Viernes, 20 de febrero de 2015 | Hoy
Por Antonio Dal Masetto
Ambos personajes son reales. Con respecto a sus historias, sin traicionar lo esencial, hubo algunos pequeños agregados, pequeñas alteraciones, todo para que, por humilde que el texto fuera, mereciera ser escrito y luego quizá publicado.
Uno, como digo, pertenece a los años de adolescencia. Y era así, con algún amigo vagabundeábamos horas y horas de acá para allá por las calles de tierra o nos sentábamos en el cordón de una vereda espiando esto y aquello y sobre todo el paso de las muchachas, atentos siempre a la posibilidad de que nos lloviera una novedad capaz de mover un poco las aguas de la apatía pueblerina. El Chiche Rugantino fue especialísimo centro de interés y, los días de partido, donde él estuviera ahí estábamos nosotros, los espiadores, agazapados en algún lugar privilegiado de observación, atentos, pacientes y esperanzados.
En cuanto al otro personaje, el encuentro no fue en un tren, sino que fue una sucesión de encuentros en mi departamento de la zona del Bajo. El muchacho venía una vez por semana con el borrador de algún cuento que luego leíamos en voz alta y tratábamos de mejorar. La cita era los lunes, por lo tanto al día siguiente del domingo, que significaba fundamentalmente partido de fútbol. Lunes, día en que la pena o la gloria del domingo estaban frescas. Antes de abordar el cuento venía la información de lo vivido hacía horas y con la información los recuerdos. Y así, lunes tras lunes, me fue contando su historia de amor con Independiente. Después, cuando ya no nos veíamos, a lo largo de los años, seguí recibiendo esporádicas noticias suyas y nada variado en cuanto a su pasión futbolera. Siempre admiré y seguramente envidié las personas capaces de poner tanta pasión en una dirección y mantenerla. De ahí esta pincelada que intenta recuperar algo de aquellas charlas.
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