Miércoles, 8 de septiembre de 2010 | Hoy
SOCIEDAD › ENTREVISTA A MARTHA PELLONI, A VEINTE AñOS DEL CRIMEN DE MARíA SOLEDAD MORALES
La religiosa que impulsó la lucha contra la impunidad en Catamarca dice que después de la condena a Luque y Tula “hubo una decisión política de no investigar”. Sostiene que el episodio “fue el puntapié inicial de esto que hoy es la mafia, el crimen organizado”.
Por Eduardo Videla
Después de tres años, la monja Martha Pelloni vuelve a Catamarca. Se cumplen hoy veinte años del crimen de María Soledad Morales y ella, que apoyó desde el inicio las marchas del silencio en reclamo de justicia, asistirá a las dos misas que se celebrarán en memoria de ese hecho. Una, en el Colegio del Carmen y San José, donde fue rectora; la otra, en la capilla de Villa Dolores, junto a los familiares de María Soledad. Aquella protesta de hace dos décadas terminó con la caída del gobierno de Ramón Saadi y con la condena a dos de los acusados por el crimen. También participará de un debate con los estudiantes de los años superiores del colegio que tuvo a su cargo. “Quiero hablar de lo que ocurrió con María Soledad, que fue consecuencia de un hecho de reclutamiento de trata: era lo que hacían todos los fines de semana, para estar con una chica distinta. Les entregaban chicas a ese grupo de jóvenes. Fue el puntapié inicial de esto que hoy es la mafia, el crimen organizado”, dice la religiosa. “Quiero traer el tema de María Soledad y lo que pasa en los boliches hoy, donde van nuestros jóvenes. Clivus (el boliche donde se vio por última vez a la adolescente asesinada) ya no está más, pero hay otros. Quiero que vean que la trata y la droga van juntas y cuáles son las metodologías de seducción.”
Hace tres años que Martha Pelloni no va a Catamarca. Habla con frecuencia con Ada Morales, para Navidad, Año Nuevo, Pascuas, para el Día de la Madre y cada aniversario del asesinato de María Soledad. “Con la única que hemos cortado definitivamente es con la doctora Lila Safe, la que fue la abogada de la familia Morales”, aclara.
–¿Cuáles son las metodologías de seducción de las organizaciones criminales?
–Chicos muy presentables, que aparecen en los boliches, invitan a las chicas a salir. Les dan drogas en una proporción tan mínima que en un mes se perciben pequeños cambios de conducta, como por ejemplo querer dejar el colegio, irse a Buenos Aires porque les prometen buenas posibilidades de trabajo. Yo he tenido experiencias en ese sentido, hemos logrado rescatar chicas. Hubo un caso en Curuzú Cuatiá, en Corrientes: como no pudieron captar a una chica, aparecieron después cerca de la escuela con una camioneta con vidrios polarizados, se bajaron tres tipos y la metieron adentro y se la llevaron. Le daban pastillas para drogarla. Ella iba al baño, devolvía y se hacía la loca como si estuviera drogada. Así pudo escaparse. Hoy está en Buenos Aires.
–¿Cómo ve la provincia de Catamarca veinte años después del crimen?
–Yo me muevo en los temas que tienen que ver con la trata y la droga. Lo que sé es que el feudalismo de los Saadi ya no existe y que el gobernador Brizuela del Moral no es un hombre corrupto. Pero la corrupción de las instituciones no se ha saneado en el país. Nosotros tenemos un país con instituciones corruptas y para terminar con eso son necesarias decisiones políticas del gobierno nacional. Por ejemplo, no se explica el porqué de la falta de radares para controlar las fronteras.
–¿Cree que en el caso María Soledad se hizo justicia?
–Hubo un mínimo de justicia que es la condena a Luque y a Tula. Pero Luque no fue solo, se habló del hijo del jefe de policía, de los hermanos Jalil, de un sobrino de Saadi. Por eso uno no sabe por qué Luque no repartió responsabilidades. Y el encubrimiento fue muy grande. No se olvide de que murió gente, mataron a un colectivero equivocado, el padre Carrizo, que murió sugestivamente de una hemorragia no atendida, después de que lo vio un médico del gobierno de los Saadi.
–¿Y por qué cree que se frenó la investigación?
