Jueves, 15 de marzo de 2007 | Hoy
SOCIEDAD › OPINION
Los católicos “teóricamente” tenemos como único y principal arquetipo a Jesucristo. Sin embargo, a través de los siglos, y tratando de adaptar las Escrituras a cada tiempo y lugar, hemos construido interpretaciones doctrinarias que configuran “arquetipos” o “modelizaciones” de “deber ser” o de “ideal” sobre distintas temáticas. Por ejemplo, en determinada época, la interpretación doctrinaria fue que la Tierra era el centro del universo, y todo aquel que dijera lo contrario corría el riesgo de ser quemado en la hoguera por parte de la Inquisición.
Hoy no hay más Inquisición y no nos metemos tanto con las ciencias físicas, pero hemos construido otros “arquetipos” sobre otros temas: la única familia arquetípica debe ser la nuclear heterosexual estable, no está previsto cometer errores en la elección de la pareja o tener procesos de maduración diferentes (sí se puede mandar a matar personas sin ser excomulgado: ¡extraña doctrina!), el sacerdocio debe ser únicamente para los célibes, el culto debe expresarse a través de un lenguaje diferente al ordinario (no el originario del cristianismo como el arameo sino a través de una lengua muerta de un imperio de la antigüedad), la música también tiene que ser de un tipo muy especial (gregoriana preferentemente) y así podemos seguir con otros ejemplos.
¿A qué nos conduce todo esto? Sin duda, parece tener algunos beneficios: re-incorporar a aquellos que se fueron porque luego del Concilio cambiaron las “formas”, acercarnos a las iglesias ortodoxas que privilegian estas formas de culto y lenguaje, reafirmar a quienes han hecho una elección por estos “modelos de familia y de sacerdocio”, entre los principales. Cuáles son las consecuencias negativas: alejar a la gran mayoría de los jóvenes, a quienes tienen otro tipo de familia y de dedicación a Dios, reducir el culto a un espectáculo donde hay partes “de la obra que no se entienden” o que requieren la traducción de especialistas, y fundamentalmente a un gran porcentaje de la humanidad que busca expresiones de amor desde lo material hasta lo espiritual que no encuentra en una Iglesia lejana y extravagante en sus expresiones.
En lo personal me produce “desencanto” y tristeza, y me abstendré de participar y comulgar en aquellas misas donde se utilice un lenguaje que no comprendo. Será mi forma de desobediencia a alguien que está anulando las decisiones de un Concilio que quería que la Iglesia volviese a sus orígenes y desde ahí ser una expresión común eficaz del amor de Dios en el mundo actual y futuro.
* Laico católico.
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