Jueves, 13 de septiembre de 2007 | Hoy
Por Norma Alberro *
En una persona con depresión, la capacidad de crear y de producir parece disminuida y a veces anulada. La vivencia subjetiva de los estados depresivos corresponde a la anulación de todo deseo y de todo placer, y esto recubre hasta los mínimos actos de la vida cotidiana. Es un estado que invade tanto el cuerpo como el pensamiento. Afecta el cuerpo del sujeto, que poco a poco pierde la expresión de su cara, sus gestos, la palabra, e incluso la voz; se transforma y pierde vitalidad. Esto se acompaña de un sentimiento de desesperación, en una experiencia de aniquilación de sí mismo. Sin embargo, es posible afirmar que en la depresión puede existir una actividad de creación.
Para quien la conoce, la depresión es indescriptible y sólo puede ser evocada por medio de metáforas: es una fuerza oscura, un caos, un desmoronamiento, una inmersión, un descenso al infierno, un naufragio, una caída en el fondo de un pozo. La depresión no es una entidad nosológica: es un estado cuya especificidad y forma de expresarse son propias para cada sujeto que la sufre. Sin embargo, de una manera que comparten todos los humanos, la depresión expresa una cierta relación con el tiempo y con la muerte, con la dimensión trágica de la existencia.
Cualesquiera sean sus manifestaciones psíquicas y somáticas, la depresión tiene relación con la melancolía, que Freud definió como “un estado de ánimo profundamente doloroso, una suspensión del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de todas las funciones y la disminución de la autoestima” (Duelo y melancolía). Contrariamente al duelo, donde el sujeto lamenta la pérdida de un objeto o ser querido, el melancólico se queja de una pérdida que le concierne a sí mismo, a su yo; hay una relación estrecha entre la melancolía y el narcisismo. No sorprende, entonces, encontrar evocaciones de la depresión y de experiencias depresivas en la literatura de estilo autobiográfica, relatos de vida, diarios íntimos o novelas cuyo valor de ficción es escaso. Muchas de estas obras son relatos de experiencias depresivas; el autor intenta reconstituir las etapas de esa experiencia, confiriendo así a la escritura un valor reparador y de sustitución.
Para encontrar los vínculos con el otro que han sido dañados o perdidos, el sujeto trata de volver al momento original, unir los fragmentos, y con ello reconstruir una versión que sustituya a la que fue destruida. Con esta nueva historia, el sujeto toma posesión de su vida. Entrar en posesión de su historia, de su vida, es encontrar un objeto perdido, pero es también recuperar las antiguas huellas mnémicas con su cuota de dolor y sufrimiento. En estas historias el sujeto relata su relación íntima con el otro muerto que anida en él, que lo persigue y lo acosa en su vida cotidiana, empujándolo a conductas autodestructivos hasta el acto final, el suicidio.
El sujeto depresivo guarda en su interior un otro mortífero con el cual está en diálogo permanente y que lo invita a dejar este mundo de lágrimas, en donde nadie lo quiere, nadie se ocupa de él y cuyo destino es sólo la soledad y el sufrimiento. En este diálogo mortal el sujeto es invitado por este otro –extraño a su yo, pero íntimo– al suicidio, con la promesa de una tranquilidad duradera, sin advertir que la muerte es irreversible y sin retorno. La depresión es una experiencia de cierta fascinación por la promesa de un paraíso de paz que surge del otro muerto que el sujeto esconde en su intimidad.
Si la escritura tiene un lazo profundo con la depresión es porque permite poner a distancia la representación de este otro muerto, es decir, la propia muerte. Chateaubriand, al cambiar las memorias de su vida por las memorias de más allá de la tumba, encontró una figura paradigmática, la ultratumba, para expresar esta postura del escritor, esta anticipación de la muerte que pone en escena la literatura. Marcel Proust, Michel Leiris, Samuel Beckett y otros escriben este frente a frente con la muerte, que permite una cierta exaltación de la vida. Ciertamente, es una posición narcisista la de quien juega con su imagen de muerto, pero no es un narcisismo mortífero, puesto que permite la distancia surgida de la elaboración de la escritura.
En la mayoría de los escritores es posible observar dos tipos de escritura: una producción íntima que acentúa su posición depresiva y una creación novelada o poética que pone a distancia este cara a cara con el otro muerto. El diario de Virginia Woolf está lleno de quejas depresivas, que concluyeron en su suicidio por inmersión en un lago; incluían migrañas, incapacidad de escribir, deseo de estar en otro lugar. Todas estas lamentaciones fueron censuradas por su marido, Leonard, que, de los veintiséis cuadernos, publicó sólo su “diario de escritora”, relacionado con su trabajo de escritura. En este acto de censura del marido se advierte una fundamental incomprensión de lo que está en el origen mismo de la obra artística. La queja y los lamentos melancólicos son la fuente en donde el artista encuentra los motivos para enfrentar al otro muerto y triunfar sobre él a través de una obra y no del acto maníaco suicida.
Kafka, en su diario, también analiza los efectos de esta dualidad: “Aquel que, en su vida, no llega a triunfar necesita una de sus manos para separar la desesperación que le causa su destino –aunque lo consigue imperfectamente– y la otra mano para registrar lo que percibe bajo los escombros, puesto que él ve una cosa distinta que los otros, él está, entonces, muerto en vida y no es, esencialmente, más que su sobreviviente” (19 de octubre de 1915).
El escritor inglés William Styron, autor de Frente a las tinieblas y de La decisión de Sofía, describe sus síntomas depresivos como una sensación permanente de estar escoltado por un segundo yo, un observador fantasmático que no comparte la demencia de su doble y es capaz de observar con una curiosidad objetiva mientras que su compañero lucha para impedir el desastre inminente o toma la decisión de abandonarse al abismo. Esta descripción resume patéticamente el drama del hombre desgarrado, “yo como otro”.
A partir de este desdoblamiento se puede interrogar las relaciones de la escritura y la depresión y, con ello, la posibilidad de escribir la depresión. Tal duplicación permite al escritor hacer la crónica de su enfermedad y describir su cuadro clínico a través de la obra artística.
Pero la depresión se caracteriza, con frecuencia, por la inhibición intelectual, sexual y creadora. El escritor conoce estos momentos, y suele hacer de estos períodos de incapacidad de escribir el fundamento mismo de su escritura. La relación de la escritura con su propia imposibilidad es un topos de la literatura contemporánea. “¿Qué es lo que crees que ocurre a un hombre –decía Hemingway– cuando se da cuenta de que nunca podrá escribir los libros y cuentos que se proponía escribir? Si no puedo existir en mi propio estilo, entonces la existencia es imposible para mí, ¿comprendes? Así es como he vivido y así es como debo vivir, o morir.”
El creador vive con su depresividad que, con frecuencia, es la condición misma de la creatividad, a tal punto que habría que preguntarse si la creación no es una depresión. Muy fuerte es el lazo entre la depresión y la creación.
* Fragmento del trabajo “Depresión y creación literaria”.
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