Jueves, 21 de mayo de 2015 | Hoy
PSICOLOGíA › EL ALCOHOLISMO EN FUNCIóN DE LOS TIEMPOS
Por Luis Darío Salamone
A los alcohólicos de antes, los llamamos los alcohólicos románticos; en estos casos, la función del alcohol está más en relación con el olvido, especialmente el olvido de una mujer amada y perdida. Muchos tangos y algunos temas de rock dan testimonio de esto. En los tangos predominan los abandonos o los engaños y es habitual que el alcohol permita no recordar, dejar de pensar, ahogando o ahuyentando las penas. Muchas letras de la eficacia que tiene el alcohol en la función del olvido. “La última curda” presenta ese recurso de una forma generalizada: “¿no ves que vengo de un país que está de olvido, siempre gris, tras el alcohol?”. También, algunos tangos muestran los límites que puede tener esta solución, como sucede con cualquier otra sustancia tóxica que presenta su falla. En “Frente a una copa”, “...me emborrachó de ilusión una mujer que fue mi vida. Y hoy que la siento perdida, se agranda esta herida que nunca la olvida... ni con el alcohol”. en “Nostalgias”, no hay trago que logre apagar “un loco amor, que más que amor es un sufrir”; navegando entre la nostalgia y la angustia, el protagonista dice: “Quiero por los dos mi copa alzar para olvidar mi obstinación y más la vuelvo a recordar”. Sin embargo, insiste en buscar una solución en la ebriedad, y el fracaso del alcohol lo lleva a insistir con la bebida en busca de un consuelo, buscando ahogar la angustia, emborrachando el corazón, “para después poder brindar por los fracasos del amor”.
El alcohólico moderno, en cambio, se presenta como más cínico. En lugar de la nostalgia, aquello que denota su posición es la indiferencia, incluso el rechazo del Otro. El poeta Charles Bukowski ofrece el testimonio de una posición cínica en Fragmentos de un cuaderno manchado de vino, que contiene ese increíble manifiesto del borracho titulado “Un delirante ensayo sobre la poética y la condenada vida escrito mientras bebía media docena de latas de cerveza (altas)”. Allí sostiene que sencillamente no le interesaba formar parte de nada: la energía de sus semejantes, dedicados a cambiar neumáticos, conducir camionetas de helados, ir al Congreso o abrirle las entrañas a alguien, ya sea en una operación quirúrgica o por asesinarlo, es algo que lo supera: “Cualquier día que pudiera estafarle a ese sistema de vida me parecía una buena victoria. Bebía vino y dormía en parques y me moría de hambre. El suicidio era mi mejor arma. Pensar en ello me daba cierta paz”. La religión le parecía un engaño, un truco de espejos, las mujeres eran como todo lo demás, se ponían un precio y lo obtenían, hacían exigencias que iban más allá del valor que tenían. Su padre era visto como un monstruo brutalizado. Las cosas que exigía la vida tampoco tenían valor, incluso el ataúd necesario para el descanso final resultaba algo estúpido, “toda esa hermosa madera barnizada para los gusanos ciegos del infierno”. Se trata de una posición subjetiva, una visión del mundo que podemos denominar cínica.
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