Viernes, 29 de febrero de 2008 | Hoy
SOCIEDAD › UNA RECORRIDA POR EL MALHUMOR PORTEÑO
Los comerciantes que perdieron buena parte de la mercadería. Los vecinos que desconfían de los subsidios. Los que quedaron con su auto bajo el agua. Todos tuvieron motivos para la protesta. Y la protesta.
“Cinco mil pesos me costó esta tormenta”, calcula Juan, encargado de una “parrilla para turistas” de avenida Santa Fe y Godoy Cruz. “¿Va a pedir al gobierno porteño que lo indemnice?”, le consulta Página/12. “¿Para qué? Si no te lo pagan o te dan la mitad. Prefiero poner mis fuerzas en limpiar este desastre”, contesta, lanza una bocanada de humo y sigue intentando desentramar el complejo mecanismo electrónico de su freezer. El diálogo tuvo lugar ayer por la tarde, luego de que el agua que inundó buena parte de las zonas comerciales de Palermo y Belgrano comenzara a irse. El de Juan es un testimonio que ilustra el problema de muchos otros comerciantes de esos barrios porteños. Un rato después, este diario observa árboles caídos, sumideros destapados en pleno Cabildo y libros goteantes en Plaza Italia. Y escucha a taxistas molestos por no haber podido trabajar durante la mañana y a vendedores lamentando las ventas perdidas, que no encuentran un único responsable: “El Gobierno tiene su parte, pero también los vecinos y comerciantes tapamos de basura los sumideros”.
En la anteesquina de Santa Fe y Godoy Cruz, sobre la avenida, Juan abrió hace tres meses una parrilla. Su especialidad son los choripanes, “los preferidos de los turistas”. Ayer al mediodía, los extranjeros debieron elegir otro lugar donde comer porque el local estaba cerrado. “La lluvia entró por la terraza y goteó sobre los sillones, que se van a pudrir. En el local tuve 30 centímetros de agua hasta el fondo (ocho metros desde la vereda) y en el sótano un metro”, indica. Luego, despotrica contra las indemnizaciones oficiales y termina de sacar el “agua de cloaca” de su restaurante. Hoy esperará que el técnico que revisará las dos heladeras mostrador y el freezer que dejaron de funcionar sea benevolente con el presupuesto. Y que el seguro cubra la mercadería mojada. “Entre lo que no vendí porque la gente no salió y lo que se mojó, perdí cinco lucas”, lamenta.
Fuera de su local, Ana María atiende un puesto de flores. Cuando Página/12 le consulta si el agua la afectó, le basta con mostrar sus jeans, aún con la marca del agua apenas por debajo de la rodilla. Parece no querer hablar y se limita a mostrar las fotos del “desastre” que sacó con su moderno celular. En la primera, el agua alcanza la mitad de la rueda de una bicicleta estacionada. En la segunda, llega casi a taparla. “Se me cayeron y arruinaron plantas, pero nada demasiado grave. Estoy prevenida porque esto es moneda corriente, aunque hacía tiempo que no se veía una inundación de esta magnitud”, considera Ana María. “Los que sí tuvieron problema son los del mercadito chino”, avisa.
“Se me mojó la batata, la papa y la pera”, se queja a viva voz Rosa, que atiende la verdulería del mercadito. El resto de la mercadería zafó, dice, porque los dueños, acostumbrados a estos problemas, tienen las estanterías elevadas. “Esto depende del jefe de Gobierno, pero también de la gente que tira basura en la calle y tapa los sumideros”, opina Rosa y escurre el trapo.
Tres locales más allá, bajando por Godoy Cruz, dos parrilleros de la competencia del local de Juan fuman un cigarrillo mojado apoyados en un Renault 12 destartalado. Los “muchachos de la parrilla”, como pidieron ser citados, apuntaron directamente contra la empresa de recolección de residuos AEBA. “Se hacen los vivos y en lugar de cargar las hojas que caen en el camión las tiran a la boca de tormenta. Por eso se tapan y nos inundamos”, denunciaron ambos. Página/12 sigue buscando testimonios y encuentra un árbol caído, justo cuando una camioneta de logística del Gobierno de la Ciudad se acerca. El empleado anota la dirección frente a la cual está el árbol caído –Güemes 4752– en una libreta y sigue.
“Estos del gobierno hacen siempre lo mismo, ¿vos te pensás que alguien va a venir a buscarlo? No, va a amanecer ahí”, le dice, por el árbol, Víctor a su clienta. En su verdulería, de Güemes 4784, no entró el agua por el suelo, pero sí por el aire. “La lluvia me echó a perder las verduras de hojas verdes, como la lechuga y la albahaca. Y tengo los huevos pasados por agua”, explica ofreciendo un maple que chorrea. De vuelta en la avenida Santa Fe, al costado de la rotonda de Plaza Italia, Carlos repasa sus libros forrados, esos que tiene que vender “sí o sí” a la tarde para recuperar la venta que se perdió a la mañana. “Los bondis pasaban y me salpicaban todo, hasta pasó una ambulancia en contramano porque por Santa Fe no se podía andar”, se queja.
El que también se queja es el taxista. Dice que “no se puede salir cuando llueve así”, porque “te podés comer un pozo o llevar puesto un tronco y el auto se arruina”. Va pasando semáforos de titilante amarillo y cosechando insultos. Su cigarrillo se moja con las gotas que abandonan las copas de los árboles. Toma Gorriti y frena al lado de un técnico que arregla un Peugeot 504. “¿Qué pasó, maestro?”, pregunta. “Se mojó esta porquería y no arranca”, responde el hombre de llave francesa en mano. Dice que “los tacheros andan muy sensibles desde el granizo, porque los seguros no pagan”.
Vuelve a doblar y pasa cerca de la estación de Barrancas de Belgrano. Un solitario cartonero acomoda lo recolectado en el piso, al sol, y espera que se seque.
–¿Tampoco pudiste trabajar a la mañana? –pregunta este cronista.
–Y no, ¿quién me va a comprar el cartón así empapado?”
Informe: Luis Paz.
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