PSICOLOGíA › IDENTIFICARSE EN TIEMPOS DIFICILES
Adolescencia en llamas
Si la identificación siempre fue una tarea ardua para los adolescentes, se hace más difícil –según la autora de este ensayo– en tiempos en que, bajo la “crisis identitaria de la sociedad argentina”, los adultos mismos atraviesan una “desidentificación”, que sólo podría revertirse como proyecto conjunto.
Por Silvia Bleichmar *
El incendio producido en la discoteca República de Cromañón la noche del 30 de diciembre de 2004, en el cual se produjo la trágica muerte de ciento noventa y dos jóvenes y niños, ha dado, a posteriori, una prueba más de estas líneas: se puso en evidencia tanto la desprotección homicida a la cual están expuestos los adolescentes como su espíritu solidario y sus anhelos de justicia, de manera ejemplar para el conjunto de la sociedad.
La adolescencia es un tiempo abierto a la resignificación y a la producción de dos tipos de procesos de recomposición psíquica: aquellos que determinan los modos de concreción de las tareas vinculadas a la sexualidad, por una parte, y los que remiten a la desconstrucción de las propuestas originarias y a la reformulación de ideales que luego encontrarán destino en la juventud temprana y en la adultez definitiva.
Habiendo dejado la familia de ser el lugar privilegiado donde se impartía información, en razón de que los medios han tomado a su cargo esta función, y habiendo quedado el semejante, ya no como fuente sino en función de mediador y metabolizador de información, los modelos identificatorios de la sexualidad no circulan alrededor de las figuras del entorno inmediato, sino a través de los medios de comunicación de personajes virtuales devenidos familiares, al punto de que su destino y modos de operar forman parte del entretejido cotidiano y se convierten en opciones de cotejo intrageneracional.
La identificación sexuada con la generación anterior estalla, y a diferencia de lo que ocurrió en los años ’60 con la llamada liberación sexual, cuyo estallido implicaba un enfrentamiento –lo cual es siempre, en última instancia, del orden del enlace–, hoy las pautas de las generaciones anteriores ya no interesan, ni siquiera en términos de oposición, y la asimetría se genera entre esas figuras mediáticas cuyo ascendiente forma opinión y quienes deben acceder a la identificación sexual estable. De ahí también la importancia de los reality shows, que constituyen modos de ensayo virtual pero no ficcional –al menos en el imaginario colectivo–, en cuya discusión se enfrascan los adolescentes y jóvenes barajando opciones y posibilidades, proyectando y asimilando modos de respuesta ante las tareas propuestas, las cuales se definen por el modo de resolución de los conflictos intersubjetivos.
La desconstrucción de significaciones y la recomposición de valores –la asunción de enunciados que fueron aceptados o rechazados en la infancia por provenir del adulto significativo– resultan más complejos que en otras épocas, en razón de que la historia ha devastado significaciones operantes hasta hace pocos años, y las generaciones que tienen a su cargo el completamiento de la crianza se ven despojadas, ya no de certezas, sino de propuestas mínimas a ofrecer.
La sociedad argentina, atravesada por acontecimientos históricos aún no metabolizados y cuyo movimiento no garantiza que se encuentre en tránsito hacia lugar previsible alguno, no puede determinar el marco representacional en el cual se inserten las generaciones que transitan entre la infancia y la juventud. Los procesos de desidentificación de los adultos, obligados a reposicionarse cotidianamente para garantizar su inserción en la cadena productiva –si no en el proceso social en su conjunto– constituyen un obstáculo mayor para la elaboración de propuestas que no dejen a los adolescentes y jóvenes tempranos librados a la anomia.
He marcado en otras ocasiones la diferencia entre los procesos de autoconservación y de autopreservación, que constituyen dos ejes de la subjetividad. Siendo el yo un residuo identificatorio que toma a su cargo y metaforiza en un conjunto representacional la totalidad del organismo, su masa ideativa se ordena alrededor de dos ejes: aquella que tiene que ver con la conservación de la vida y realiza las tareas necesarias para ello, y la que se determina como preservación de la identidad, como conjunto de enunciados que articulan el ser del sujeto y no sólo suexistencia. En tiempos de estabilidad ambas coinciden, y se puede preservar la existencia sin por ello dejar de ser quien se es; sin dejar de sostener el conjunto de enunciados que permiten que uno se reconozca identitariamente: se puede ser solidario y tener trabajo, sobrevivir sin por ello destruir a nadie, ser generoso sin sucumbir a la miseria... Pero, en épocas históricas desmantelantes, ambos ejes entran en contradicción y la supervivencia biológica se contrapone a la vida psíquica: obliga a optar entre sobrevivir a costa de dejar de ser o seguir siendo quien se es a costa de la vida biológica.
