Sábado, 15 de marzo de 2008 | Hoy
SOCIEDAD › OPINION
Por Juan Cruz Esquivel *
Centenas de miles de personas se concentran en el Obelisco. Algún desprevenido duda y se pregunta si Argentina salió nuevamente campeona del mundo. Pero las canciones y las alabanzas difieren de las de los estadios de fútbol. Definitivamente, no están para conmemorar ningún triunfo deportivo, sino para participar de un acto religioso. ¿Qué los motiva? ¿Por qué tanta gente? ¿Cuál es la clave para el éxito de una movilización que hoy muy pocos serían capaces de convocar? “Es amigo de Bush”, dicen algunos. “Es de derecha”, agregan otros.
Más allá de que tales aseveraciones puedan ser ciertas, resultan insuficientes para explicar que en una Argentina “oficiosamente” católica, son los evangélicos los que “copan” la mismísima avenida 9 de Julio, emulando por un momento los cierres de las campañas presidenciales. Si nuestro propósito es profundizar y comprender este fenómeno, es indispensable transitar por una línea de pensamiento que trascienda –o incluso que contraríe– el sentido común.
La estructuración horizontal de la heterogénea comunidad evangélica, sin una cabeza central como es el caso del Papa para los católicos, se refleja en los millares de templos que se encuentran diseminados por todo el país. Estas iglesias, carentes de una cadena burocrática de mando, se caracterizan por un funcionamiento institucional sumamente ágil.
Relacionado con lo anterior, la construcción del vínculo entre el pastor y la feligresía es más personal que institucional. Las redes de socialización que se construyen en el interior de las casas de culto generan espacios de contención para creyentes que encuentran respuestas a sus necesidades espirituales.
A ello cabe agregar que el contenido del mensaje evangélico, de carácter intimista, ofrece certezas “aquí y ahora”. Innumerables estudios sociológicos relatan cómo individuos, histórica y culturalmente católicos, se hicieron evangélicos, entre otros motivos, por encontrar un ámbito de resolución a sus problemas familiares, de salud, drogadicción, alcoholismo, etcétera.
Por otro lado, la utilización del espacio público y la extensa repercusión mediática del acto de Palau reafirma, una vez más, que la modernidad no ha supuesto la desaparición de lo religioso ni tampoco su confinación al ámbito de lo privado. Si bien es cierto que la religión ha perdido la posición medular que ocupaba en las sociedades medievales (la política, la economía, la ciencia, el arte ya no precisan de la legitimidad religiosa para su desarrollo como esfera de la sociedad), lo que prevalece es una reconfiguración del campo religioso, cuya característica central es la diversidad.
Estamos asistiendo a un proceso de individuación de las creencias y prácticas religiosas que se traduce en una mayor movilidad de los fieles entre las crecientes opciones que median con lo trascendente. Se puede creer sin necesidad de pertenecer a una determinada organización religiosa. Se puede participar de un acto masivo de un culto en particular, sin identificarse con el mismo. O se puede identificarse con una religión, sin cumplir con las pautas doctrinarias de aquélla. Identidades más efímeras y comportamientos cotidianos que desbordan los marcos normativos institucionales completan el estado de situación actual en materia religiosa.
En una Argentina acostumbrada a que el espacio público se nutra de la iconografía y la feligresía católica, la presencia evangélica nos muestra que la pluralidad es un elemento constitutivo de nuestra contemporánea sociedad.
* Doctor en Sociología. Profesor de la UBA. Investigador del Conicet.
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