Viernes, 18 de mayo de 2012 | Hoy
SOCIEDAD › ALICIA BONET CUENTA COMO VIVE EL JUICIO POR LA MASACRE DE TRELEW
Su primer esposo, Rubén, fue uno de los 16 fusilados en la base Almirante Zar. Ella peleó por años en busca de justicia y hoy será la primera en dar testimonio en el juicio a los responsables de aquella masacre. Habló con Página/12 de su historia y sus expectativas.
Por Ailín Bullentini
Alicia Bonet está agotada y preocupada, dice. Sabe que la tarea que le toca hoy no es fácil, pero no porque tenga que reconstruir –una vez más– la historia que la obliga a sentarse frente al Tribunal Oral Federal de Comodoro Rivadavia. Es la primera persona que brindará su testimonio en el juicio por la Masacre de Trelew. Tampoco porque le cueste recordar cada detalle de lo acontecido hace poco menos de 40 años. Lo difícil será contar su historia, ésa que la une eternamente a Rubén Bonet, su compañero, primer esposo y una de las 16 víctimas del fusilamiento cometido en la base aeronaval chubutense Almirante Zar, delante de quienes están acusados de haber apretado los gatillos de las metrallas aquella madrugada del 22 de agosto de 1972. “Yo no vi a personas la primera vez que los tuve enfrente (en la inauguración del juicio, la semana pasada). Yo sólo vi figuras de hombres mayores cubiertas de sangre. En mis ojos apareció eso”, relató. Pese al obstáculo, más emocional que visual, que la cansó y la mantiene nerviosa, sabe que éste es un buen momento, “el más esperado”: “Siento que mi declaración es fundamental”, sentenció.
–¿Siente alguna responsabilidad especial por ser la primera en dar su testimonio?
–Es que soy la primera persona que, como familiar de una de las víctimas, va a contar todo lo que vivió y lo que pasó en Trelew con los 16 muertos y también lo que dijeron los sobrevivientes en Buenos Aires. Soy, además, prácticamente la única que vivió todo en ese entonces y que está viva para contarlo. Llevo en mis espaldas esa responsabilidad, en nombre de todos los familiares que siempre me pidieron que hablara. Era la más joven, era la que más sabía de los asesinatos. Los únicos que me acompañaron entonces fueron los abogados de algunos de los muertos, Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde. A Rodolfo la Triple A lo asesinó en el ’74. Eduardo me abandonó hace poco. Con él, sobre todo, compartí estos difíciles 40 años de lucha.
Alicia conoció a Rubén Monet en 1964. El, un militante y obrero de 21 años, la vio en la puerta de la fábrica en la que trabajaba ella, que entonces tenía 19 y repartía volantes con sus compañeros de militancia. En el ’65 se casaron, en el ’66 nació su hijo, en el ’68 su hija. En el ’71 detuvieron a Rubén por razones políticas. Devoto, primero. Rawson, después. La base y la muerte, finalmente.
–¿Qué pasó en ese tiempo? ¿En qué consistió esa lucha?
–La iniciamos ellos como abogados y yo como familiar el mismo día en que ocurrió la masacre. Nos habíamos conocido en las cárceles. Cuando pasó todo esto, la relación se vuelve más fuerte y el sufrimiento se vuelve común. No hay un juramento de por medio, pero hubo un pacto de no dejar nunca de luchar porque se diga verdaderamente lo que pasó en Trelew, cada uno desde el lugar en el que se encontrara. A una semana de los fusilamientos denuncié a la Armada por los asesinatos en Buenos Aires. Ese juicio se frenó, pero tuvo algunas acciones. Un juez ordenó la autopsia del cuerpo de mi marido. Luego, un tribunal les tomó declaración a los tres sobrevivientes (Alberto Camps, Ricardo Haidar y María Antonia Berger) que todavía estaban en la enfermería en Devoto, incomunicados. Nos ocupamos de difundirlas inmediatamente. Cuando salimos de la cárcel con sus versiones, teníamos en la mano la verdad sobre Trelew. Después empezó un período complicado: la presidencia de (Héctor) Cámpora, el Devotazo (la amnistía de entonces a los presos políticos) y el comienzo de la Triple A. En sus listas estábamos los abogados y los familiares de Trelew, señalados para ser asesinados.
