UNIVERSIDAD › OPINION

La incógnita de la ciencia

Por Andrés E. Carrasco *

Hace unos días, en un gesto encomiable, el Presidente recibió a un grupo de científicos seleccionados por funcionarios de la Secyt y del Conicet. A juzgar por los comentarios, salieron “contentos” por la informalidad del Presidente, que supo cómo moverse con la muchachada, y considerando que se puede ser “moderadamente optimista” ante el compromiso de un incremento del presupuesto para el 2004. Luego, como una luz para diluir las sombras de incipientes reclamos, el Lic. Filmus anunció la ejecución de 15 millones de dólares del BID para equipamiento, como un hecho excepcional de los últimos diez años. Habría que recordar, sin embargo, que desde 1998 hasta el 2001 la Secretaría de Ciencia distribuyó, con fondos del BID, cientos de subsidios trianuales de 150 mil dólares, en cada uno de los cuales el 40 por ciento estaba destinado a equipamiento. Entonces, el anuncio debe leerse en clave positiva pero sin olvidar que desde 1979, mucho antes de la creación de la Agencia, ya nos habíamos endeudado con el BID por centenares de millones de dólares que el Conicet usó para construir institutos, equiparlos y subsidiar proyectos de investigación. Sólo en 1996 se destinaron 20 millones de dólares a 50 proyectos. Todo esto, con un muy discutible impacto, sobre la calidad de la producción científica y nulo sobre la sociedad que carga con esa deuda externa. Además en diciembre de 2000, el Conicet asignó 3 millones para equipamiento institucional pesado de uso compartido, sin ninguna condición de financiamiento complementario.
Las autoridades, además, manifestaron no haber detectado irregularidades en la anterior administración. ¿Se realizó una auditoría exhaustiva? Si es así, sería deseable conocer el resultado. ¿Se han interiorizado las nuevas autoridades de la calidad y transparencia de la evaluación que realizan las instituciones que constituyen la médula de nuestro sistema científico? Por eso, el incremento del presupuesto es prioritario e imprescindible pero insuficiente para resolver por sí mismo las deficiencias institucionales hoy existentes. Tampoco modificará el caos y avance neoliberal privatizador de moda en el sector científico. La experiencia acumulada en otros países nos ha convencido de que sólo el diseño y monitoreo de los instrumentos institucionales de evaluación y de las formas de conducción de la gestión pueden asegurar el éxito de una política para el sector, lo cual implica para nosotros una inevitable reforma funcional de las instituciones de promoción que acompañe al incremento presupuestario. Además, no se debe olvidar que la planificación estratégica requiere un análisis certero del tipo, papel, impacto, originalidad y apropiación del conocimiento producido, sin promesas tecnocapitalistas, falsos enfoques epistemológicos ni alardes pseudofilosóficos. Aunque estos aspectos están ausentes del Plan Nacional de Ciencia, son los ejes actuales del debate pendiente. Rolando García, el cofundador del Conicet, recientemente dijo que con 40 por ciento de pobres la Argentina no puede plantearse un modelo científico de elite y, criticando con astucia la evaluación y la distribución de los recursos que premian la competencia entre investigadores por la cantidad de publicaciones con prescindencia de su contenido, expresó su escepticismo de que el incremento de fondos sea suficiente para resolver las deficiencias del sector científico tecnológico. ¿Que hará el Gobierno con estos desafíos? Es todavía una incógnita.
* Investigador del Conicet.

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