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Los asfixiados de siempre
Por Daniel A. Stragá *
La asfixia les volvió a alcanzar sus gargantas. Anoxia de los tejidos, describiría la ciencia. Por obstrucción mecánica o inhalación de gases tóxicos. Por el primer método, cuando entraron. Ahora por el segundo. La oclusión de las vías respiratorias por una bolsa de nylon en sus cabezas como ritual de ingreso al principio. Con el humo cerrado de la gomaespuma en esta ocasión.
La noticia hablaría de dos muertos asfixiados en la comisaría de Carapachay un sábado de agosto. Moreira se llamaba uno y tenía 24. El otro, Santillán, de 22.
Para la hipocresía social, dos delincuentes menos. Para más de uno, por algo estarían allí y todavía había que mantenerlos.
Moreira se llamaba uno, Santillán el otro. Los dos imputados por delitos contra la propiedad. Delitos de la bagatela, diría Zaffaroni. Los enjaretados, diría algún ridículo léxico judicial.
A ambos el fuego les cerró los pulmones y jamás debieron estar en esa celda. Nunca, como tantos, debieron estar en esos calabozos de marginalidad y hacinamiento.
El sistema los mató a los dos. Los mató antes, cuando cayeron. Los mató después cuando los juzgaron.
A uno cuando el juez Díaz le fijó la friolera de 3000 pesos para la fianza. ¿De dónde iba a sacar esa guita? Caución real, le lanzó sin inmutarse el defensor oficial. Defensor de pobres. “Si hubiera tenido esa plata hubiera pagado a un boga particular que por lo menos me acompañara a la indagatoria”, pensó.
Moreira no tenía que estar ahí, en Carapachay. Si hubiera tenido la plata, hubiera estado en la calle.
Al otro, a Santillán, lo agarraron “in fraganti”. Saltando la tapia de una fábrica que era un cementerio. O una cuna de desocupación. No era cartonero, porque no juntaba cartones. Juntaba metales. ¿A los que recogen metales también se los llama cartoneros? Santillán sabía que la actual Kraff Foods, ¿vieja Terrabusi?, estaba llena de chatarra. Unos buenos mangos se ganaría con esos hierros oxidados. Lo cazaron justo, con las manos en los fierros viejos. El fiscal de San Isidro lo caratuló “hurto agravado por escalamiento en grado de tentativa”. Delincuente de frondoso prontuario. Antes de la reforma del Código Procesal de Ruckauf, Santillán hubiera sido excarcelado. “Mano dura”, le llamaron a eso y las cárceles y comisarías se llenaron de ladrones de gallinas. O de chatarra. Rejas para los pobres y libertad para los esposos de countries. La guerra contra el delito bramaba y la miseria como efecto colateral. La demagogia y el drama social. La sonrisa del afiche y las lágrimas de quien lo soporta.
Moreira se llamaba uno y lo asfixió una fianza inalcanzable. Santillán se llamaba el otro y lo asfixió una legislación que encana a los pobres. Uno, si hubiera tenido el quántum causatorio, hubiera sido excarcelado y estaría entre nosotros. El otro, si hubiera tenido un laburo digno, no hubiera intentado llevarse unos fierros retorcidos. Si la “inseguridad” del régimen no hubiera impuesto la restricción de libertades absolutamente inútiles también estaría entre nosotros.
Moreira no tendría que haber estado en Carapachay. Santillán tampoco. El sistema –capitalista– los mandó a que el fuego los asfixiara. Fue el sistema, pero ya los había asfixiado antes.
* Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (Correpi).