Martes, 11 de septiembre de 2012 | Hoy
SOCIEDAD › OPINIóN
Por Alberto Sileoni *
“Maestra, sáquelo bueno, así puede tener una vida distinta a la que tuve yo.” Esa frase que alguna vez le escuché a Hugo Yasky, se repite –real y simbólicamente– todas las mañanas en las puertas de las escuelas argentinas, cuando las familias llevan a sus hijos a clase. Desde Antofagasta de la Sierra hasta Tolhuin, de una punta a la otra de la patria, a los educadores argentinos les confiamos lo más importante que tenemos: nuestros hijos.
Confianza en sus conocimientos, en el compromiso con la tarea de educar, en el cuidado y amor que ofrecen a sus alumnos. Confianza, siempre; en su testimonio político que los convirtió en uno de los colectivos más castigados por la dictadura militar. Confianza, porque se opusieron con tenacidad a las reformas irresponsables de los años ’90; confianza porque sostuvieron la escuela y el Estado, cuando las instituciones colapsaban en los días de la desesperanza argentina.
El gobierno nacional, nuestro Ministerio de Educación de la Nación, a sus educadores les tiene confianza.
Eso no impide que discutamos, que a veces tengamos puntos de vista distintos con las organizaciones que los representan, como quedó expuesto a comienzos del presente año, pero no nos olvidamos de que sin ellos no sería posible ningún camino, ninguna reparación, ningún destino como sociedad.
Junto con nuestros educadores defendemos contra viento y marea lo que hemos logrado en estos años. Frente a los que cuando fueron gobierno tomaron la decisión de no invertir y ahora aseguran que el 6,40 por ciento del PBI es insuficiente; frente a aquellos que les “revolearon” a las provincias las escuelas sin los recursos necesarios; frente a los que afirman que faltan políticas y al gobernar impusieron una reforma realizada de espaldas a los docentes, convirtiendo el sistema educativo nacional en un archipiélago sin identidad ni rumbo.
Con ellos nos comunicamos de frente; no necesitamos canales alternativos. Tratamos de consolidar su tarea dotándolos de recursos: construcción de escuelas, distribución de netbooks y libros, mejora en salarios y en condiciones de trabajo, capacitación y tantas otras medidas que exhibimos con orgullo, pero no nos impiden ver cuánto falta todavía.
Nunca les pedimos que confeccionen listas de estudiantes “peligrosos”, ni alentamos la delación en o hacia las escuelas. A pesar de la enorme campaña de los medios hegemónicos que intentan infundir el miedo en la sociedad, ratificamos, una vez más, la necesidad de que las escuelas abran sus puertas a la libre circulación de ideas, conscientes de que los adultos que las conducen están capacitados para decidir cuándo es el momento apropiado para hacerlo.
Bienvenido este tiempo de la democracia recuperada por todos los argentinos. Nuestra sociedad se debate entre la ampliación de la frontera de los derechos para los más jóvenes o la reiteración nostálgica de un autoritarismo de denuncia política. En un proyecto se invita a los jóvenes a la participación ciudadana, mientras que en el otro la política es despreciada como práctica social y se intenta erradicarla.
La escuela es, ante todo, el lugar de la dignidad de la palabra; trabaja para empoderar a sus jóvenes, dándoles la palabra. En ese sentido, preferimos los posibles riesgos que se puedan cometer en el ejercicio de la libertad, a la prohibición de libros, a la utilización de espías y cámaras de control y a los sumarios desproporcionados.
Como docentes pensamos que reconocer a los alumnos es un punto de partida ineludible en el proceso de transformación que comenzó en 2003 en el sistema educativo argentino. Confiar en los docentes implica, además, confiar en la capacidad ilimitada de aprendizaje de los estudiantes, cualquiera sea su origen y condición social.
La recuperación de los docentes como sujetos culturales se encuentra enraizada en las mejores tradiciones pedagógicas latinoamericanas, que no conciben un alumno idealizado sino un sujeto ético-político, con todas sus particularidades y sus especificidades.
¿Cómo no vamos a creer en nuestros maestros? Si todas las mañanas las familias argentinas les tributan el gesto humano de entrega más profundo que se pueda tener: confiarles lo más importante, quizá lo único importante que tienen, sus hijos e hijas, para que los eduquen en libertad, para poder construir con ellos una sociedad mejor.
* Ministro de Educación.
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