Domingo, 10 de febrero de 2013 | Hoy
Por Carlos Gamerro
Comencé a frecuentar gimnasios a poco de terminar el secundario, buscando como tantos la milagrosa transformación del proverbial alfeñique de 44 kilos en un alfeñique de 45. Una vuelta en el vestuario un patovica me pidió ayuda para sacarse la remera: tenía los brazos tan hinchados por el ejercicio que no podían completar el movimiento necesario. De esa imagen, supongo, tanto como de las revistas de físico-culturismo tiradas por ahí y que cada tanto para profundizar en el aburrimiento hojeaba, surgió este relato. Por limitaciones de espacio y por curiosidad de ver hasta dónde podía comprimir a estos tan expansivos patovas míos, esta versión es notablemente más corta que la publicada originalmente en El libro de los afectos raros (2005).
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