–Fue una cosa insólita, desde que ocurrió el crimen pasaron ocho años hasta el juicio oral y público.
–Pero en ese juicio pidieron que se investigara a otros responsables y a los encubridores, y no se hizo nada.
–Hubo una decisión política de no investigar. No se olvide de que en el gobierno estaba Menem todavía. Menem fue el que manejó todo, mandó al juez (José Luis) Ventimiglia para que investigara pero no esclareciera. De hecho, le pagó otorgándole el manejo de un registro automotor, aunque le había prometido un juzgado federal, motivo por el cual quedó muy disgustado. Nos enteramos de que la doctora Safe también había sido tocada por Menem, lo mismo que el interventor (Luis) Prol. Tuvimos a los enemigos adentro de nuestra casa.
–¿Qué le reprocha a Safe?
–Yo no tengo pruebas de esto, pero sé que Ventimiglia ha comentado ese arreglo de Menem con la doctora Safe, con Prol y con él. Me enteré por Simón Lázara, de la APDH, que en una marcha me comentó que se lo había dicho Ventimiglia.
–¿Cómo recuerda el comienzo de las Marchas de Silencio, la decisión de salir a pedir justicia?
–Las alumnas del colegio fueron las iniciadoras de las marchas. Recuerdo que esa mañana que salieron por primera vez a la calle (el 14 de septiembre de 1990) yo tenía sentado en la dirección al jefe de policía, que me estaba asustando y amedrentando para que las alumnas no salieran. Yo logré que lo hicieran en silencio, acompañadas por los padres de familia, sin que se enterara el jefe de policía de que desobedecíamos el consejo.
–Es decir que en la primera marcha usted no estuvo.
–Yo estaba con el jefe de policía, que durante tres horas estuvo largando las tres hipótesis que tenía: que había sido un crimen pasional, que era una secta que había pasado y tiró el cadáver en el camino o que era un ajuste de cuentas. Mientras, los chicos salían a esa primera marcha. Y como los centros de estudiantes trabajaban juntos desde una radio comunitaria porque era la semana de los estudiantes, se sumaron después todos los colegios para acompañar a nuestras chicas. Pero además la marcha salió en silencio porque era un día de duelo.
–Después de eso, ¿hubo más presiones sobre las estudiantes?
–El primer error que yo cometí por ignorancia fue que al día siguiente cayó la Policía Federal, de Buenos Aires, y me proponen que, para que las chicas no sufrieran el trauma de ir a declarar a la comisaría, si ellos podrían tomarles declaración en el mismo colegio. Entonces habilité una oficina donde se instalaron, con la doctora Safe, la abogada que habíamos puesto, y de a una las llamaban. Ahí vino la apretada. Después me di cuenta de que los chicos, por ser menores, debían estar con sus padres o con un asesor de menores. ¿A quién apretaron? A la amiga íntima de María Soledad, la última que la vio. La madre de esa nena después tuvo una financiera de quiniela, le arreglaron la casa. Esa chica nunca habló. Creíamos que el colegio era la protección, pero nos equivocamos.
–Las otras marchas ya no fueron de duelo...
–Fueron en reclamo de justicia. Llegó un momento en que yo fui al medio de las marchas, porque el reclamo era de toda Catamarca. Los dejé a los papás ahí adelante, porque los padres eran los abanderados del reclamo por María Soledad.
–¿Hubo utilización política de las marchas?
–Totalmente, de todos los costados. A mí me vinieron a ver todos los dirigentes políticos, tocando el timbre a horas insólitas para que los recibiera, todos menos los saadistas, para ofrecerme una candidatura. Paralelamente a eso, la mafia de Menem mandó a Juan Carlos Vega, de derechos humanos de Córdoba, y descubrí que él fue para apuntalar el Frente Esperanza que impulsaba Menem. Primero lo mandaron a Miguel Angel Toma, para que viéramos quién podía ser el candidato. Podía ser (Mario) Marcolli o un peronista no saadista. Nosotros veíamos que todos eran delincuentes. Entonces, decíamos no. Hasta que se armó el Frente Cívico y Social y se decidió que el candidato iba a ser Arnoldo Castillo.
–Que había sido un gobernador de la dictadura...
–De la dictadura y caudillo. Era lo que había y se lo eligió para tirarlo a Saadi.
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