Viernes, 12 de febrero de 2016 | Hoy
Por Mabel Bellucci*
Al constituirse el Área de Estudios Queer (AEQ) en el Centro Cultural Ricardo Rojas, en 1997, nos juntábamos Silvia Delfino, Flavio Rapisardi, Cristián Alarcón, Josefina Fernández, Ana Álvarez, María Rachid, María Moreno. Al poco tiempo, se incorporó un grupo de travestis: Lohana Berkins, Marlene Wayar, Nadia Echazú. Rapisardi conoció a muchas de ellas en varias jornadas específicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, dos años atrás.
Desde AEQ nos proponíamos abrir una esfera de intercambio y debate para discutir cómo la profundización de las desigualdades se articula con las diferencias de edad, género, raza, etnia, orientación sexual e identidad genérica. Se organizaba reuniones semanales, cada vez más numerosas, en las cuales se planteaba las necesidades para implementaba una política conjunta para hacer frente a las agresiones y detenciones policiales. Ese proceso implicaba el empoderamiento, en especial, de las travestis. Lohana fue la más firme en exigir “Dejar de prostituirse para acceder a un empleo al que se consideraba con derecho. Esa decisión significaba reclamar otra dignidad”.
Al establecerse la autonomía de la Ciudad de Buenos Aires, los viejos edictos policiales caducaron y, en marzo de 1998, se sancionó el código de convivencia urbana con el que se desterraron las figuras de prostitución. Frente a este contexto histórico, el accionar de la comunidad travesti simbolizó el riñón de la resistencia y constituyó una agenda propia de demanda de derechos. En efecto, hicieron uso de tal coyuntura para acumular experiencias y fuerzas, acompañadas por grupos feministas, de derechos humanos, gays y lesbianas. Por ejemplo, de todo este conglomerado resultó el “Informe preliminar sobre la situación de las travestis en la Ciudad de Buenos Aires”, en 1999, llevado a cabo por la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires junto con ALITT, siendo Lohana la promotora y quien dio forma a este proyecto. Esta agrupación fue la más activa en promover la ciudadanía travesti.
En ese mismo año, se decidió apostar a una estrategia de visibilidad política. A modo de replicar la apuesta del feminismo histórico en elaborar manifiestos en primera persona, Lohana escribió, de puño y letra, unas simples líneas relatando la situación de precariedad absoluta que atravesaba. Había un interés en juego para conquistar las propuestas: ganar firmas de figuras destacadas de la cultura, la academia, los partidos políticos, los movimientos sociales, tanto a nivel nacional como internacional.
El correo electrónico era el instrumento infalible para circular ese mensaje de S.O.S como un náufrago que arroja una botella al mar. De inmediato, aparecieron los nombres del activismo LGTB.
Después se supo que el programa “Leña al fuego” en Radio Ciudad, conducido por Herman Shiller, esa semana estaba abocado al tema del anarquismo en la Argentina. Allí, se partió a la espera de los invitados: David Viñas, Dora Barrancos y Osvaldo Bayer quienes se comprometieron a darle mayor difusión. Luego, se unió Norita Cortiñas y Laura Bonaparte. Más tarde, del exterior se sumaron académicas feministas consagradas: Francine Masiello, Piera Oria y Temma Kaplan. Y como una rueda que no para de girar, se autoconvocaron 250 personas que entendieron el sentido y la legitimidad no solo de la demanda sino también la violación a los derechos humanos a que estaban sometidas las travestis en su cotidiano de exclusión total.
Por suerte, al poco tiempo, se tuvo una respuesta afirmativa. El economista Julio Gambina, director del Instituto de la Cooperación (IDELCOOP) le propuso a Lohana trabajar como recepcionista a lo largo de tres meses como prueba. Esa jornada quizás monótona para cualquiera no fue así para ella. Era la primera vez que disponía de un escritorio, de compañeros de trabajo, horario de almuerzo y de un salario.
Terminada esa experiencia se apostó por más. La potencia de las coaliciones que se llevaron a cabo alrededor del llamado de Lohana por no regresar más a la prostitución que ya no soportaba, cobró la dimensión de “ una caja de herramientas” por la importancia de las articulaciones vitales que se lograron con otros movimientos y grupos políticos. Cabe recordar que para 1999, siendo una de las referentes más destacada del movimiento travesti, hizo su entrada de gala a las filas feministas de Buenos Aires, apenas finalizó el VIII Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, realizado en Santo Domingo.
También el contexto nacional brindaba oportunidades insoslayables de colocar en la agenda de los conflictos sociales las marcas dejadas por la violencia institucional y social en el cuerpo travesti. Para las elecciones presidenciales del 24 de octubre de ese año se lanzó el Frente de Izquierda Unida (IU)- alianza entre el Partido Comunista Argentino (PCA) y el Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST). Tanto Patricio Echegaray como Vilma Ripoll se presentaban como candidatos a legisladores por la Ciudad de Buenos Aires. Ese comicio encarnaba una coyuntura única e indispensable para los colectivos de la disidencia sexual de presionar a Izquierda Unida a quitarse de encima tantas declaraciones como acciones homofóbicas y poner stop en el casete donde ya no cabrían aforismos antidiscriminatorios y racistas.
En esa misma oportunidad, el politólogo Atilio Borón, integrante del Frente de Democracia Avanzada (FDA), el primer partido que desplegó en sus pautas programáticas reivindicaciones del movimiento gay con un eje puesto en las campañas antidiscriminatorias, llevó un acuerdo político con Echegaray. Borón conocía muy bien a Lohana por su estrecho vínculo con Carlos Jáuregui que había activado en conjunto con el FDA. En una entrevista a Lohana, publicada por Marcha Noticias “La batalla en todos los lados y al mismo tiempo”, ella relataba que “Jáuregui fue el primero que instó a la organización de las travestis. Y sostenía que “él había sido un visionario en ese tema”.
Todo ese entrecruzamiento rizomático de feministas, agrupaciones de mujeres, de gays, lesbianas, travestis, de derechos humanos, izquierdas independientes, sindicatos, centros de estudiantes, periodistas, intelectuales que se manifestó iniciados los noventa frente al avance arrasador del neoliberalismo, sirvió a la causa de las compañeras travestis. Entonces a través de Atilio Borón hubo un acercamiento con Echegaray. Con Rapisardi comenzamos largas charlas, almuerzos en el local del partido para interesarlo sobre la posibilidad que Lohana ingresase a su equipo de asesores. Al final surtió efecto. Fue Secretaria y Asesora en Derechos Humanos del bloque hasta 2002. Este hecho la presenta como la primera travesti con un empleo en el Estado. Después, prosiguió su recorrido profesional y técnico con la filósofa Diana Maffía, compañera de ruta hasta sus últimos días.
*Activista feminista queer.
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