Viernes, 22 de febrero de 2013 | Hoy
SOCIEDAD › REABRIERON EL CENTENARIO, ENTRE QUEJAS DE VECINOS Y PUESTEROS
Sólo quedaron libres dos pequeños sectores. El resto de las 12 hectáreas quedará cerrado bajo llave a partir de las 21. Ayer abrió –y cerró– con más presencia de policías de la Metropolitana que de guardianes de plaza.
Sin tener en cuenta las protestas ni consultar a los vecinos del barrio porteño de Caballito, ayer se pudo apreciar el enrejado casi total del Parque Centenario, dispuesto por el Ministerio de Ambiente y Espacio Público del Gobierno de la Ciudad. Este espacio verde, el más importante de la Comuna 6, en adelante sólo podrá utilizarse entre las 8 y las 21, en verano, y hasta las 20 en invierno. “El parque enrejado va a ser mucho mejor para la gente”, dijo durante la reapertura Horacio Rodríguez Larreta, jefe de Gabinete de la Ciudad. Varios vecinos consultados por este diario se quejaron por el cercenamiento horario, físico y visual. “Ya había rejas adentro y ahora hicieron un nuevo perímetro, más grande, inncesario. Ahora siento como si estuviera en el zoológico de Palermo”, dijo Nora, una vecina que pasea a diario por allí con Quini, su perra.
El gobierno porteño había anunciado en agosto del año pasado el enrejado y “puesta en valor” de este espacio, junto a la plaza Flores y el Parque Lezama. Desde entonces, un grupo de vecinos comenzó a juntarse en el mástil del parque, en las cercanías de la avenida Díaz Vélez y Eledoro Lobos, bajo la consigna “libertad a parques y plazas”. En octubre pasado hubo un primer intento de las autoridades de iniciar el enrejado, pero fue resistido por éstos y otros vecinos.
En un operativo relámpago, y bajo una fuerte custodia de la Policía Metropolitana, en la madrugada del 28 de enero pasado varias cuadrillas de trabajadores vallaron con chapones el perímetro externo del parque; por la noche hubo incidentes, seguidos de represión policial. Esa noche, 21 personas fueron detenidas y demoradas, y aunque un amparo frenó las obras por dos días, la Justicia porteña finalmente permitió que se colocaran alrededor de 800 metros de rejas para cercar el perímetro externo de este espacio verde, de 12 hectáreas.
“Plata tirada. Pintaron, pusieron césped, las rejas, juegos para chicos y espacios para hacer ejercicio. Esa plata debería ir a los hospitales, no a cerrar lugares públicos”, opinó Silvia, vecina y protectora de los gatos del parque. Mientras repartía menudos de pollo con fideos, leche y alimento balanceado a los felinos cerca de los puestos de libros usados, la señora aseguró que resistió cuando empleados del gobierno porteño anunciaron que iban a trasladar a esos animales del parque. “Si no les dan de comer a los humanos, menos va a alimentar gatos abandonados”, dijo. En todo el parque, sólo quedaron dos huecos sin enrejarse. Uno tiene la pista de skate, cerca de la avenida Díaz Vélez y Otamendi, donde ayer se mezclaban los adolescentes y agentes de la Metropolitana, que en adelante cuidarán el lugar, distribuidos en cuatro garitas y con el apoyo de 16 guardianes de plaza –según el gobierno porteño–. El otro hueco libre, más pequeño aún, es el camino que antecede a la entrada del anfiteatro. No quedaron enrejados el mástil de la plaza ni dos zonas diseñadas para las actividades físicas.
Darío Oliva, un puestero que creció en el barrio, aseguró que el parque fue “maquillado” y dijo temer, como ya se rumorea, que el gobierno porteño pretenda juntar a todos los puestos de libros a los costados de la entrada del anfiteatro. “No les importa el parque. Por ejemplo, el arenero que hicieron es lindo pero no tiene sombra, da el sol en pleno. Yo tengo cinco chicos, vienen todo el tiempo acá, pero sólo pueden estar en ese arenero cuando baja el sol, a las siete y media. Ahora en verano, sólo pueden jugar menos de dos horas”, dijo.
Además del perímetro externo, también fueron enrejadas varias partes internas, donde se formaban corredores laterales, paralelos a la calle. También se pintaron, de verde, las rejas colocadas en torno del lago durante la gestión de Aníbal Ibarra. Sobre una entrada, cerca de los nuevos juegos para chicos, frente al colegio Uriburu, mientras paseaba a su perra, Nora comentó a este diario: “Estoy de acuerdo con que se necesita más seguridad, pero no con que pongan más rejas. Podrían habernos preguntado antes, fue abusivo lo que hicieron”.
Nora afirmó que si hubiera seguridad y no estuvieran las rejas volvería a pasear por el parque las noches de verano. José Torres y su novia, Mariela, también se quejaron del horario. “Nosotros venimos a caminar de noche, ahora nos encontramos con un panóptico”, dijo este vecino. Cerca de ellos, detrás del Instituto Pasteur, Claudia Luján Sosa afirmó estar de acuerdo con las rejas porque evita que duerma gente dentro del parque. “Yo pago impuestos para que estos cirujas vivan acá y estén mejor que yo”, dijo. La hija de Sosa, en cambio, protestó por la falta de puertas internas en algunas zonas del parque, que lo convierten en un laberinto: “Ahorran hasta en candados”.
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