El período fue realmente complicado. Alicia y su familia –los dos hijos que había tenido con Rubén, su segundo esposo y el bebé de ambos que llevaba en la panza– debieron pasar a la clandestinidad cuando asesinaron a Ortega Peña. En las vacaciones de invierno de 1977 cruzaron a Brasil, con documentos falsos que ella misma fabricó. Pidieron asilo político a las Naciones Unidas. Francia los terminó acogiendo. Allí vive desde entonces.
–¿Cómo mantuvo la batalla por Trelew desde el exilio, con la impunidad de las leyes de los ex presidentes Ricardo Alfonsín y la ignorancia de los ’90 durante el gobierno de Carlos Menem?
–Nunca paré. Escribí artículos para explicar lo que había pasado en la Masacre de Trelew. Les escribí a los docentes argentinos para que lo enseñaran en las aulas; a los senadores y diputados de la Nación para que cumplieran con la Constitución y exigieran justicia. Mandé a cada presidente una carta abierta explicando lo que pasó en la Base Zar y pidiéndoles lo mismo: justicia. El único que me contestó fue Néstor Kirchner. Y en esto tuvo mucho que ver Duhalde. Cuando fue nombrado por Kirchner secretario de Derechos Humanos no se olvidó de lo que siempre quiso: llevar a juicio a los muertos de Trelew. En 2005 Kirchner me invitó al país, hacía poco se habían derogado las leyes de impunidad. Me preguntaron qué quería hacer con Trelew y yo pedí que se retomara la causa, que se transformara el aeropuerto en un espacio para la memoria y que se abrieran los archivos de la Armada. El entonces presidente me contestó que haría todo lo que estuviera en su poder para que todo aquello se llevara a cabo.
En el 2007, Alicia regresó al país, esta vez acompañada por sus hijos y sus nietos, para la inauguración del aeropuerto viejo de Trelew, allí en el que su compañero y el resto de los jóvenes asesinados se entregaron a las fuerzas de seguridad tras intentar fugarse de la UP6, transformado en centro cultural. Ese día declaró ante el juez Hugo Sastre, a cargo de la instrucción de la causa.
–¿Cómo vivió el inicio del juicio?
–Es sentir que el túnel de 40 años de lucha y espera llega a su fin. Fue postergado muchas veces durante estos años. Fue muy largo el proceso de prepararse para la largada y que no se haga. El día de la inauguración fue de una emoción difícil de explicar, porque no sabíamos si estábamos viviendo la realidad o era imaginación. Sin embargo, fue duro enterarnos de que los represores estaban libres. Teníamos información de que estaban presos aunque sea en sus domicilios. Que estén libres nos pareció inmoral desde el punto de vista humano: verlos llegar libres, saber que van a la misma confitería que nosotros, que duermen en los mismos hoteles que nosotros, como me pasó a mí, es algo inconcebible. Pero los jueces autorizaron que esto se mantenga. Aunque siempre confié en la Justicia. Desde el primer día supe que debía avanzar en este camino para saldar lo que ocurrió con mi compañero y el resto de los chicos.
–¿Qué fue la Masacre de Trelew para usted?
–Es el momento en que se puso en práctica por primera vez en tanto política de Estado, la teoría que plantea que hay que eliminar físicamente a todo aquel que se opusiera a las ideas gobernantes. Es la primera muestra del terrorismo de Estado que luego se convirtió en 30 mil desaparecidos. En Trelew, el Estado argentino asesinó a jóvenes de alrededor de 20 años por pensar diferente. Estaban presos hacía mucho, a disposición del Poder Ejecutivo Nacional, no estaban en ninguna acción subversiva. Eran todos militantes de diferentes organizaciones políticas, pero compartían la idea de que era insoportable vivir de golpe militar en golpe militar, insoportable la injusticia que había en Argentina, compartían las ganas de cambiar el país por uno más justo socialmente. Por eso los mataron: desnudos, indefensos, desarmados, reducidos en celdas, rodeados permanentemente de soldados y de marinos listos para disparar.
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