Sábado, 9 de abril de 2011 | Hoy
SOCIEDAD › LOS ORADORES DEL NUEVO TEDXBUENOS AIRES CAUTIVARON AL AUDITORIO EN LA RURAL
Hubo conferencias de las disciplinas más diversas. Y seguidores en vivo –fueron mil, todos por riguroso sorteo– y por Internet. Fue un maratón para descubrir ideas y experiencias. También hubo pantallas gigantes en la Plaza San Martín y en la Villa 31.
Por Soledad Vallejos
Ni ciencias duras, ni especulaciones del futuro más o menos inmediato, ni revelaciones sobre experiencias humanas conmovedoras: TEDxBuenos Aires, la jornada de charlas con “ideas que vale la pena divulgar”, terminó con alguien que, ante las cámaras que lo transmitían por Internet y a pantallas de Plaza San Martín y la Villa 31, puso en escena cómo es estar atravesado por la música. Habían transcurrido algo más de diez horas con 15 charlas, y Marcelo Arce, definido como el “music man”, explicaba ante unas mil personas qué era esa cabalgata sonora (y visual, había una pantalla con imágenes ad hoc tras él) capaz de comenzar en Beethoven, pasar por Queen y desembocar en Vivaldi. “¡Viva la música! ¡Viva el arte, el arte salva!”, exclamó el expositor al terminar su intervención, y largó a ese millar de testigos al anochecer de Palermo, con música en los oídos y las vivencias mezcladas de una jornada tan extensa como ecléctica.
Aunque la penumbra del salón invitaba a concentrarse en los expositores, de a ratos la platea parecía un cielo tachonado por estrellitas: eran los smartphones, las tablets pc, las netbooks, todos los dispositivos digitales con los cuales, por si alguien no pudiera acceder a las transmisiones oficiales (un streaming de video con su audio en distintos sitios de internet), los de adentro contaban a quienes estaban lejos qué estaba sucediendo puertas adentro. Por algo, en Twitter, la más dinámica de las redes sociales, el ha-shtag (la etiqueta que designa un asunto de conversación) #TEDxBA fue Trending Topic (tema del momento) en Argentina. Por allí circularon historias de espiritualidad, de ciencia que está lejos de ser ficción, de casos individuales convertidos en ocasión de inspiración, de empoderamiento comunitario y construcciones políticas en escenarios improbables, de artes, tecnología, vida cotidiana y el sutil cambio en la historia de las mentalidades que estamos transitando quizá sin notarlo. El tiempo, siempre escaso afuera de la sala, alcanzó para todo eso, y repetirá su cadencia, como una biblioteca sin fin y siempre disponible, a partir de unos días en www.tedxbuenosaires.org, cuando estén online los videos de las exposiciones de ayer.
Faltaba poco para las tres de la tarde cuando el musicólogo Sergio Aschero mostraba un video que acreditaba su experiencia intensa y excepcional con una comunidad wichí de Formosa: en un mundo donde la oralidad reina hasta tal punto que la memoria escrita no existe, él y ellos trabajaron en conjunto hasta dar con un sistema de anotación musical. Con él, inventaron sonidos propios y crearon partituras que, en lugar de las líneas y los signos musicales, se sirven de colores y un código de rectángulos. Lo enseñó, Aschero, al público presente en el salón, jurando y perjurando en que pocos minutos todos serían capaces de leer música aun cuando carecieran de formación específica. Así de sencilla, así de democrática, insistía, es la “numerofonía”. Al cabo de unos instantes, ante la grafía de su sistema (certificado y reconocido por el Ministerio de Educación y Ciencia español), la concurrencia entera tarareaba notas que hace minutos desconocía. La Oda a la alegría de Beethoven y la Ofrenda musical de Bach pasaban en las diapositivas, en su escritura tradicional, donde “lo que se ve es muchas veces lo que no juega”, y la numorofónica, donde “lo que se ve siempre es lo que suena”. Llegó, entonces, la sigla TED escrita en esos rectángulos singulares: “A ver, leámoslo. De arriba abajo, de izquierda a derecha”, propuso Aschero. Y la platea volvió a entonar una seguidilla de “papapa pa papa ¡pa!” guiada por el maestro, que en cuanto los aplausos se lo permitieron pidió que, en el escenario, lo acompañara su mujer, Mirta. Porque “los dos somos partes de uno”, explicó. “Todos juntos vamos a leer y cantar esa música del coro wichí que vieron al principio”, arengó ella, que no debió insistir antes de escuchar a la platea siguiendo la melodía y la letra: “Wichi na/ t’i choy we t’ha/ hâp tai sis alpacas/ wet ische hen”.
