Sábado, 15 de marzo de 2008 | Hoy
SOCIEDAD › EL DíA EN QUE EL CENTRO PORTEñO SE CONVIRTIó EN UN TEMPLO PENTECOSTAL
Rockeros evangélicos, fanáticas de la castidad, artistas devenidos en fieles y un orador apodado El Abuelito se adueñaron por una larga tarde de la 9 de Julio
Por Julián Gorodischer
Los taxistas de Diagonal Norte, viejos conocedores del pulso urbano, decretan que “se largó la ciudad evangélica”. Del centro no se mueve nadie hasta la una y ellos comentan, maliciosos: “Estos bajan de los barcos”. Dicen que es gente extraña; demasiado rubios, pálidos, como “idos” (estimulándose en la parada a sacar el cuero). Es que nadie los para. No parece circular aquí ni un cuarto del millón que promocionaba el pastor en los días previos. “Esto es un renacimiento” (se saluda desde las letras de los boleros de la caribeña Yurissa y los tangos aggiornados de Amelita Baltar, dos de los fieles que trabajan con Palau). Esta es una rama del evangelismo global, a cargo del espectáculo de la iglesia de Luis Palau, el abuelito –por las canas y la sonrisa sacada de un cliché–. El cultivó estrechos vínculos con dictaduras latinoamericanas de los ’70 y ’80, tiene extrema familiaridad con George W. Bush y fue comensal a la mesa de Mauricio Macri, días antes de ser favorecido por un súbito permiso para cortar el tránsito un día hábil en horario pico. El silencio del público anticipa el primer número.
La perorata es distinta del portuñol de la Iglesia Universal del Reino de Dios. Este modelo de castellano-Televisa combate el rasgo local, y por eso la gente de Palau habla el neutro, ese español de bocas bien abiertas pensadas para hacerse entender clarito hasta a cinco cuadras hacia el sur, yendo por la 9 de Julio. “Dios los ama”, es la frase amplificada por las promotoras que ofician de “amigas del festival”. Se presentan como voluntarias y miran tan fijo que es raro que expresen candidez en las antípodas del levante. Sí se permiten el roce, la mano en el pecho del que se les cruza antes de decir la frase: “Sabé que Dios te ama”. Eso mismo repiten distintas personas alterando el orden de las palabras y agregando otras: “Dios te ama, ¿sabés?”, dice la promotora siguiente. Hay una promotora malhumorada que dedica a una señora la frase No empujés, pedí permiso. Es frenada a tiempo: “Tené mejor predisposición: sé más religiosa”. El llamado de atención llegó de un supervisor.
No se percibe ese tonito que se hizo clásico televisivo de las trasnoches brasileñas de dramatizaciones de redención. El enemigo es el umbanda. “La iglesia umbanda mata”, dicen las de una iglesia de Lanús que se empeñan en relativizar la autoridad de cualquier pastor, reacias a los personalismos. Sería hasta Palau un mediador intercambiable o gestor. “Nada de umbanda”, repiten las doñas que se dicen cristianas “de la cabeza a los pies”, y lo repiten los rubios y prolijos enviados de Berazategui, y los de Ortúzar hasta componer una resistencia a un enemigo único. Insisten mucho en que “aquí hay un solo Dios”. Reparten volantes que promocionan: “Más vigor y menos pobreza”.
Algunos chicos y chicas de la gran familia de Palau tienen menos de 18 y están en la 9 de Julio para ver a sus ídolos del rock evangélico de Rescate o de Kyosco, sus bandas preferidas. Ni se inmutan ante los nuevos ejércitos enviados por Mauricio Macri (Inspectores de higiene). Estos ex guardia urbana están para llamar a la policía si los chicos de Rescate insisten en cruzar por la mitad de la avenida. “Pero son tranquis”, halaga una inspectora conmovida por la docilidad. Otros inspectores macristas controlan que los vendedores de la zona de las lonas tiren la basura en los cestos; sólo eso. “No nos autorizan con transeúntes”, reconocen sus limitaciones. “Ya es bastante con no haberme muerto y haber llegado hasta acá”, interviene como si nada Tita, de Lomas de Zamora. Y Yamila, de Espeleta, que pasaba por ahí, se suma al grupo para contar que se hubiera cortado las venas con un puñal de no conocer a Palau. Su padrastro la violó a los 9 y ahora: “No pienso más”. Ese fue el rédito, “el milagro”.
Esta gente empuja hacia el Obelisco con la ansiedad de un pogo rockero, y vuelve abstractos los milagros que los involucran. No presentan sacudidas ni posesiones. Cuando se les menciona la palabra trance, hacen como que no escuchan. Palau –dicen muchos– no es un Dios, y hasta son conscientes del poder temporario que le fue otorgado (ya sea como don o chamuyo): “Dios quiera que caiga otro pastor, no él”, dice Vanesa, de Adrogué, acostumbrada a que el destino mayoritario en cada iglesia y cada barrio fuera la recaída en el alcohol, el paco o la “infidelidad”, de donde vinieron los pastores.
En esta escena evangélica hay más ojos abiertos que entrecerrados, más lucidez que extravío, y la música popular de Amelita Baltar, el baile de Maximiliano Guerra, el aerobic de unas profesoras de un gimnasio invitado a actuar reemplazan a las melodías de alabanza en su sentido más ortodoxo. Amelita canta a Piazzolla, y la letra habilita la lectura evangélica: “Renacer en Buenos Aires...”. “Yo querría que los drogados vengan coriendo hacia Jesucristo”, empieza a gritar el “abuelito”, y toma carrera. “Dios quiera que la muchachada elija bien a la mujer con la que se va a casar. Y que ellas esperen. Queridos muchachos, ¡no se dejen llevar!”.
Atrás espera la rama dura de la creencia. Acorazados a la altura de Sarmiento. Raúl y sus 18 mujeres, de Los Soldados de Jesús de Ituzaingó, dicen que son pocos “pero cómo gritamos, dios mío”. Están con sus remeras bordó: Soldados, se lee. El color se eligió por una promo de la modista. No representa a la sangre de Cristo. Ellos, como las otras iglesias que participan son, todas juntas, “el cuerpo de Cristo” –dicen–. Sólo órganos sólidos pero no están contemplados los fluidos. Martín Russo anuncia más números vivos. Las fans de Rescate no van a parar hasta llegar al camarín. “Al mirar en tus ojos puedo ver a pleno sol”, cantan bajito. Los fondos pertenecen a la hinchada de las banditas. “Sos la calma y la tempestad”, tararean. “Nunca le cantamos a un hombre”, justifican antes de ruborizarse en pleno estribillo de bolero.
Y justo Palau vuelve al micrófono y les pide “que no se manchen antes de tiempo. Que no se droguen, que no vayan a bailar. Parece haberse ensañado con las fans de Rescate, porque mira vagamente a su sector cuando dice: “Libres de pecado, de vergüenza”. Las halaga que las registre entre tanta masa. El les pide que vayan a la cama temprano, sin yirar más allá del recital bendito. “El quiere que tengas un matrimonio lindo, que cuides la vida desde el vientre (entonces dos se dan la mano, una tercera susurra a otra: Dios te ama, y se lo pasan en un teléfono roto que termina en Te ama Dios). El quiere que te cuides de la borrachera y la fornicación”. La expresión extasiada de las fans de Rescate sigue en sus caras cuando se anuncia la desconcentración por Avenida de Mayo.
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