PSICOLOGíA › ENSAYO PSICOANALITICO SOBRE UN ASALTANTE AL BANCO DE ACASSUSO

El goce del prisionero

Para los asaltantes de bancos, como para los psicoanalistas, el análisis personal puede ser un requisito imprescindible. El autor de esta nota muestra, en uno de los protagonistas del asalto al Banco Río de Acassuso, cómo sus fantasmas inconscientes lo llevaron a la peor de las regresiones: regresar a la cárcel.

 Por Alejandro del Carril *

Alberto “Beto” De la Torre participó en el célebre asalto a la sucursal Acassuso del Banco Río, en enero de 2006. Antes había integrado la banda del Gordo Valor, una de las más pesadas de las últimas décadas. A su pareja, Alicia Beatriz Di Tulio, la había conocido en 1992, en la cárcel donde el Beto cumplía condena. Los había presentado la hermana de Alicia, Margarita, más conocida como “Pepita la Pistolera”, regente de cabarets en Mar del Plata. Así como otras parejas se conocieron en un boliche, un gimnasio o una oficina, esta pareja se conoció durante una visita a un penal. La cárcel, los delitos y las armas forman parte del entramado simbólico-imaginario de la relación. Margarita le presentó a De la Torre a su futura pareja en términos que podríamos resumir con la frase: “Este es un hombre de verdad, que tiene huevos y se la banca”. Un hombre que había dado pruebas en lo real, jugándose la vida. Digamos que De la Torre sostenía cierto ideal relacionado con los fantasmas de las Di Tulio.

El noviazgo empezó con el hombre preso, y todavía estaba entre rejas cuando tuvieron un hijo. Esto puede llevarnos a conjeturar la existencia de cierto fantasma en relación con un hombre preso, incluso un padre preso, que comienza a estar en juego para esta pareja. Un dato que no es menor dice que el anterior marido de Alicia había muerto, luego de una pelea con ella, de tres balazos que habían sido disparados por su hijo.

El historial de De la Torre incluía fugas de distintos centros de detención. Y, según Ricardo Canaletti y Rolando Barbano (El golpe al Banco Río), “sus cinco mujeres anteriores, con cada una de las cuales había tenido un hijo, lo habían dejado hundirse en el olvido del encierro”, mientras que “Alicia estaba más que dispuesta a rescatarlo”.

En 2000, él sale de la cárcel y se van a vivir juntos. Al poco tiempo comienzan las peleas violentas, que se extienden a la vereda; exhiben sus miserias a todo el barrio.

Tenemos hasta aquí: el encierro, las fugas, la libertad, la mujer-madre que rescata y la violencia.

En 2005, De la Torre y un grupo de hombres comenzaron a planear el asalto al banco. Consistió en simular un asalto con toma de rehenes para negociar con la policía mientras vaciaban las cajas de seguridad y huían por un túnel previamente excavado, que conectaba con el sistema de desagües, por donde escaparon en un “gomón”. La operación fue ejecutada en forma impecable. Nadie resultó muerto ni herido. Se calculó que la banda se habría alzado con unos 20 millones de dólares. Uno de sus integrantes, poeta, dejó escrito en la pared de una de las bóvedas la siguiente leyenda: “En barrio de ricachones,/ sin armas ni rencores,/ es sólo plata y no amores”.

Todo parecía ir a las mil maravillas para la banda, que además se había ganado la simpatía del público en general, ayudada por el saqueo sufrido por parte de los bancos durante el “corralito”. Pero un detalle vino a empañar la situación.

De la Torre tenía una amante, Liliana Fernández, novia de un ex compañero de cárcel y miembro de la banda. Ella había participado en el robo desde afuera del banco. Después del robo, De la Torre había ido, acompañado por Alicia, a comprar, en efectivo, una camioneta 4 x 4 con la que se proponía escapar a Paraguay; la registró a nombre de los dos. Alicia estaba al tanto de todos los detalles del robo y del plan de fuga a Paraguay. Lo único que no sabía era que este plan no la incluía. El Beto se iba a fugar con Liliana. Por eso, son indicios sintomáticos que él haya puesto la camioneta a nombre de ambos y que Alicia supiera todos los detalles de la fuga.

