PSICOLOGíA › EL SENTIMIENTO DE CULPA Y EL “PADRE IDEAL”
“¿Qué hice para que me odie?”
Por Henri Rey-Flaud *
Dice Freud: “Originalmente, el mal es lo que amenaza privarnos del amor”. Con esta sentencia da cuenta del sentimiento de culpa en respuesta a la pérdida del amor del padre. La culpa muestra su índole enigmática cuando nos presenta sujetos que, librados al odio, a la violencia y a la persecución, no demuestran como respuesta el odio que uno podría esperar sino que, por el contrario, asumen sobre sí la falta, la vergüenza de la infamia. La experiencia clínica ofrece ejemplos: el hijo castigado a golpes por el padre, la mujer violada. La razón de tal actitud se halla en la pregunta inconsciente que esos sujetos se plantean a sí mismos. “¿Qué hice, qué ignoro, para que mi padre me odie?”
Más allá de los azares de la historia individual que ponen a ese sujeto, y no a otro, en tal situación, Freud procurará encontrar la explicación fundamental de semejantes conductas en el mito del asesinato del padre, postulando que el acto primordial fue vivido por los hijos, a la vez, como una liberación y como un sacrilegio. Lo dice en estos términos: “Los hijos no sólo odian al padre; también lo aman”. ¿Cómo dar cuenta de ese amor paradójico? De nuevo, la respuesta se encuentra cuando se explicitan las motivaciones secretas de los niños golpeados, quienes manifiestan una enorme dificultad para denunciar a quienes los atormentan, negando enérgicamente la maldad del padre y protegiendo así, de modo incomprensible para el juez o el educador, la figura del déspota cruel cuyo castigo vislumbran entre llamaradas de angustia. Pues la destitución de ese padre ante los ojos de la sociedad representa para ellos un peligro mucho más grande que todos los abusos físicos que han padecido y pueden padecer aún.
En realidad, oculto tras el padre que lo atormenta, el niño defiende al padre ideal necesario para garantizar la existencia del sujeto y sostener la solidez del mundo por encima de la nada. Esa posición neurótica expresa un fracaso en la introducción a la ley.
La clínica de la histeria femenina evidencia también la voluntad de sostener contra viento y marea la figura del padre ideal, encubierta por la figura de una madre ensañada contra ella, padre cuyo amor aparece como condición de la existencia al punto que estas mujeres van hacia la muerte aferradas a la instancia luciferina que las arrastra y que queda protegida hasta el final por un nimbo de esplendor. Una variante apenas menos terrible de este destino se halla en el caso de las mujeres aterrorizadas por un compañero (avatar de la Madre terrible) al cual defienden ante parientes y amigos, como modelo intachable, contra toda razón y evidencia.
La trasmutación de la figura del padre terrible en padre ideal demuestra que al hombre le es más fácil poner su muerte en manos del Otro que tomarla en las propias. En nombre de este principio se construye la figura del Dios terrible que Miguel Angel pintó en el techo de la Sixtina, cuya muerte, proclamada por Nietzsche, implica el riesgo, si se confirma, de hacer recaer sobre el hombre la angustia vinculada con la carga del deseo.
* Extractado de “Fundamentos metapsicológicos de El malestar en la cultura”, incluido en Sobre El malestar en la cultura de Sigmund Freud, de reciente aparición (ed. Nueva Visión).