerte de alrededor de 80 jóvenes. El éxtasis, más que las anfetaminas, interfiere con el mecanismo termorregulador del cuerpo y hace aumentar la temperatura corporal, incluso si quien lo consume está relajado; al combinar la droga con la alta temperatura de los ambientes, se producen muertes. Al parecer, en los clubes donde esto aconteció habían cortado el agua de los baños para vender más bebidas.
Una de las funciones principales del éxtasis es potenciar la empatía; se dice que su primer distribuidor quiso darle precisamente ese nombre: empatía. Es por eso que muchos sujetos recurren a ella para poder entrar en la vida social; no podemos hablar, como para el alcohol, de un goce cínico (ver nota aparte). Hay quienes recurren al éxtasis por su reputación de afrodisíaco, que Antonio Escohotado señaló como infundada. Podría provocar lo que se nombró irónicamente como el “síndrome del matrimonio instantáneo”: Britney Spears se casó en Las Vegas, en 2004, con Jason Allen Alexander, un viejo amigo, y la boda duró 55 horas antes de anularse. Si bien es verdad que provoca una suerte de desnudamiento emocional, también lo es –señala Escohotado– que la libido tiende a desgenitalizarse, en términos de una fusión sentimental.
Algunas viñetas clínicas permiten ilustrar la función que esta droga puede llegar a cumplir en la subjetividad moderna. Un sujeto entró en el mundo de las drogas para de- safiar a la muerte, sin saber que, en verdad, la buscaba al identificarse con su madre fallecida. Afirmaba que era como si le dijera a la muerte “¿Por qué no me llevás a mí?”. Más que una provocación era una demanda dirigida al amo absoluto hegeliano. Además el éxtasis le permitía ubicarse de otro modo con sus dificultades en el trato social, particularmente en su relación con las mujeres. Ahora se sentía un ganador, afirmaba que lograba salir de la impotencia; pero la impotencia aparecía con otra modalidad: le resultaba imposible eyacular; se animaba, pero no lograba salir de la impotencia. Este es un efecto muy común de la droga. El dejó de drogarse cuando descubrió que no quería morirse. Dejó de desafiar a la muerte pero fue entonces cuando consultó, por qué ahora la muerte lo desafía a él. Padece un terror a morirse, bajo el formato de ataque de pánico; considera que se trata de la venganza de la Parca. Lo sacará de esta posición comenzar a cursar el duelo por la pérdida de la madre.
Este tipo de testimonio es habitual en la clínica hoy en día. Alguien logra salir de su vida monótona gracias a las fiestas donde consume éxtasis; sin embargo, “todo lo bien que la paso una noche implica tres días de pasarla mal”. Las cuentas no le cierran, pero se anima, sale de cierto aburrimiento, y puede pasarla bien con una mujer sin caer en la eyaculación precoz, pero el inconveniente nuevamente pasa a ser la dificultad para eyacular.
Otro sujeto se refirió a una pastilla conocida como Mitsubishi, que supone que se trata de éxtasis mezclado con heroína, diciendo que la sensación era la de poder todo, pero se sentía invadido por una especie de violencia. Luego la fatiga, una fatiga mortal que le impedía volver al trabajo.
Otro encontraba en las pastillas la felicidad, pero también le daba lugar a una gran ira. Todo quedaba a flor de piel: podía expresar todo. Pasaba de cierta inercia a llevarse todo por delante. Podía encarar a una mujer, empezaba sus relaciones muy bien predispuesto, pero la violencia se iba apoderando de él, hasta descontrolarse. Una causa judicial detuvo su recorrido. Pudo parar porque, según su decir, algo le vino de afuera. La droga le permitió salir del encierro, pero ese freno que antes sentía que tenía adentro, lo buscaba afuera.
Finalmente, el caso de un hombre que se rehusaba a crecer, lo cual nos permite ubicarlo en lo que Lacan denominó “el reino del niño generalizado”, reino en el que suelen habitar quienes viven intoxicados. Afirmaba que el éxtasis le hacía ver las cosas de otra manera, más suelto. Aislará una expresión: “No me importa nada”, negación que será interpretada reconociendo una vida vacía, donde la nada imperaba y lo arrastraba hacia un vacío desolador.
Hoy es frecuente que a la persona no le alcance con recurrir a un solo tóxico. Hay quienes, aun conociendo las advertencias al respecto, consumen alcohol y éxtasis, pese a que ha habido desenlaces fatales; es común que, luego de pasado el momento trágico, las precauciones se disipen. Parecería que en cada época se ponen de moda determinadas sustancias con sus diferentes efectos, que incluso tienen su particularidad en cada sujeto, pero suele ocurrir que respondan a cuestiones estructurales. Ya en 1906, Karl Abraham, en su artículo “Las relaciones psicológicas entre la sexualidad y el alcoholismo”, planteó que hay hombres que se aficionan al alcohol porque les proporciona un sentimiento de hombría. Sin embargo, el alcohol no sólo destruye la sublimación de los impulsos sexuales, sino que también muchos alcohólicos padecen de impotencia. Por eso Abraham dice que el alcohol es un “falso amigo”. Los sujetos que recurren a él porque creen ver aumentada su virilidad, ya que les da una sensación de poder sexual, en cambio resultan despojados de ese poder. Sin embargo, generalmente no reconocen el fraude, continúan atados al alcohol, identificándolo con su sexualidad. De esta forma, el alcohol se convierte en un sustituto de la sexualidad misma. El alcohólico pasa de usar la bebida en un momento previo, a fin de desinhibirse, a jugar todo su goce en relación al alcohol. Es parecido al caso del sujeto para quien mirar al objeto sexual pasa de ser un escalón previo al acto sexual a convertirse en la finalidad misma y se contenta con mirar. Abraham supone que el aumento de los celos que se observa en muchos casos de alcoholismo se da precisamente a causa de la impotencia que el sujeto padece, esa impotencia de la que procuró escapar y que reencuentra en el estado de embriaguez.
Aquello que Abraham denomina “falsa amistad” refiriéndose al vínculo de alguien con el alcohol, está en la misma línea del comentario de Escohotado al señalar la “infundada reputación de afrodisíaco” del éxtasis. Con esta última droga, los sujetos se encuentran más predispuestos a vincularse socialmente; hombres y mujeres se acercan con mayor facilidad. No podemos hablar de una posición cínica como en algunos modernos alcohólicos. Sin embargo, en el fondo, la dificultad para establecer un encuentro está presente; sólo bajo los efectos de una sustancia se propicia el acercamiento, y el goce sexual queda postergado. Lo estructural radica, entonces, en esa dificultad para establecer un encuentro entre los sexos. El mercado y las modas producirán diferentes sustancias para solucionar un problema que, si bien no tiene solución, puede encararse por otra vía donde el deseo y el goce no resulten ya tan inconciliables.
* Texto extractado de El silencio de las drogas, de reciente aparición (ed. Grama).
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