Viernes, 12 de febrero de 2016 | Hoy
Por Fabi Tron *
A la Berkins la conocí en 1995, en unas reuniones que se empezaron a hacer en el bar Tasmania, que muchxs consideramos fundacionales del movimiento LGTB, en Argentina, porque hasta ese momento, si bien había varias organizaciones, no se trabajaba articuladamente. Nunca había visto una travesti en mi vida y allí estaban Lohana, María Belen Correa y Nadia Echazú. Esas reuniones marcaron un antes y un después en mi vida y marcaron profundamente mi insipiente activismo porque escuchar de boca de las compañeras las enormes violencias cotidianas que padecían y, desde tan pequeñas, fue desgarrador. Una no podía dejar de comprometerse frente a tremenda inequidad, así que rápidamente, surgió la convicción “La lucha es con las trabas, nunca sin ellas” y establecimos con las compañeras de Lesbianas a la Vista una alianza que, más allá de las diferencias políticas que puedo tener ahora con algunas (incluso las tuve con Lohana por distintas posturas sobre la prostitución) persiste hasta el presente.
Con Lohana, en un sentido, nos construimos juntas, las compañeras travestis aprendieron del feminismo, en una época en que el feminismo argentino -como movimiento- no nos quería, no quería ni a las trabas que eran “varones disfrazados de mujeres”, ni a las lesbianas masculinas, a las chongas que según ellas “estábamos identificadas con los varones”. Así, yo aprendí que otros cuerpos, esos con tetas y pija son no solo posibles, sino deseables y juntas empodérandonos mutuamente, siempre con mucha alegría fuimos aprendiendo a ir corriendo cada vez más las fronteras de los géneros, no solo con la teoría, sino en nuestros propios cuerpos encarnados en esas otras, que generaban mucha confusión, cosa que nos divertía tanto a las dos. Curiosamente dos de los principios que defendimos a rajatabla: el derecho a la identidad y el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos y nuestras sexualidades son los que nos separaron en los últimos años, terminamos entendiéndolos de maneras radicalmente diferentes, pero las distancias ideológicas no impidieron que pudiera darle, la última vez que estuvo en Córdoba, uno de esos interminables abrazos y sentir que el amor, ese que como dijo en su último mensaje, será el motor de la revolución, estaba intacto.
*Editora de Bocavulvaria.
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