Martes, 4 de noviembre de 2008 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO La semana pasada, bajando en un funicular hacia Barcelona, de camino a una mesa redonda sobre el escritor J. G. Ballard, en los primeros minutos del anochecer (apunto todas estas circunstancias espacio/temporales aunque no haga demasiada falta porque sé que jamás olvidaré ese momento) por fin leí como no-ficción aquello que siempre había imaginado como ficción. Lo leí en uno de esos diarios gratuitos que se usan y se tiran y ya está mientras, a mi lado, en el funicular, una nena jugaba con sus muñecas Barbie. El titular de la noticia era A juicio por matar a su ex marido virtual y allí se informaba que una japonesa de 43 años podría ir a la cárcel por destruir el personaje de su ex marido virtual en uno de esos sites tipo Second Life. Parece que la mujer y la víctima mantenían desde hacía tiempo una relación sentimental cuando el hombre decidió poner fin al romance. Y no hay infierno más grande que el de la furia de una mujer virtual despechada y hacking y una mañana el tipo fue a buscarse y se encontró con que había sido borrado del mapa. Ahora, la mujer se enfrenta a una posible pena de cinco años de cárcel o a una multa de 5000 dólares. Me sorprendió lo desproporcionado de la sentencia física en relación con el, comparativamente, no demasiado dinero a pagar. ¿Cómo se habría llegado a semejante veredicto? En cualquier caso –continuaba la nota– apenas una semana atrás, en Holanda, dos adolescentes de 14 y 15 años habían sido condenados a 360 horas de servicios a la comunidad por haber obligado a otro joven –mediante insultos y golpes y amenazas a su avatar virtual– a entregarles varios bienes virtuales en los barrios bajos de otro site. La noticia era breve y venía en las páginas interiores. En la primera plana se daban detalles del muy real y terreno juicio a tres jóvenes de Barcelona que quemaron viva a una mendiga en un cajero automático “porque olía mal”.
“Ahí tienes”, le decía, feroz, la niña a su Barbie que, de pronto, había perdido la cabeza.
DOS Por lo que decidí ponerme a releer el ejemplar de Milagros de vida, autobiografía de Ballard recién aparecida. Página 147. El momento en que Ballard descubre las posibilidades de introducirse, como un virus, como un troyano, en la ciencia-ficción, para hacer lo suyo: “Me parecía que, a pesar de su vitalidad, la ciencia-ficción estaba limitada por su tendencia a especular ‘¿Qué pasaría si...?’ ... A mí me interesaba más abordar el ‘¿Qué pasa ahora?’”, recordaba Ballard.
Buena pregunta.
Y lo que pasa ahora es lo que ya entonces pasaba en la cabeza de quienes tal vez hayan sido los más certeros visionarios de finales del siglo XX. Los que supieron antes que nadie lo que ocurriría casi enseguida. Ballard es el único sobreviviente del trío. Los otros dos –Andy Warhol y Philip K. Dick– se murieron justo en el momento en que el mundo comenzaba a adquirir, inapelablemente, la textura de sus más dulces pesadillas. Andy Warhol fue quien dijo aquello de “En el futuro todos serán felices durante 15 minutos” y aquello otro de “Si pudiésemos convertirnos en máquinas, todo nos dolería menos. Seríamos más felices si estuviéramos programados para ser felices”. Y Philip K. Dick... bueno... ¿acaso hay algo que Dick no haya visto?
La nena jugaba con sus pedazos de muñeca, yo terminaba de leer eso de la japonesa asesina y los holandeses torturadores y me acordé de un pequeño gran cuento de Dick titulado “Los días de Perky Pat”. Dick publicó su relato en 1963 y allí se cuentan las vidas de varios sobrevivientes de una catástrofe nuclear –provocada por marcianos invasores– que viven y matan el tiempo, en aburridos refugios californianos, adictos a un juego de muñecas llamadas Perky Pat que les permiten imaginar vidas mejores y una realidad alternativa. Dick volvería a escribir sobre los Perky Pat en una de sus mejores novelas –Los tres estigmas de Palmer Eldritch, de 1965– donde los muñecos cumplen la función de distraer a los colonos espaciales y, al ser combinados con dosis de una droga llamada Can-D permitir, por un rato, recuperar los placeres de la idealizada existencia en una Tierra cada vez más lejana corporizándose el juguetón alucinado en el Perky Pat de su preferencia. Algo así como lo que hace cualquier niño sin la ayuda de ninguna sustancia artificial, pienso, mientras a mis pies rueda una cabeza de Barbie.
