Martes, 12 de diciembre de 2006 | Hoy
UNIVERSIDAD › OPINION
Por Christian Castillo *
Si algo ha mostrado la actual crisis política en la UBA es el profundo conservadurismo tanto de las camarillas profesorales que la vienen gobernando como de la intelectualidad seudo “progresista” que apoya el pacto del establishment contra los estudiantes. Lo cierto es que las demandas de democratización son tan elementales que el recurso del establishment profesoral ha sido evitar cualquier debate. Si bien el reclamo tiene implicancias hacia el conjunto de las universidades públicas, en la UBA tienen particular peso porque su estatuto actual, que data de 1958, es uno de los más retrógrados. Los trabajadores “no docentes” no tienen representación alguna en el gobierno, como sí ocurre en varias universidades. Los profesores titulares y adjuntos concursados, una ínfima minoría del total de los docentes, conforman un claustro separado y oligárquico, cuando hay universidades donde el “claustro único docente” es una realidad, como en Rosario. Y la representación estudiantil es ultraminoritaria.
La pequeña oligarquía que gobierna el claustro de profesores, que tiene la mitad de los cargos en cada consejo directivo de facultad, mayoría absoluta en el Consejo Superior y casi el 55 por ciento de los miembros de la asamblea universitaria, se ve además favorecida por mecanismos que limitan su renovación: es el único claustro que renueva sus consejeros sólo cada cuatro años, mientras estudiantes y graduados lo hacen cada dos (y en el caso de los centros de estudiantes, anualmente). Este sector es además el que impide que los profesores interinos –algunos con más de 20 años de trabajo “precarizado” en la universidad– ejerzan el derecho al voto y es el que en los últimos años ha manipulado multitud de concursos para evitar que surjan opositores entre los mismos profesores.
Cualquier análisis mínimamente serio daría cuenta de que la cerrada defensa que las distintas camarillas profesorales han hecho durante toda la crisis del estatuto actual (a lo sumo aceptando cambios cosméticos) es la de los mecanismos que le permiten preservarse de todo cambio y conservar sus privilegios. Esta oligarquía, acomodándose a los gobiernos de turno, es la responsable de los avances privatistas en la universidad pública y de la imposición de un modelo de producción de conocimiento alejado de todo debate sustantivo, moldeado por Coneau, el sistema de incentivos y otros perversos mecanismos disciplinadores que se generalizaron en los últimos diez años. Una universidad donde el ahogo presupuestario favoreció un reguero de negocios privados y la salida de cada facultad a “recaudar fondos” de donde sea, incluyendo su complicidad en la precarización del trabajo a través de las llamadas “pasantías”.
El “pacto de Olivos” de los decanos, bendecido por la intervención gubernamental, no es más que el acuerdo de aquellos que quieren que continúe el actual statu quo. En términos políticos, un acuerdo que maquilla el anacronismo de una asamblea universitaria y un Consejo Superior con mayoría radical con un rector y un vicerrector “kirchneristas”, a quienes van a tratar de imponer sesionando con vallas y “protegidos” por patovicas y/o policías. Un pacto que, además, otorga la Secretaría de Hacienda, la “caja” de la UBA, a un actual operador de Macri. En síntesis, una componenda vergonzosa.
El conflicto universitario ha mostrado además la impostura de una parte de la intelectualidad académica, que hace carrera escribiendo sobre los distintos sistemas de dominación o sobre la “protesta social” cuando ocurren “afuera”, pero que no duda en alinearse con lo peor de la oligarquía universitaria “puertas adentro”. Algo que pretenden justificar, igual que en su momento hicieron cuando apoyaron a De la Rúa, con una supuesta “ética de la responsabilidad”, el argumento recurrente con el cual avalaron o fueron partícipes de las entregadas de todos estos años. En realidad, la verdadera “irresponsablidad” es permitir que la universidad siga bajo el control de los mismos que llevaron a su actual degradación. De ahí el mérito de lo hecho por el movimiento estudiantil, impidiendo los distintos “enjuagues” intentados por el establishment universitario y planteando una agenda para iniciar una real transformación de la universidad. Quienes en la UBA luchamos desde hace años por ponerla al servicio de los intereses del pueblo trabajador no podemos menos que estar a su lado en esta disputa.
* Profesor y ex director de la Carrera de Sociología (UBA), dirigente del PTS.
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