Poco después, el bioquímico doctorado en Ciencias Naturales Fernando Pitossi advirtió que “después de tanto papá-papá hablaremos de mamá: las células madre”. No se trató, sin embargo, de una intervención tan preocupada por acercar el detalle de procesos complejos, como por poner en crisis certidumbres vitales a partir de saberes biológicos. “La capacidad de cambio la tenemos dentro nuestro. El cambio es posible. Lo tenemos todo el tiempo y es pilar de nuestra salud”, dijo, para insistir en que el equilibrio –aun el físico– no es estabilidad sino transformación permanente. ¿Cómo se cuantifica la capacidad de cambio? “En realidad, cambiamos tanto que nunca somos los mismos”, desarrolló Pitossi, que, a partir de su trabajo de laboratorio sobre muerte y regeneración neuronal, insistió, aprendió que la vida siempre lleva en sí la muerte. “Es como dijo María Inés Mato –señaló, en referencia a la nadadora en aguas frías que había hablado unas horas antes–: ‘El secreto es el cambio’. Y es que lo único que sabemos cuando nacemos es que nos vamos a morir.”
Las inquietudes no se pudieron haber aquietado con la tan breve pero intensa exposición de Manuel Lima, fundador de la web visualcomplexity.com, una de las “50 personas más creativas del mundo” según la revista Creativity en 2009, y apasionado comunicador de las relaciones entre el mapeo y el trabajo en red. “Todo está conectado”, el lema que gobierna investigaciones y búsquedas suyas y de artistas, científicos, programadores y geeks de todo el mundo, pone en palabras, afirmó, un cambio de mentalidad del cual pueden ir viéndose trazos en las artes, los estudios sobre el cuerpo humano, las formas que va adquiriendo el mundo, pero también los modos de abordarlo.
Poco después, Las meninas, de Diego Velázquez, ocupó la pantalla al fondo del escenario: el artista plástico Pablo García Reinoso desgranaba la no siempre sencilla relación entre el arte y el poder a partir de esa imagen célebre. Entonces, las redes volvieron a surgir: “Los ejes (del poder, del pensamiento) están cambiando”, dijo, pero “hay masa crítica pensante a la que podemos llegar gracias a la conectividad”. Es preciso “inventar nuevas metáforas con los nuevos códigos de hoy”, algo que sólo puede hacerse a partir de “ver el pasado para proyectar el futuro”. De eso, en parte, trató la exposición a dúo entre el ginecólogo Jorge Gronda y la dirigente colla Rosario Quispe, quien narró cómo los emprendimientos de un grupo de mujeres se volvieron articulador fundamental de la sociedad. Sólo queda un pendiente: “El sueño más grande: crear una universidad en la Puna”, para que los jóvenes no deban irse, para que la propia comunidad pueda disponer y apropiarse de otros saberes desde su propia perspectiva.
“La vida sin sacrificio no lleva a nada”, dijo el ex Puma Agustín Pichot poco antes del final a toda orquesta de Arce. Recordando cómo descubrió qué significaba auténticamente integrar un equipo, cómo era liderar y “esa cosa tremenda” que puede generar la motivación, compartió en una charla signada por la nota emotiva: “Para llegar, hay que escuchar al de al lado” y “querer los imposibles”. “Existen los imposibles.”
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