Miércoles, 8 de septiembre de 2010 | Hoy
Por Horacio Cecchi
Las detenciones policiales de adolescentes de barriadas humildes, en Corrientes, marcan el paso del olfato policial, siempre atento a las imprecisas e inclasificables “actitudes sospechosas”. Al asesinato de Ezequiel Riquelme se le agregan otros que explican, de algún modo, la contracara del olfato policial, la costumbre de supervivencia, de correr cuando llega el uniforme.
En enero de 2006, Matías Martínez fue detenido en una supuesta persecución de la policía correntina semejante a la que resultó en la muerte de Ezequiel Riquelme. Las características eran semejantes, barrio humilde, chico morochito. En la crónica policial no hay registro del hurto de una cartera ni de una motocicleta. Que no haya resultado baleado es una explicación posible a esa ausencia.
Matías no fue noticia por gatillo fácil sino por morir quemado en la celda de la comisaría 7ª, lo que oficialmente no supone error, ya que estaba detenido. El 14 de enero de ese año, Matías fue arrojado en una celda en la que ya permanecían Ricardo Pared, de 17, Sergio Romero, de 22, y H. E., de 25. El uso de iniciales en este último caso anticipa lo imaginable: en el incendio fue el único que logró zafar, con quemaduras en el 30 por ciento de su cuerpo. Los otros tres fallecieron sin que el olfato policial haya percibido el humo a tiempo.
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