Jueves, 20 de agosto de 2009 | Hoy
Por B. J.
¿Cuántas veces hemos sido testigos de una escena en la que una mamá nos contaba, delante de su hijo, algún suceso familiar, diciéndonos “él no sabe nada”, como si el niño no hubiese escuchado? Pero, también, ¿cuántos profesionales dicen, delante de un niño, “es un trastorno de...”, como si el niño no escuchara?
Hay un tipo de violencia en la patologización de la infancia, en el no reconocimiento de sus tiempos, en la urgencia de que resuelva todos los conflictos en el menor tiempo posible, en los diagnósticos “de por vida”, en el reemplazo de la palabra por la pastilla.
Es una violencia en dos pasos: 1) El niño queda desbordado por los malestares de los adultos; 2) este malestar produce en él efectos de difícil tramitación. Y no se escucha su sufrimiento sino que se lo “diagnostica” y sanciona por los trastornos que muestra.
Nuestra tarea es devolverle al niño el carácter de tal, es decir, de un sujeto en crecimiento, enmarcado en un tiempo de transformaciones, con historia y futuro. Posibilitar el futuro, construir subjetividades, es la tarea que tenemos todos los que trabajamos con niños. Cuando esto no se cumple, cuando se los robotiza, se los estigmatiza, se les niega un futuro abierto e impredictible y se encuentra patología allí donde un niño quiere decir algo, se está ejerciendo violencia.
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