PSICOLOGíA › LAS “BUENAS MADRES”, EL “AUTORITARISMO” Y LA “PUESTA DE LIMITES”
“Yo me quedaría siempre con vos, nene”
Por Guillermo Francisco del Valle*
Este trabajo intenta dar cuenta de dos lugares comunes del discurso de algunos padres consultantes. Uno de ellos se refiere a “los límites” que deben tener los niños. El otro es la homologación de toda forma de violencia a “maltrato”. Describiré el caso de una persona que se autodefine como una “buena madre”. Esto significa para ella tratar de evitar toda forma de sufrimiento de sus hijos, a quienes nada les debe faltar, tampoco “los límites”. El motivo de su consulta es que le han aconsejado que su hijo menor asista a un psicólogo. “Por ellos”, por sus hijos, dice no separarse de su esposo. Está preocupada por problemas de conducta del menor en el jardín y viene a que le “aconseje” cuál es la forma correcta de tratarlos, aunque sus expresiones parecen más próximas a querer que se le confirme su modo de actuar.
Referirá que siempre que a su hijo le ha dicho “no”, le ha explicado las razones: cuando ella sale con sus amistades le dice que “tiene” que salir. En tales casos lleva a los niños a casa de sus padres porque su marido “los maltrata: le tienen miedo, les grita. Les dice no porque no, los asusta”. Según ella, su esposo no sabría cómo “meterles” los límites, ya que “se quedan quietos por miedo”. El modo de “poner límites” de ella, en particular para el más chico (4 años), es no dejarle ver un programa de televisión o amenazarlo con que no les será comprada tal golosina y cumplir la amenaza. “Pero parece que no les importa nada. La otra vez, ni tele ni golosinas, y nada. Ponerlos en penitencia me parece autoritario.”
Si se concibe la “puesta de límites” como frustración de bienes, es necesario que éstos se encuentren investidos simbólicamente: negarle al chico bienes que no le importan no es frustrarlo. Y podemos preguntarnos qué tipo de subjetividad tiende a constituirse bajo una versión hedonista del paradigma “recompensas y castigos”, siendo el castigo la ausencia de recompensa. Para el caso de aquellos bienes que efectivamente importan al sujeto, ¿se prefigurará una subjetividad fetichista, cuyo límite se imaginarizará en “lo displacentero”?
La madre de nuestro ejemplo presenta lo que motive su ausencia en el orden de la facticidad del “tener que”: ella “tiene” que salir, no es que quiera hacerlo; ella lo presenta como una obligación que la somete. Lejos de mostrar su castración, la vela, ya que presenta como su único deseo el estar con su hijo. Con tal de ahorrarle decepciones, jamás le diría que lo que ella quiere es salir.
En términos de lo que en el complejo de Edipo se denomina castración, “se ha visto, y en forma tenebrosa, que tiene tanta relación con la madre como con el padre” (Jacques Lacan, Seminario 5, “Las formaciones del inconsciente”). Del lado materno, la castración “implica para el niño la posibilidad de la devoración y del mordisco”. Del lado paterno, la castración “no es tal vez menos terrible pero es sin duda más favorable que la otra, porque es susceptible de desarrollos, lo cual no ocurre con el engullimiento y la devoración por parte de la madre. Del lado del padre, existe la posibilidad de un desarrollo dialéctico: es posible una rivalidad”, según el mismo autor.
Recordemos, en la trama edípica, un tiempo en el que “la relación entre el niño y el padre está comandada por el temor de castración”, que se verifica “en tanto que su objeto privilegiado, la madre, le es prohibido”, y el niño –recuerda Lacan– “proyecta imaginariamente en el padre las intenciones agresivas equivalentes o reforzadas en relación con las suyas, pero cuyo punto de partida está en sus propias tendencias”. Punto de aparición del padre, indiscutible e intransigente del segundo momento edípico: más allá de los buenos modales con los que dicha prohibición se establezca, igualmente habrá fundamentos estructurales para que sean imaginarizadas por el niño situaciones violentas y de maltrato. En todo caso, si bien todo maltrato es violento, no toda violencia es desubjetivizante.
* Residente de Psicología del Hospital Blas L. Dubarry, Mercedes, provincia de Buenos Aires. Fragmento del artículo “El discurso sobre los ‘límites’ y el estrago de los bienes en la infancia”, incluido en la revista Psicoanálisis y el Hospital, Nº 25.