SOCIEDAD
Un lugar para los chicos
Por Andrea Ferrari
Mónica pensó que decididamente había algo especial en su hijo el día que observó que a los cinco años sumaba, restaba, multiplicaba y dividía sin que nadie se lo enseñara. En ese momento decidió consultar con una psicopedagoga. Fernando llegó a la misma decisión por otro camino: a los seis años, su hija tenía un muy buen rendimiento escolar, pero muchas dificultades para relacionarse con otros chicos. Marisa, en cambio, investigó por sus propios medios, porque su hijo la sorprendía cada día con comportamientos poco comunes para su edad. Hoy los tres chicos se encuentran una vez por semana en la ludoteca de Creaidea, institución formada por la gente de Mensa para trabajar con niños dotados.
En este lugar se alienta a los padres de estos chicos a enviarlos a escuelas comunes, donde vivan ambientes diversos: “Porque el mundo es así, diverso”, explica Héctor Roldán, coordinador general de la institución. “Lo que menos hay que hacer es sacarlos del mundo real –sostiene–. Aquí generamos un ámbito de contención, donde los chicos se encuentran con otros chicos como ellos y con gente que los escucha y pueden hablar de muchos temas.”
Los chicos también deben realizar una evaluación para ingresar, más compleja que la de Mensa. “Los psicólogos no sólo evalúan los aspectos intelectuales, sino también los sociales y emocionales”, dice Roldán. Los padres que se acercan a Creaidea suelen hacerlo a partir de los problemas que sus hijos tienen en la escuela. “Es muy común que se contacten cuando tienen entre 5 y 7 años, porque es cuando aparece. Generalmente tiene que ver con que se aburren, son inquietos, cuestionan mucho, piden más tarea. Quieren cuentas más difíciles, buscan constantemente referentes. En general preguntan mucho en la casa y cuando agotan esa instancia van a la escuela y la vuelven loca a la maestra.”
Fernando Alberico dice que no imaginaba que su hija era dotada: “La llevamos a una psicopedagoga a los seis años para hablar de sus problemas de relación: no se llevaba bien con otros chicos, discutía, peleaba. Se quería cambiar de escuela. Después de dos meses de verla, la psicopedagoga nos dijo que tenía un coeficiente intelectual superior a lo normal. Pero el sistema educativo no está preparado para este tipo de casos: es lógico en un país que no está preparado para los discapacitados, menos aún para estos chicos”. Ahora la hija de Fernando tiene 7 y está en segundo grado; sus maestros tratan de darle algunas tareas diferentes para que no se aburra. Las relaciones siguen siendo difíciles: “Ella se aísla. Cuando otras compañeras hablan de Floricienta, ella quiere charlar sobre Harry Potter 5”. En Creaidea, dice, se siente muy cómoda. “Me parece muy bueno que gente de Mensa, que tal vez tuvo una niñez o adolescencia con tropiezos, use esa experiencia para generar algo positivo para otros chicos.”
La idea de la institución es que los chicos no reciban por adelantado conocimientos que les van a impartir en la escuela: “Exploramos cosas que se ven sólo tangencialmente en la escuela, como música, astronomía, biología –dice Roldán–. Muchas veces los papás tienden a adelantarles contenidos y eso es malo, porque encima que aprenden rápido si ya van a la escuela sabiendo es peor, se aburren más”.
Mónica oyó muchas veces a su hijo decir que se aburría. Cuando tenía cinco años, supo que Lucas tenía una capacidad intelectual superior. Primero fue “con el papel de sus cuentitas” a hablar con una psicopedagoga que lo citó para evaluarlo. A partir del diagnóstico se abrió un camino complejo. Lucas está ahora en una escuela de la provincia de Buenos Aires que trabaja con proyecto nuevo, integrando chicos especiales. “Ya en primer grado él estaba con chicos de su edad, pero tenía tarea diferente.” Así fue también en segundo grado, pero este año, ya en tercero, Lucas empezó a decir que se aburría y no quería ir a la escuela. “La situación se hacía insostenible; él estaba aburrido, entró como en una desidia y empezaba a molestar”, dice su madre. La escuela tomó entonces la decisión de pasarlo a cuarto grado como prueba. “Ahora dice que ya no se aburre. No sé cuánto durará, pero va contento.” Lucas conoce su diagnóstico, aunque no habla del tema con sus compañeros.
Al hijo de Marisa, en cambio, nunca le dijeron que era especial. Ella lo empezó a notar cuando era muy chico, “pero era mi primer hijo –dice–, y supongo que todo el mundo piensa que su hijo es muy inteligente”. Aun así, era llamativo que al año clasificara bloques por colores o que al año y medio supiera las figuras geométricas. “Después me di cuenta de que manejaba conceptos abstractos, lo que no era normal a su edad. Por eso investigué por mi cuenta por Internet. Cuando se mencionaban las características de estos chicos, sobre diez el mío cumplía ocho.” Sin embargo, el hijo de Marisa no tenía problemas en la escuela, a diferencia de la mayoría. En Creaidea lo evaluaron y le confirmaron que tenía un alto coeficiente intelectual. Marisa no se lo dijo, así como tampoco lo informó en la escuela donde cursa segundo grado. “No quiero estigmas –dice–. No me gusta ocultárselo, pero tengo miedo de que lo use como herramienta, que menosprecie a sus amigos. Aunque sé que no voy a poder ocultarlo mucho tiempo.”
Roldán cuenta el cambio que se opera en los chicos cuando empiezan a ir a la ludoteca, que funciona en el jardín de infantes Juan Gaviota. “Al principio están muy exaltados. Encuentran un ámbito donde se pueden expresar libremente y parecen muy sacados, pero a medida que pasa el tiempo se les va yendo la ansiedad y están más cómodos, más relajados. También es interesante lo que sucede con los padres, porque el tema de la inteligencia no se habla en todos lados, muchos ni siquiera se lo cuentan a la familia. Cuando un padre no tiene con quién compararse, se siente desamparado. Este ámbito sirve para que puedan hablar abiertamente de su tema y los ayuda a encontrar su propia normalidad.”