SOCIEDAD › UN TEXTO OLVIDADO PUBLICADO EN LA REVISTA “NUEVA POLITICA”

Walsh y la “nueva izquierda” de los años ‘60

En diciembre de 1965 apareció el único número de una revista en la que participaban Ismael Viñas, su hermano David, Noé Jitrik y León Rozitchner. Rodolfo Walsh aportó un texto olvidado hasta hoy. Un rescate y un contexto de las ideas, quiebres y cambios de la izquierda de la época.

Por Eduardo Jozami

A mediados de la década del ‘60, cuando la publicación de sus cuentos y obras de teatro le generaban un importante reconocimiento, Rodolfo Walsh se vinculó al Movimiento de Liberación Nacional, grupo político de la llamada “nueva izquierda”. Fruto de esa colaboración es el texto adjunto, nunca reeditado desde su aparición en la revista Nueva Política. La posterior integración de escritor en la CGT de los Argentinos y su acercamiento al peronismo revolucionario pondría en crisis aquella vinculación, como se advierte en los cuestionamientos a Walsh recientemente formuladas por Ismael Viñas, principal dirigente de aquel movimiento. El artículo que publicamos vale como testimonio de esa relación política pero es también una prueba de la recurrente inquietud de Walsh por las cuestiones militares y de la originalidad de su escritura política.
En diciembre de 1965, aparecía en Buenos Aires el primer número –que habría de ser también el único– de Nueva Política, publicación que se presentaba como “una revista de coincidencias a partir de una perspectiva nacionalista, revolucionaria y socialista”. En el Consejo de Redacción se advertía la presencia dominante de Ismael Viñas: varios de los integrantes –su hermano David, Noé Jitrik, León Rozitchner– lo habían acompañado años atrás en Contorno y otros eran miembros del Movimiento de Liberación Nacional del que Viñas era reconocido como dirigente principal. Pero había otros componentes, como Juan Carlos Portantiero y el autor de esta nota, disidentes del Partido Comunista, y también un escritor a quien podía entonces calificarse de independiente: Rodolfo Walsh.
Eran los tiempos de la “nueva izquierda”. La revolución cubana parecía abrir un rumbo revolucionario en América latina que los partidos tradicionales de la izquierda habían clausurado de hecho, la perduración del liderazgo de Perón llevaba a nuevas reflexiones sobre la “incomprensión” por parte de socialistas y comunistas del “fenómeno peronista” y, por último, la fuerte polémica entre los países socialistas quitaba credibilidad a la proclamación de cualquier ortodoxia, estimulando la búsqueda de una propuesta original. Así lo entendía Nueva Política, cuyo editorial, luego de enumerar una copiosa agenda de cuestiones teóricas a resolver, reclamaba un “camino nacional para la revolución socialista”.
Que la revista no constituía un fenómeno aislado lo evidencian otras publicaciones de esos últimos meses de 1965. El sexto número de la Rosa Blindada –que expresaba una importante disidencia de intelectuales comunistas encabezada por José Luis Mangieri, Alberto Brocato, Juan Gelman y Andrés Rivera– publicaba “El socialismo y el hombre en Cuba”, la carta enviada por el Che Guevara al director de la revista Marcha de Montevideo que habría de convertirse en el ideario ético de la nueva izquierda, pero también las “Bases para una política cultural revolucionaria” de John William Cooke, quien luego de varios años de estadía en La Habana, ejercía una influencia importante entre muchos militantes peronistas, estimulando la apertura al pensamiento de izquierda. En Córdoba, José Aricó dirigía desde dos años atrás Pasado y Presente, otra publicación de los excluidos del PC, abierta tanto al debate teórico sobre “los caminos de la revolución” como a los nuevos desarrollos de un marxismo que no excluía el diálogo con el estructuralismo o el psicoanálisis.
