Con ojeras, serio, con la marca del desgaste en su rostro, Daniel Salcedo dio su último y más anticipado paso en su carrera como jefe de la Bonaerense: un paso al costado. Renunció, le pidieron la renuncia, pidió el retiro o lo jubilaron son las diferentes versiones, según quién sea su dueño. Salcedo aseguró que había pedido su retiro en diciembre y que luego debió prolongar su estadía al frente de la nueva Bonaerense por el crimen de Aldo Garrido, el policía de San Isidro asesinado durante un asalto el lunes pasado. “No es una limpieza”, dijo y es probable que tenga razón. Este diario ya había anticipado que en el caso Bergara afloraba una feroz interna entre los bonaerenses técnicos, como lo es Salcedo (proveniente de la Policía Científica), y los que empujaban del lado “operativo”, los que “hacen la calle”, más representados por los jefes del área de seguridad que tienen a su cargo las comisarías, dueñas de lo que se hace y se deshace, se dice y se desdice, en el enrevesado laberinto de las calles provinciales. Y, curiosamente, a la cabeza de todas las comisarías hasta ayer se encontraba Paggi, que ayer echaba flores a su ex jefe.

La lectura política del cambio en la cúpula la dio el gobernador Daniel Scioli. “Haremos todos los cambios que sean necesarios para mejorar la operatividad de la fuerza”, dijo después de que el ministro de Seguridad, Carlos Stornelli, saliera a confirmar las versiones que corrían entre radios, movileros y pasillos. Hasta la fecha, los cambios que sean necesarios fueron dos y estuvieron íntimamente ligados a la sensibilidad a los reclamos circunstanciales de determinados sectores de las vecindades.

En noviembre pasado, tras el asesinato del ingeniero Barrenechea, dispuso la modificación de la cabeza de la estructura policial que había dejado León Arslanian, creando cuatro grandes superestructuras por encima de las 32 departamentales, que terminó por devolver a las cúpulas policiales el control de la cadena de esfuerzos hacia arriba, perdido en parte y maquillada en otra, durante la era Arslanian. La modificación fue monitoreada por Paggi, que mantuvo su puesto de superintendente de Seguridad, segundo sillón en la Bonaerense.

Y ahora, el renunciamiento de Salcedo, explicado tras los reclamos de mayor seguridad por la muerte del martirizado Aldo Garrido, también en San Isidro. El propio Salcedo intentó corregir las insidiosas preguntas del periodismo sobre los motivos de su renuncia. “La había pedido en diciembre –respondió el ex jefe–, pero el caso Garrido me llevó a postergarla.” Más allá de la endeblez del argumento, ya que el caso Garrido estalló dos meses después, lo cierto es que el pedido de retiro, en diciembre, coincide con el secuestro de Bergara. Antes de la aparición de Bergara, en los pasillos de la Bonaerense –esto es, en los del ministerio de Stornelli–, ya se hablaba de internas. Pero la aparición de Bergara ya no permitió el desplazamiento, al menos vinculado con el secuestro a riesgo del papelón. Con un secuestrado atado a la cama de un jefe de calle, tres uniformados más vinculados con la causa, ex bonaerenses prófugos, remover al jefe era reconocer públicamente que la antigua Bonaerense estaba recuperando el control sobre sus viejas mañas.

Se aguardó un tiempo. La muerte de Garrido fue, en ese sentido, políticamente utilizada.

Ayer, Juan Carlos Paggi –ex director de la Escuela de Oficiales de la Bonaerense Juan Vucetich, ex director de Institutos, pero también jefe de la departamental de Almirante Brown y de La Plata, antes de ascender a jefe de todas las departamentales de la provincia–, se presentó ante la prensa: “Mi perfil es atender las necesidades urgentes. A veces lo urgente supera lo importante. La prevención es lo importante y la gente está pidiendo eso. Tenemos que llegar antes de que se produzca el delito, y no después”, dijo Paggi, quien además de arrojar un maquillaje de flores a su antecesor, se dio el lujo de una chanza tácita. Una fuente aclaró a este diario el leit motiv: “Los de la Científica, por obvias razones, siempre llegan después del delito”. Consciente o no, el chascarrillo habla de la interna.

Que el retiro de Salcedo y la devolución del poder a la Bonaerense es parte de un proyecto de Seguridad lo dijo con transparencia Paggi: “No hablo de transformaciones, no creo en los golpes de efecto, creo en la continuidad de un proyecto que va dando sus resultados y esto es muy importante”, y agregó en relación con Salcedo que “deja la misma policía que yo conduje debajo de Salcedo, sin duda, puede haber una impronta personal de mi parte, pero trataremos de seguir con un plan que operativamente ha dado muy buenos resultados. Si las cosas venían funcionando trataremos de que funcionen mejor o no cambiar lo que está bien”.

Y para que la máquina esté aceitada se realizaron unos pocos cambios más: seis de las catorce superintendencias que componen la cúpula cambiaron sus titulares: una es la de Coordinación Operativa de Seguridad, que fue dejada vacante por Paggi y que quedó a cargo de Ernesto Araguez, que conducía Seguridad Sur, una de las cuatro superestructuras creadas en noviembre. En ese lugar asumió Mario Valente, ex jefe Departamental de Pilar. En la Policía Científica, Miguel Ortiz Costa, de extrema confianza de Salcedo, pasó a retiro y fue reemplazado por Pablo Vázquez.

En Seguridad Interior asumió el ex jefe de la Departamental Morón Mateo Barragán y quien estaba a cargo de Morón, Héctor Martínez, pasó a Servicios Sociales, un freezer. El resto continuará en sus puestos, por el momento.