Martes, 12 de diciembre de 2006 | Hoy
DEPORTES › OPINION
Por Diego Bonadeo
Empecinados contadores de corners, relevadores de pases-gol –“asistencias” les dicen los basquetbolizadores del fútbol–, en fin, sumadores, restadores, multiplicadores y divisores de números que tienen que ver con el fútbol, puntualizarán entre otras cosas que, antes del encuentro del viernes contra San Lorenzo, Quilmes solamente había ganado un partido (2-0 contra Gimnasia de Jujuy), con tres empates (Godoy Gruz, Argentinos y Colón), habiendo perdido los 14 restantes. Ya que estamos, sigamos con las estadísticas. Diecinueve goles a favor en 18 partidos y 36 en contra.
Habiendo caído también en la trampa de los números quien esto escribe, Osvaldo Sosa, Héctor Veira (que renunció antes de asumir), Mario Gómez, Esteban Pogany y por fin un tal José Martínez –quizás ninguneado por escasez de aparición mediática– fueron entre otros los técnicos del equipo que le ganó 4-2 a San Lorenzo en la última fecha. Pero esa noche, en el banco, estaba Martínez.
Es que usar las estadísticas para limitarse a recordarlas no agrega ni quita. Lo que sí corrobora una vez más toda esta data es la impredictibilidad del fútbol, el emparejamiento –salvo excepciones– entre supuestos “chicos” y supuestos “grandes” y la cada vez más dudosa incidencia de algunos directores técnicos, si de quitarles protagonismo a los futbolistas se trata. La contracara de la olvidable gestión de Mario Gómez en Quilmes es el repunte del Gimnasia jujeño desde que Gómez tomó el equipo, como si no fuesen los jugadores los artífices del cambio. Mientras tanto parece que Ruggeri se va como técnico de San Lorenzo, fortuna indemnizatoria mediante –eso sí, en cuotas–, como si este fútbol nuestro de cada fin de semana y de entresemana también nadara en la abundancia.
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