Pero no sólo florecen las publicaciones sino que surgen grupos militantes. En la Universidad (y hasta en ciertos sectores sindicales) la nueva izquierda, a veces vinculada con grupos del peronismo revolucionario, comienza a tener presencia. Sin embargo, para no exagerar su real influencia política, es conveniente recurrir a otra publicación, Literatura y Revolución, cuyo número inicial aparecía en octubre del mismo año, dirigida por Sergio Camarda y Ricardo Piglia. “En Argentina, en 1965, los intelectuales de izquierda somos inofensivos. Dispersos, cada tanto enfrentados en disputas retóricas, dulcemente encariñados con nuestras capillas, ejercemos una cuidadosa inoperancia. Demostramos sí una admirable buena voluntad: firmamos manifiestos, viajamos a los países socialistas, nuestros libros son valientes”, sentenciaba Piglia en el editorial, para concluir señalando entre tantas limitaciones la más difícil de aceptar: “Padecemos la justificada indiferencia de la única clase a la que confiamos nuestra liberación. Están allí, ajenos como los bosques”.
La estancia en Cuba, como periodista de Prensa Latina, había acentuado en Walsh la radicalización de su pensamiento iniciada con Operación Masacre, pero el escritor no tuvo en los años anteriores a la revista que comentamos ninguna actuación política. Es más, desde 1961, cuando publicó tres artículos sobre la situación Cubana en la revista Che –que también puede considerarse un antecedente de la nueva izquierda–, Walsh se impuso un silencio que sólo será quebrado en 1965 con la edición de Un kilo de oro, recopilación de sus cuentos, y La Granada y La Batalla, sus obras de teatro. Cuando se acerca al grupo de Ismael Viñas, Walsh ya es un escritor de prestigio. Esa colaboración con el MLN se prolongará hasta 1968, según lo prueba la presencia de Walsh en Problemas del Tercer Mundo, la siguiente iniciativa editorial de Viñas, integrando un Consejo de Redacción en el que también participaban Roberto Cossa, Ricardo Piglia, Andrés Rivera, Jorge Rivera, León Rozitchner y Francisco Urondo. Sin embargo, la ausencia de textos de Walsh en los dos números de la revista corrobora las informaciones sobre las diferencias que comenzaban a separarlo de quien fungía, de hecho, como orientador de la publicación. A comienzos de 1968, de retorno de La Habana, Walsh se entrevista en Madrid con Perón y Raimundo Ongaro, y poco después asume la dirección del periódico CGT, órgano de la nueva central sindical combativa, la CGT de los Argentinos.
El manifiesto lanzado el 1º de mayo de ese mismo año, escrito por Walsh, es un vibrante alegato contra la dictadura y la convocatoria para un muy amplio frente de oposición. Sin embargo, en esos tiempos de acelerada radicalización del discurso político, no todos compartirían las apelaciones a los empresarios nacionales, “para que abandonen la suicida política de sumisión a un sistema cuyas primeras víctimas serán ellos mismos”. La “izquierda socialista” fue muy crítica de ese programa que no rompía con el “nacionalismo burgués”. Convocado por Walsh –según testimonia Lilia Ferreira–, Ismael Viñas estuvo entre esos críticos. Ya había iniciado el camino que lo llevaría a cuestionar la misma idea de liberación nacional que daba nombre a su movimiento.
Aunque no se hace mención expresa de esas discusiones, los artículos de Viñas en Problemas del Tercer Mundo evidencian las diferencias de criterio. En el Nº 1 de abril de 1968, se interroga desde el título de su artículo “¿Existe la burguesía nacional?”, y concluye que “no puede hacerse seguidismo respecto de ninguna tendencia o sector burgués, si se pretende realmente impulsar y realizar la revolución”. Otro texto, que escribe con José Vazeilles en el Nº 2, de diciembre de 1968, relativiza en su análisis del sindicalismo las diferencias entre las direcciones que intentan integrarse y aquellas que intentan resistir: “esa diferencia, no es radical en ningún caso”. Mal podía ese análisis fundar cualquier expectativa en la CGT de los Argentinos.