La crisis identitaria de la sociedad argentina pone de manifiesto que esta contradicción acecha al conjunto. En la reducción de quienes se ven lanzados al mercado laboral a la inmediatez en la búsqueda o conservación del trabajo, atrapados en el sostenimiento de lo insatisfactorio y, paradójicamente, con temor a perderlo, ni los hermanos mayores ni los padres de los adolescentes propician modelos que les den garantías.
La desidentificación se agrava por el hecho de que el país se ha convertido en un lugar transitorio para los jóvenes que aún piensan en un futuro posible, y en un espacio sin sentido para quienes tienen vedada incluso esa perspectiva. Pero el signo más notable del vacío representacional en el que se ven sumergidos los adolescentes radica en que el discurso parental se ha deslizado hacia el plano autoconservativo: a lo autoconservativo inmediato cuando temen que anden por la calle porque les pueden robar o matar o porque pueden matarse o quedar librados a situaciones de desprotección extrema. Y a lo autoconservativo mediato, cuando se les plantea que todo el sentido de su vida actual está regido por la necesidad de no caer de la cadena productiva en el futuro: que se diviertan lo que puedan, pero que al mismo tiempo se garanticen que sobrevivirán económicamente. Despojado el estudio de todo valor simbólico, es propuesto, en las representaciones dominantes de la sociedad, como medio de acceder a posibilidades de supervivencia. Y si el robo no es propiciado como una salida posible, ello no es sólo por los restos morales que la sociedad aún conserva, sino por la inviabilidad de su ejercicio exitoso sin acceso al poder económico o político.
El aceleramiento en la pubertad de tareas vinculadas a la adolescencia, y en la adolescencia de propuestas que deberían ser patrimonio de los jóvenes, no es sino el efecto de la angustia que rige al conjunto, del temor a que los goces no alcanzados en el presente ya no tengan lugar en el futuro. Y sería un moralismo vaciado de contenido histórico acusar a nuestra sociedad de dejarse ganar por la falta de valores y el vacío con el cual algunos teóricos del Primer Mundo cualifican los fenómenos que observan, porque aquello que los determina en uno y otro caso responde a causas diversas.
No se debe, sin embargo, suponer que los adolescentes están sometidos a la ausencia de un universo identificatorio posible: las instituciones mediadoras de la identificación han variado y de ellas depende la recomposición de procesos identificatorios que enfrenten la desintegración. Siguen operando microgrupos que rearticulan modos de cohesión y de re-identificación para los adolescentes y jóvenes e incluso para los adultos. No se vislumbran aún grandes proyectos capaces de articular una reidentificación de conjunto de la sociedad, la cual sólo se identifica en el sufrimiento actual compartido, pero es milagroso que aún se conserven, luego de traumatismos reiterados y desilusiones innumerables, rasgos de solidaridad y espíritu de recomposición donde pueden apoyarse los tres pilares de la identificación: las representaciones, los fines compartidos y los afectos ligadores.
Los restos de un país solidario, que se define por la producción de bienes simbólicos, emergen en los intersticios donde se insertan las posibilidades identificatorias de los adolescentes: desde los movimientos de rescate específico de su historia –en la cual la Noche de los Lápices ocupa un lugar definitivo como símbolo de una generación que trasciende– hasta la participación, fundidos en una masa que abarca varias generaciones, en razón de que el trabajo o su carencia homogeneiza más allá de las particiones que la educación impone. Sin dejar de lado las formas espontáneas de recomposición de la marginalidad, en la cual las identificaciones recíprocas se proponen por la generación de códigos intra-estamento, que intentan liberar el robo concebido como trabajo de la tutela perversa de los adultos que hacen usufructo del mismo.
Y todo ello intentando producir la recomposición de grandes espacios compartidos, recitales en los cuales las palabras de la música suplantan al discurso político de antaño, no menos productoras de sentido que aquellas que agitaron a otras generaciones, aun cuando no puedan convertirse por ahora en propuesta transformadora y se limiten a la protesta identificatoria que los hace sentir, por un momento, participantes en un todo que los ensambla y los libera del riesgo desintegrador.
Los requisitos de una re-identificación humanizante tienen así bases en las que sostenerse, y ello desde un proceso de identificación recíproca del conjunto, ya que no hay condiciones para proponer una perspectiva identificatoria a los adolescentes si no se recomponen las grandes líneas de la identidad que se ven fracturadas en los adultos mismos. Identidad que no puede articularse sino en el continuo de una recuperación histórica de los enunciados que, más allá de sus fallas y derrotas, formaron a varias generaciones; el país aún se alimenta de su capital simbólico, al cual no debemos renunciar sin una revisión profunda que nos permita saber quiénes somos, sin una asimilación de las aporías e impasses a las cuales fuimos conducidos, con las dosis de verdad con las cuales lo más lúcido del siglo XX se identificó.
*Extractado del trabajo “Tiempos difíciles. La identificación en la adolescencia”, publicado originariamente en la revista Encrucijadas, UBA, enero de 2002, e incluido en el libro La subjetividad en riesgo, que acaba de publicar Topía Editorial.