TRES En Divine Invasions –la biografía de Philip K. Dick firmada por Lawrence Sutin– se cuenta que la idea de las Perky Pats se le ocurrió al escritor luego de regalarles a sus hijas unas Barbies para la Navidad de 1963. Allí, una de ellas, Hatte, recuerda la furia que le produjo ver a su padre medir cuidadosamente las proporciones de las muñecas para enseguida informarle que las Barbies jamás podrían existir en el mundo real ya que sus cabezas eran demasiadas pequeñas para sus cuerpos.
Y, sin embargo -–de regreso de lo de Ballard, contemplando el noticiero–, nuestro planeta rebosa de personas con la cabeza (y lo que va dentro de la cabeza) demasiado pequeña para su cuerpo. Ya saben, postales de la crisis, banqueros fracasados que se van a casita con indemnizaciones que van de los 50 a los 500 millones de dólares. Economistas explicando a un ballardiano lo que pasa ahora y sonando como consumidores habituales de Can-D y soñando los viejos tiempos que ya no volverán. Y Zapatero insistiendo con que España tiene que estar en la cumbre esa en la que se refundará el sistema financiero. Repeticiones –una y otra vez– de Zapatero mostrándole un agradecido pulgar hacia arriba a Sarkozy por las gestiones del francés para conseguirle una silla en la mesa quien, acto seguido, se despacha con un discurso frente al español donde afirma que la delegación continental llegará a la reunión con “un rostro único” que, como presidente de la Unión Europea durante este semestre, no será otro, me temo, que el suyo. Pero no importa: se sigue trabajando. “Ofensiva diplomática”, insisten. Y me pregunto si este juego no debería jugarse entre bambalinas para informar al gran público recién en la hora del triunfo. Parece que no. Tenemos novedades del asunto con frecuencia de partes meteorológicos explicando el súbito invierno –12 grados menos de un día para otro– que llegó en estos días de otoño. La última es que el rey –los presupuestos para el 2009 han aumentado el dinero asignado a la Casa Real– dice que seguro que allí estaremos, en Washington, aportando ideas. Yes We Can.
CUATRO En una entrevista de 1996, Ballard explicaba que “se está llevando a cabo una enorme migración virtual, dejando atrás el mundo externo para irse a vivir a un mundo interno” y que “el mundo se está volviendo muy complicado y desprolijo, así que ¿por qué no construir una réplica que nos haga felices?” Warhol entendía su arte de manera parecida: “Yo creo que todo tendría que gustarle a todo el mundo. Que te guste todo es un poco como ser una máquina. Hacer lo mismo una y otra vez”.
El mundo adelantado por Ballard & Dick & Warhol ya está aquí, en esa Internet que algunos ya diagnostican como superpoblada y a punto de caer haciendo más ruido que Wall Street. Un snow crash en toda regla. Un infocalipsis del metaverso. Muchos –entre anónimos y alias– enloquecen ahí dentro. Todo bien mientras todo quede y se quede ahí. El problema es cuando los emigrantes vuelven a casa, afuera, como máquinas, sin todas sus fac... f-a-c-u-l-t-a-d-e-s intactas para encender fuegos. Una y otra vez. En lo que a lo demás y a los demás respecta, no estaría mal proveer a los banqueros y a Zapatero con sendos sets de muñequitos para que gocen escenificando booms y cumbres (otros se representarán como magnicidas de Obama o le clavarán alfileres a Sarkozy) mientras, afuera, se viene la noche, las noches de Perky Pat.
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