“Cuando, la tercera noche después de que todo hubiera terminado, ya no lo tuvo en su cama, más que inquieta se sintió estafada –se narra en El golpe al Banco Río–. Esperó unos días y luego empezó a llamarlo para dejarle en claro que no se iba a quedar con las manos vacías. No pretendía más que unas migajas, quedarse con el auto, con la casa donde vivían y con otra que, ella sabía, él tenía por otro lado, en Wilde. Y también con unos 300 mil dólares. Pero no, él no iba a aflojar. Es más, quería que le devolviera los aros y las pulseras que le había regalado, los mil pesos que le había dado para que arreglara su coche y un poco más.” Finalmente se encontraron: “Se insultaron. Se pegaron. El pateó la puerta y la rompió por la mitad. Enseguida, la subió al auto para llevarla al PH de San Cristóbal, pero antes de llegar no aguantó más y la empujó del coche, entre insultos. Un vecino, harto de verlos, llamó a la policía. La hija de Alicia hizo lo mismo”.

En la comisaría, ella se limitó a denunciar “malos tratos”, pero la hija ya había hablado, e intervinieron la Fiscalía de Martínez y la Dirección de Investigaciones de San Isidro. Le presentaron escuchas telefónicas donde De la Torre hablaba con su amante. Ella, entonces, habló: “Hace un año y medio que planearon esto del banco. A uno lo conozco bien: es mi pareja, Rubén Alberto De la Torre.”

Cuarenta y ocho horas después, Alicia llamó por teléfono al Beto para avisarle que lo había delatado, invalidando con ello el plan de protección de testigos que le habían prometido y volviéndose la testigo reservado más conocida de la Argentina. El Beto finalmente dio con sus huesos en el penal de Florencio Varela. Allí, ambos rearmaron su relación de pareja. Volvían al punto inicial: él preso y ella visitándolo con el hijo de ambos.

De la Torre publicó después una carta en la revista Gente, que sin duda formó parte de una estrategia defensiva para el juicio, pero, entre sus mentiras, se deslizan algunas verdades que pueden servir de guía para dilucidar algo de su fantasma: “El principal motivo de esta carta es aclarar mi situación emocional con respecto a mi familia, a la que amo y a la que jamás pensé ni remotamente abandonar por nada ni por nadie”. Continúa: “No creo que mi mujer haya dicho lo que dicen, ya que somos una pareja unida y luchadora de años, peleamos como todo el mundo”; “Es tan así que les pido a todos disculpas por si he sido yo el causante de todo este terrible problema familiar, que los amo y pase lo que pase jamás los voy a abandonar”.

Es mentira que jamás pensó en abandonarlos. Pero es cierto que tuvo enormes dificultades subjetivas para hacerlo. Si hubiera estado realmente decidido, no habría puesto la camioneta a nombre de Alicia, ni le habría contado los detalles del plan de fuga, ni se habría puesto a discutir violentamente por minucias –algunos dólares y joyas–. Es evidente que esta mujer es su síntoma. Es la que le sostiene con su presencia y su accionar el núcleo de su fantasma, en torno del cual se organiza su vida, sus goces, su deseo. El tuvo relaciones con otras cinco mujeres, pero todas lo abandonaron en la cárcel. Ella, en cambio, lo conoció preso y lo “rescató”. La cárcel, la planificación del robo, la historia con la amante y el plan de fuga, circunstancias que lo separan momentáneamente de Alicia, confirman que el goce del Beto es estar preso de una mujer, lo cual a su vez le despierta el deseo de fugarse. De manera parecida, la puesta en escena del robo es la toma de rehenes, de prisioneros, para poder fugarse.

Pero él no logró llevar el acto de robar el banco hasta sus últimas consecuencias, fugarse con Liliana (quien lo llamaba “padrino”). En su fuga, el goce de ser el prisionero de Alicia lo sigue acosando y lo lleva a cometer las torpezas que finalmente lo harán caer. El hecho de que se haya convertido en padre estando preso –o sea, casi sin poder ejercer la paternidad– y su fracaso en la huida con quien lo llama “padrino” hacen pensar en la fragilidad de De la Torre respecto del ejercicio de la función paterna. Como si cierta carencia lo frenara en ese punto. No es un padre que ejerce su función plenamente, ni tampoco un padre que se desentienda del todo. Y termina en el mismo lugar donde había empezado: gozando como hijo preso de su madre, con el Servicio Penitenciario haciendo de padre interdictor, y ligado a la mujer que le dio un hijo y no lo abandonó como las otras cinco: que le otorgó cierto valor como padre.

El ejemplo del Beto de la Torre muestra cómo el fantasma sostiene el deseo y los goces, en este caso en una escena que se juega entre el estar preso y la fuga. El final de la historia, el reencuentro de la pareja con él preso, consolida imaginariamente la escena. Nada fundamental ha cambiado desde aquella en que fueron presentados por “Pepita la Pistolera”.

* Extractado de un trabajo publicado en www.psychenavegante.com nº 78.

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