Martes, 31 de diciembre de 2013 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Jorge Halperín
Los medios de información, además de ofrecer noticias, operan como máquinas de olvidar. La propia información también produce desinformación. El tratamiento de noticias, aun en los casos en que no hay mala fe ni operaciones, desplaza otra información, la debilita, cuando no la barre de la agenda.
Esto es más drástico aún con ciertas noticias que coagulan toda la atención. Así, la rebelión policial y los saqueos del 3 y 4 de diciembre borraron de la agenda el anuncio de que no habrá bono navideño y las consiguientes reacciones sindicales. Y los cortes de luz a mediados del mes borraron de la agenda a los saqueos. Pero no sólo barren de la agenda la gran noticia excluyente anterior. Modifican el paisaje anímico hasta un punto en que la realidad toda es observada desde el prisma y el tono de la noticia del momento. Esto sólo habla de una deformación “natural” del sistema informativo, si no le agregamos el enorme trabajo de amplificación que realizan los grandes conglomerados mediáticos opositores. Para decirlo en otras palabras, no hubo en la última semana en TN, la señal informativa más vista las 24 horas del día, un instante en que los piquetes por los cortes de luz dejaran paso a otra noticia. Sobre un problema que es dramático de por sí, el medio concentrado opera para que los ciudadanos lleguen a obsesionarse. No hay nada más que cortes de luz y descontrol en la realidad de TN, que es la que muchos ven.
Pero sí que pasan otras cosas fuera de los cortes de luz: justamente, se nos escapa algo que en los últimos meses nos viene afectando a todos y que comenzó el 7 de octubre, con la noticia de que la presidenta Cristina Fernández debería ser operada por un hematoma cerebral.
Mi humilde hipótesis es que en los últimos tres meses estamos capturados por una transición que, aunque no lo percibamos en toda su magnitud, está afectando la percepción colectiva de lo que pasa. Empezó, como señalé, desde el momento en que se nos anunció que había un quiebre en la salud de la Presidenta, que debía ser intervenida en una zona delicada y que estaría alejada más de un mes. Desde luego que la sobreactuación de los grandes medios, sugiriendo que la gravedad del problema era mucho mayor que la informada, y, luego, que no había timón en la Casa Rosada, impactó en los ciudadanos. Se propagaron rumores tremendistas y declaraciones estúpidas e irresponsables, como la de Victoria Donda, conjeturando que la Presidenta podría regresar “como una plantita”.
Aun cuando muchos ciudadanos están prevenidos frente a tanta operación mediática, es indudable que el repliegue de la Presidenta, una líder de absoluto protagonismo en los últimos años, generó un estado de perplejidad. “¿Quién está al mando?” fue, por un tiempo una pregunta no fácil de responder, aunque no hubieran signos preocupantes, como pretendía la prensa opositora.
El regreso de Cristina con una imagen verdaderamente radiante produjo un gran alivio general. La Presidenta ejecutó de inmediato cambios profundos con el nombramiento de los nuevos ministros, y, particularmente, dejando que el centro de la escena lo ocupara el ex gobernador del Chaco, y ahora jefe de Gabinete, Jorge Capitanich. Cristina dejó dos figuras fuertes a cargo, y, tanto por razones de salud como por una decisión política inteligente que desplace el foco y abra el juego a potenciales sucesores, nos parece un criterio lúcido para encarar el tramo que viene hasta 2015.
Pero no se procesa tan fácilmente el paso de una líder excluyente a un esquema más repartido, cuando menos de exposición. De hecho, en plena convalecencia de Cristina, el 20 de octubre ocurrió el último de los choques de trenes de la línea Sarmiento –llamativamente protagonizado por un motorman dado a la provocación–, y a los tres días el ministro Randazzo dijo haber tomado por su cuenta la decisión de estatizar esa línea.
A poco de andar la nueva conducción ministerial, las sublevaciones de policías y los saqueos, si bien estallaron a nivel de las provincias y no en el área metropolitana donde está concentrado el poder nacional, otra vez golpearon sobre la imagen de la autoridad central, como lo hacen ahora, con más lógica, los cortes de luz. No es descabellado preguntarse si en algunos sectores estos sentimientos de cierta mudanza de la autoridad no contribuyeron a cebarlos, intuyendo que era el momento de golpear.
Lo cierto es que se percibe todavía la trabajosa adaptación colectiva al nuevo esquema de gobierno y la ansiedad acerca de cómo y con qué estilo seguirá conduciendo la Presidenta. Los medios opositores dan a conocer encuestas que dicen que habría caído la imagen de Cristina a causa de los últimos episodios, y la sitúan entre el 45 y el 50 por ciento de aprobación.
No pueden disimular que nadie consigue capitalizar los momentos difíciles del Gobierno ni desplazar un liderazgo que permitirá por primera vez en la historia a una misma fuerza política completar tres mandatos continuados. Véase, si no, en qué forma se desinfló el supuesto líder emergente, Sergio Massa, tan pronto como logró el importante triunfo en la provincia de Buenos Aires.
Hay, sí, desde el poder y la oposición expectativas análogas pero bien opuestas de que otras noticias licuen las de hoy. En este rincón, la esperanza de que concluyan los cortes y traiga alivio a todos. En la vereda mediática de enfrente, algo que suba la apuesta catastrofista. Es razonable esperar que el Gobierno ejecute uno de sus clásicos golpes de iniciativa.
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