Jueves, 13 de septiembre de 2007 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Mario Wainfeld
“Todas las razones que rigen mis apuestas, tanto las racionales como las irracionales, son irracionales. (...) Toda apuesta es desesperada, porque apostamos por un solo motivo: para ver.”
Juan José Saer, Cicatrices
Por si hacía falta, lo dijo ayer Hilda González de Duhalde. Eduardo Duhalde, divulgó, “va a trabajar por la reconstrucción del Partido Justicialista” a partir del 10 de diciembre. El ex presidente, aclaró, no ambiciona ocupar cargos, pero sí “fortalecer los partidos”.
Chiche aportó su, previsible, granito de arena en la instalación del regreso del ex presidente.
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“Instalación: acción y efecto de instalar”, reseña el escueto diccionario de la jerga de políticos y periodísticos. La “instalación” es una especie del género de las “operaciones”, diseca el politólogo sueco que hace su tesis de posgrado sobre la Argentina. Y agrega, en su informe quincenal, “Eduardo Duhalde está instalando que vuelve, después del comicio”.
Una seguidilla de reuniones, de gestos y señales alimenta la narrativa. La condición previa, que se da por hecha, es que Cristina Fernández de Kirchner llegue a ser presidenta. “Presidenta, con ‘a’ final”, subraya el estudioso escandinavo en el correo que remite a su padrino de tesis, el decano de sociales de Estocolmo. El decano habla castellano pasablemente pero no capta ese detalle, rebosante de color local.
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Pocos días antes de la elección que llevó a Néstor Kirchner a la presidencia, Duhalde habló informalmente con un par de periodistas de Página/12. Esos paliques pueden cobrar más vuelo pero jamás eludir los lugares comunes más socorridos. Se habló, pues, del estigma de Chirolita. “El que piensa que el Flaco va a ser mi Chirolita, no lo conoce”, descerrajó el presidente saliente, “y menos la conoce a su señora”. “Su señora” es ahora candidata a presidenta, con “a” final.
Duhalde sabía que no dejaba un sucesor dócil pero, valga subrayarlo, jamás pensó que las pasaría tan canutas.
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“Duhalde teje y teje”, comenta quien fuera un duhaldista de ley y ahora es kirchnerista de casi la primera hora. El ex duhaldista integró el Gabinete de este gobierno y el del precedente.
Página/12 expurga una anécdota entre las nieblas de su memoria. El ex presidente publicó un libro, Memorias del incendio. Este diario supo que se lo hizo mandar a muchos integrantes de su Gabinete, llegando (cuanto menos) a nivel de secretario de Estado. Todos con una dedicatoria personalizada, agradeciendo la ayuda en tiempos tormentosos.
–¿A usted le llegó un ejemplar?
“Hasta a mí me mandó uno”, confirma el narrador, uno de los tantos que cruzó el Jordán “ya le dije, siempre teje”. Pero (valga la expresión) hilando más fino, reconoce la constancia de la araña mas no cree en su eficacia. “Está solo –fulmina–, lo mueve el odio, el odio no es buen consejero en política.”
El cronista recuerda que el Padrino (Michael Corleone, se sobreentiende) aconsejaba a su pollo Andy García que nunca odiara a su enemigo. Pero eso es racionalidad pura, no siempre accesible a jugadores enconados, desplazados, extrañados de Palacio.
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La profecía es insalubre en política. Sí es útil, hasta necesario, elaborar escenarios que iluminen tendencias y, dentro de ellas, un abanico de posibilidades. No es serio dar por sellada la suerte que puede tener Duhalde, en su afán de regenerarse como referente del “peronismo-peronista”, si Cristina llega al gobierno. Pero sí es razonable sugerir que es el suyo un camino muy difícil. Uno de sus presupuestos, que el liderazgo kirchnerista puede entrar en crisis en 2008 o 2009, es verosímil o, por parte baja, una posibilidad. De ahí a que sea la hora del ex presidente, hay un campo de distancia.
Su misma prosapia le juega en contra, Duhalde jamás fue cabal conducción del peronismo, ni aun en sus momentos más fastuosos. Se le reconocía su peso territorial, su “armado”, el hecho de haber blindado Buenos Aires aun ante los embates del menemismo. Se lo acompañó como candidato presidencial en 1999. Pero la mayoría de la dirigencia peronista jamás le concedió autoridad, ni cedió a su seducción, ni lo vio como un dirigente “especial”, ni le percibió carisma.
Claro que Kirchner es, aún, más rechazado por las primeras líneas del peronismo, sólo traccionadas por su éxito. La comparación retrospectiva embellece a Duhalde pero no lo dota del poder que antes tuvo.
Ese poder, ay, se ha dispersado.
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¿Es posible imaginar un liderazgo opositor, si el kirchnerismo revalida? Duhalde va “instalando” su respuesta, que es una moción de orden en el peronismo. Pero sus compañeros lo abandonaron del todo después de la paliza electoral que sufrió Hilda González en 2005. Chiche “no mide”, el “Negro” tampoco, no gestionan.
Una fracción gruesa del “peronismo peronista” (Hilda González desempolvó ayer ese tópico) puede dársele vuelta al kirchnerismo, si su estrella se apaga o titila. Pero, si acontece ese albur, se hará el consiguiente “recuento de porotos”, explica con paciencia el politólogo sueco.
“¿Qué es contar porotos?”, se subleva su decano, que jamás jugó al poker, mucho menos al truco.
“Contar las costillas, profe”, insiste el estudioso, obstinado en impartir lecciones de jerga a su mentor intelectual.
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“¿Cómo se accede a ser jefe de la oposición en un país sin partidos políticos, sin gabinetes en las sombras, sin speaker de los contreras en el Parlamento?”, se abisma el decano de Sociales, echando mano al método comparativo. Su pupilo le ha informado que, en otros tiempos, existió un bipartidismo más o menos clásico, luego enriquecido por la presencia del Frepaso. En aquel entonces, evoca, el PJ o el radicalismo derrotados quedaban como challengers. Los candidatos presidenciales perdidosos, en un sistema político impiadoso, jamás pudieron levantar cabeza: Italo Luder, Eduardo Angeloz, José Octavio Bordón, Horacio Massaccesi no pudieron volver a competir por el título. Duhalde fue una parcial excepción, accedió a la Casa Rosada pero no merced al voto sino en el contexto de una crisis general.
Pero la falta de partidos no equivale a la inexistencia de dirigentes con piné para convocar a un virtual peronismo disconforme en los años por venir. Mauricio Macri y Daniel Scioli son dos prospectos imaginables para tal supuesto. Roberto Lavagna, si tiene un buen desempeño electoral, también puede hacer su intento. José Manuel de la Sota está herido en estos días por razones evidentes y merecidas pero también quiere anotarse en esa lista.
Verticales al éxito, refractarios a cualquier cosa que huela a fracaso, los compañeros peronistas podrían abandonar al kirchnerismo, sólo lo harían en pos de una victoria.
Duhalde, ya se dijo, se esmera en instalarse. Esa movida es sincera, cree que lo logrará, ya lo anticipó Horacio Verbitsky en este diario (“Negro el 29”, 15 de julio de 2007). No le faltan incentivos para ir por una revancha, pero no le sobran costillas o porotos.
Apostar siempre es una tentación, entre otras cosas porque (como dice el timbero compulsivo citado por Saer en la cita que encabeza esta nota) para ver hay que jugar.
Ganar, ese mandato tallado en cada versículo de la doctrina peronista, es otro precio.
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