Domingo, 21 de agosto de 2016 | Hoy
En Argentina, hasta 1908, cuando abrió la cristalería Rigolleau, en Berazategui, los sifones eran más bien un artículo oneroso, porque se importaban de Checoslovaquia, Hungría y Austria. Desde entonces, esa fábrica local y otras como Fides, La Asunción, Vallejo y Herrera Hermanos, o Cristalería Moya contribuyeron a abaratar progresivamente los costos de la soda.
En la web de su Museo, Taube da cuenta de datos curiosos: “De cada 1000 sifones que mandaban hacer las soderías, 800 eran verdes (en distintas tonalidades) 150 eran azules y 50 eran rosas. Algunas soderías no fabricaban sifones rosas”. El detalle del color no es caprichoso, porque “el sifón de color rosa, para llegar a tener ese color, se hacia con oro”, de modo que, aunque la soda no era en sí mismo un consumo que distinguiera clases, sí lo era el cómo se la tomaba. Cuentan las historias que recopiló Taube que en la mesa del rico o la del profesional no se veía lo mismo que en la mesa obrera. “Lo que hacía la diferencia entre clases sociales era el reparto, ya que los botellones rosas (con oro), y algunas veces los azules, se les entregaban a la sociedad de clase alta, como médicos, abogados, empresarios; entonces el botellón verde quedaba para la clase media y baja de poco poder adquisitivo”.
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