CARTAS DE LECTORES

Alquimia

El fascismo es una enfermedad social que suele agazaparse en los miedos atávicos de la clase media. La historia ha dado sobradas muestras de la rara alquimia que tiene lugar cuando se somete a un burgués a la acción persistente del miedo: se convierte en un fascista. La multitud de personas de bien que el jueves enarbolaban sus módicas antorchas en Plaza de Mayo son un humus peligroso donde –llegado el caso– pueden germinar semillas de autoritarismo y represión clasista. No otra cosa sugiere la enconada insistencia en diferenciar a los “ciudadanos” de los delincuentes. Esta discriminación primitiva y grotesca pretende reducir las pugnas sociales a dos bandos delimitados por apenas la índole moral de sus integrantes: de un lado, los ciudadanos, la gente honesta, la vida, el “bien”; del otro, los asesinos, ladrones, secuestradores, la droga, la muerte, el mal sin más. No hay que ahorrar esfuerzos en refutar una visión tan maniquea e ideologizada (en la sencilla acepción del falseamiento interesado de la realidad). Lo primero que hay que decir es que la moral, la ética como un conjunto de valores construidos a partir de criterios más o menos racionales para discriminar lo que debe y no debe hacerse, es una construcción social que no puede escindirse de la situación en la que cada individuo vive. No puede pretenderse que la “vida” sea igualmente un valor supremo para quien goza de los innúmeros privilegios de las clases acomodadas que para quien padece diariamente la violencia en una villa del conurbano. Por lo demás, todo enunciado abstracto es sospechoso. Quienes encienden una vela para conjurar el peligro de perder sus bienes no son inocentes de la muerte diaria de los miserables por el hambre y las enfermedades medievales. Antes bien, son quienes usufructúan un bienestar que es deudor del martirologio gestado en la mazmorra económico-política de la dictadura y el menemismo. La “gente de bien” debería saber que en una sociedad en la cual las desigualdades son insultantes, sus aspavientos de beatas escandalizadas por los motivos que esgrime Blumberg no hacen más que proclamar su culpa. “Yo no sabía”, decíamos cuando cadáveres insomnes sobrevolaban el Río de la Plata. Hoy, ya entrado el siglo XXI, no nos queda ni siquiera la vieja coartada de la ignorancia.

Pedro Lorenzo

DNI Nº 18.323.662

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