SOCIEDAD
En algunas playas la seguridad es moda, con cámaras junto al mar
El temor a los asaltos escaló en la costa: algunos de los balnearios más exclusivos de Mar del Plata ahora contratan custodios y colocan cámaras para tener todo controlado. Lo que sigue sin control es la falta de turismo.
Por Alejandra Dandan
Hugo está parado a lo SWAT: brazos cruzados y cara de perro. No está de custodio en una disco, ni en la cabina de un banco. Fue contratado hace unos días como parte del grupo de seguridad que anda de cortos en los balnearios. La protección intrabalneario esta vez tiene inversiones como una superproducción de Hollywood. Los balnearios ya no ofrecen sólo carpas, sogas y el riguroso cordón de corral limitando terrenos. Ahora también ofrecen combos con las promo de custodios y hasta un set completo de cámaras anti-chorros. Las cámaras se están instalando entre las carpas alquiladas en Playa Grande, el único barrio de esta ciudad donde los precios que en todos lados bajaron, aumentaron 20 por ciento. La exhibición es una política de seguridad, y de clase. Los equipos con cámaras son monitoreados durante todo el día desde una pequeña cabina y repiten las tendencias de moda en las grandes ciudades. Esta corriente que empezó frente al Galana está replicada de algún modo en los balnearios donde las playas populares se chocan con las privadas.
Polo Giancaglini ni siquiera nota el pequeño corralito de cordón que protege la zona de carpas a sus espaldas. Por los problemas con el dólar, Polo tiene dificultades para conseguir las cámaras de seguridad que ha comprado para poner entre las carpas. El desabastecimiento lo dejó así y por ahora sólo tiene los anticipos: la enumeración del servicio en la folletería del balneario y algunas cámaras ya instaladas en los puntos estratégicos, como ésa de la recepción que ahora enfoca derechito hacia la carpa de los Morandi, una de las familias más antiguas de esta playa.
De todos estos cambios habla la familia. Han contratado una carpa frente a los lujosos túneles del Costa Galana y ahí echados se han dado cuenta de que sus playas ya ni siquiera son playas a secas. Ahora todos los nombres se escriben en inglés y tienen un beach que los termina. Pero como hasta los ladronzuelos conocen el inglés, pueden darse cuenta de que detrás de uno de esos carteles hay una playa. De todos modos, no importa mucho, porque todo el equipo de seguridad trabaja para despistarlos, ahora hasta con cámaras.
Como todavía faltan colocar algunas, ninguno de los veraneantes de Polo beach o del Seven beach o de otro de esos beach que están de moda se ha dado cuenta de tamaña estructura antirrobo. La mayoría tampoco la ha pedido, pero cuando se enteran se quedan más tranquilos.
De eso está hablando el grupo de amigos balneario abajo. Aunque cuentan algunas historias de hace muchos años, no pueden ni acordarse de cómo están los paseos por los espigones de la rambla en esta temporada. El problema no es la memoria, sino la cantidad de desconocidos que aparecen las playas. “Ahora ni se puede caminar –suelta don Walter Morandi, 72 años y con unos cuarenta y pico de turista por aquí–: hay un tipo de gente que te quita la voluntad: ahora tenés que andar con cuidado de quien viene atrás tuyo o al lado, lamentablemente la peatonal o en la rambla no se puede caminar.” Por fortuna, después de tantos años de veraneo el viejo Morandi ya ha construido su propio mapa de situación, ese que le permite ordenar lentamente dónde puede o dónde no puede caminar, y no morir en el intento.
“Es que hoy está todo más o menos delimitado –explica–: desde el Provincial para acá se puede caminar, pasear a la noche, sobre todo desde que empezaron con las obras del Hermitage: con esas playas nuevas cambió el tipo de gente. Pero de ahí para allá sigue toda esa gente que venía antes con los camiones, con los colectivos ¿viste? Son seres humanos igual que uno, y ahí está la mezcla de todo ¿vos me entendés lo que es, no?” Mejor lo entienden sus vecinos de carpa. Para Agustín Sarría, uno de los que vuelve a ver todos los años desde hace veinte temporadas, todo tiene que ver con el tema de la inflación pero no del dólar sino de la pobreza:”Lamentablemente el aumento de los pobres –va explayándose también él ahora–, trae aparejado la falta de cultura y lo que decimos siempre nosotros: un país que creía o quería ser europeo ahora está contento de ser latinoamericano”.
Pero por aquí aún se conserva ese aire europeo que buena parte de los empresarios va a buscar cada año (o iba) a las costas mediterráneas. En alguno de esos lugares, Albino Valentini aprendió también algo de la estética que le ha dado a su balneario. Sea View fue construido entre el poblado de bloques de Punta Mogotes pero con estilo esteño, con algunas terrazas, una pileta y, claro, algunos guardias.