Las diferencias entre Viñas y Walsh se acentuarían con la adhesión de éste al peronismo revolucionario y su integración a la lucha armada, pero difícilmente hoy se suscitaría esta cuestión de no haberse producido las recientes y asombrosas declaraciones en que Viñas hace una muy particular caracterización del autor de la Carta a la Junta Militar. Treinta y cinco años después de aquellas discusiones sobre el programa de la CGT, en undocumental sobre su vida realizado por Diana Hutter y Eduardo Méndez Bradley, exhibido en 2003, Viñas reitera que la Argentina no es una colonia o una semicolonia, en términos leninistas, y por lo tanto mal puede hablarse de liberación nacional. Pero también afirma que Walsh siguió teniendo un resto de “pensamiento de derecha” y que si bien murió como un valiente, “su muerte no es la de un revolucionario de izquierda”.
Claro que Walsh no es el único descalificado por Viñas en su arrebato antisetentista: Salvador Allende, que llegó a creer en la profesionalidad de las Fuerzas Armadas chilenas, habría sido, en verdad, “un provocador”; Alicia Eguren –desaparecida en la Esma–, que actuó en su juventud en la Unión Nacionalista de Estudiantes Secundarios, pese a acompañar la militancia de su compañero John William Cooke, no habría superado nunca el pensamiento de derecha, y a Pirí Lugones, la escritora que fue compañera de Walsh en los ‘60, posteriormente desaparecida, ‘le daba lo mismo Fidel Castro, Franco, cualquier cosa”. Cincuenta años atrás, las provocaciones de Ismael Viñas en Contorno aportaron para abrir un sendero crítico en el pensamiento argentino: éstas del hoy autoexiliado en Miami no parecen guiadas por el mismo propósito.
“Juegos de guerra”, el texto que Walsh publicó en Nueva Política, se diferencia claramente del resto de los materiales de la revista. El público militante al que se destinaba la publicación habrá seguramente valorado la presencia del autor de Operación Masacre, pero difícilmente haya concedido al breve artículo de Walsh la misma importancia de otros que encaraban cuestiones teóricas que entonces suscitaban acuciantes debates. “Viejo y Nuevo Imperialismo”, del paquistaní Hamza Alavi, estudio de las nuevas formas de dominación en la economía internacional, venía respaldado por su previa publicación en Les Temps Modernes, y los textos de Portantiero e Ismael Viñas –“Socialismo y Nación” y “Hora Cero de la Izquierda”– tenían la pretensión de definir posturas y marcar rumbos en el complejo debate doctrinario de la izquierda, algo que nunca estuvo entre los propósitos de Walsh. “Soy lento: he tardado más de quince años en pasar del mero nacionalismo a la izquierda”, escribe en un texto autobiográfico publicado también en 1965 y, años más tarde (aunque puede sospecharse que tanta modestia encubre también una mirada distinta), declarará en una entrevista periodística: “Tengo que decir que soy marxista, pero un mal marxista, leo muy poco: no tengo tiempo para formarme ideológicamente. Mi cultura política es más bien empírica que abstracta”.
No siempre resulta fácil la lectura de los textos políticos de aquellos años. Aún los mejor escritos pagan tributo a un estilo de época y a lo que Barthes señalara como características de la escritura marxista: un léxico tan funcional como un vocabulario técnico, en el que hasta las metáforas están severamente codificadas. Otra es la prosa de Walsh –que obviamente debe más a Borges que a Lenin–, sus “Juegos de guerra” son también juegos de lenguaje. Pero esta diferencia de estilo es también otro modo de abordar el mundo de la política y las ideas: bastan dos pinceladas para mostrar la arrogancia del profesor Hermann Kahn y definir tanto la prepotencia imperial como los límites de un pensamiento que ignora las diferencias entre las selvas vietnamitas y los suburbios de Kansas City.
Escrito el mismo año en que se publican sus dos obras teatrales, “Juegos de guerra” tiene mucho en común con La Granada, una historia de ejercicios militares en los que un episodio impensado dispara la lógica del absurdo que domina al mundo castrense. A Walsh siempre le fascinaron los juegos de guerra y los problemas de inteligencia militar. Los consideraba temas serios que debían ser analizados con rigor. Cambiando algunos nombres, su advertencia sobre los peligros de su utilización por cerebros mediocres al servicio de las grandes potencias resulta absolutamente actual.

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