Jueves, 19 de junio de 2008 | Hoy
SOCIEDAD › CUATRO AñOS A UN POLICíA MENDOCINO POR BALEAR A UN CHICO EN UNA COMISARíA
El agente de la 33ª de Mendoza Claudio Vaca fue condenado a cuatro años por asesinar a Jonathan Oros, de 18 años. El policía argumentó que el joven entró a los balazos a la comisaría. Pero un testigo dijo que fue una ejecución. Las contradicciones.
Por Horacio Cecchi
En Mendoza, el ex agente de la comisaría 33ª, del barrio San Martín, Claudio Vaca fue condenado a cuatro años por homicidio en exceso de legítima defensa. El exceso consistió en balear a Jonathan Oros, de 18 años, dentro de la comisaría y con testigos que dijeron haber visto cómo ejecutaba al chico. La legítima defensa es confusa tanto en lo legítimo como en el aspecto defensivo: la versión policial se contradijo en varias ocasiones, en detalles como la cantidad de disparos y el calibre del arma. Incluso, los policías fueron los únicos que lo vieron armado, pese a que un testigo insistió en seis declaraciones que el joven estaba desarmado y que el policía lo ejecutó en el patio de la comisaría.
Los jueces de la Séptima Cámara del Crimen, Agustín Chacón, Gabriela Urciuolo y Pedro Carrizo, coincidieron con el pedido de la fiscal, Susana García, que solicitó una condena de 4 años, mientras que los abogados de la querella, Pablo Salinas y Varela Alvarez, pidieron 12 años. La defensa ejercida por Ana Granados solicitó la absolución porque estaba a la vista la inocencia de su defendido, el “Gordo” Vaca.
En la argumentación defensista se traslucen los hechos tal cual fueron o dijeron que fueron el acusado y sus compañeros (a quienes el tribunal ordenó abrirles una causa por encubrimiento agravado tras el juicio).
Según un testigo presencial que declaró en seis ocasiones desde que se inició la causa, Jonathan Oros había sido detenido alcoholizado en el frente de la comisaría 33ª. El testigo vio cuando el agente Vaca ejecutaba al chico en un patio de la seccional. Una mujer que logró ser ubicada durante la investigación, Anselma Carabajal, declaró exactamente lo mismo, pero no pudo ser ubicada para declarar en el juicio.
La versión de Vaca, la de la legítima defensa sin excesos, estaba sostenida por tres pilares: la versión de sus colegas Ricardo Moyano y Mónica Arias, además de la propia. El problema de los pilares es que no coincidía con nada de lo recolectado por los peritos y por el sentido común. Por un lado, Vaca dijo que el chico estaba armado. En efecto, le encontraron un arma calibre 22. “El clásico ‘perro’”, señaló el defensor Pablo Salinas, refiriéndose a un arma plantada. Por qué pensar de ese modo: porque las vainas que se encontraron alrededor del chico eran de calibre 22, pero pertenecían a otra pistola, según demostraron los peritos oficiales. En términos de jardinería, le plantaron un limonero que dio manzanas.
A su vez, Vaca fue visto por el testigo con dos pistolas 9 milímetros en la mano, ejecutando al chico. El policía y sus pilares sostuvieron que disparó dos veces. Pero la realidad demostró que había sido atravesado dos veces en el pecho y una en el tobillo. Según Salinas, “Jonathan era Aquiles, porque le dispararon dos veces en el pecho y se siguió peleando y recién murió cuando le dieron en el tobillo”. Para los policías, el disparo en el tobillo en realidad se trató de una misma bala que ingresó por el tórax, con orificio de salida, rebotó contra una pared y, la muy dañina, volvió sobre sus pasos e impactó en el tobillo. No contaban con que el chico tenía tres huecos de entrada y tres de salida. Podría ser, aunque habría que reservar derechos para el Guinness, que como sostuvo la defensa, la bala hubiera entrado de nuevo y vuelto a salir. Lo que no pudieron explicar jamás es el asunto de las tres vainas 9 milímetros disparadas por las armas del Gordo Vaca.
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