Martes, 31 de diciembre de 2013 | Hoy
En pocos relatos míos hay menos invención que en éste. Llegué a pensar en llamarlo crónica, aunque es inevitable que al ordenar en clave narrativa episodios y actores una pátina de ficción los recubra, empezando por la primera persona que relata. Los nombres de Herminia y Dorita, por supuesto, no corresponden a los de las criaturas que recuerdo: de allí no pasa mi intervención. No he exagerado sus gestos, palabras y acciones.
El texto conoció tres reescrituras. La primera apareció en un libro de ensayos y crónicas, hoy agotado, El pase del testigo (2001), la segunda en uno de cuentos: Tres fronteras (2006). Esta circulación entre etiquetas que me dejan indiferente corresponde a mi práctica habitual. Tanto en mis novelas como en mis films se ha señalado la contaminación de ficción y registro de la realidad (prefiero evitar la gastada palabra “documental”). Hoy asoma en una tercera versión, aun más ajena a esas restricciones de género.
El homenaje al gurú más prestigioso del psicoanálisis en la Argentina ocurrió como lo cuento, y por eso me gustaría dedicar esta resurrección de “Las chicas de la rue de Lille” a Germán García.
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