Martes, 4 de noviembre de 2008 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por J. M. Pasquini Durán
Salvo que alguno de los dos candidatos obtenga la mayoría absoluta en las urnas, los votantes no tienen la última palabra en la elección presidencial de Estados Unidos, debido a que en ese país el trámite es indirecto y los que deciden son los miembros del Colegio Electoral. George W. Bush logró su primer mandato por resolución del Colegio de Florida (el hermano Jeb era el gobernador), pese a que había perdido la votación popular por escaso margen. La experiencia del método indirecto, que tuvo vigencia por varias décadas en Argentina, es por lo menos controvertida, ya que los electores pueden prometer su apoyo a uno de los candidatos, pero a la hora decisiva optar por otro. Desde 1824, en Estados Unidos ocurrió así en media docena de ocasiones. Para excluir la posibilidad, el veredicto del cuarto oscuro tiene que ser contundente, por una diferencia considerable y también incuestionable. De acuerdo con los pronósticos divulgados hasta ayer, no parecía ser ése el caso de la distancia entre Obama y McCain, ni siquiera en materia de conjeturas.
Es verdad que nadie se anima a ofrecer pronósticos cerrados, entre otros motivos, porque son numerosas las dudas acerca de la actitud profunda de Estados Unidos, con sus antecedentes de segregación racial, sobre la chance de tener un presidente mestizo con esposa de origen afroamericano en la Casa Blanca. Para evaluar la trascendencia cultural del acto habría que compararla con la decisión de John F. Kennedy que movilizó a las tropas de la Guardia Nacional para que las escuelas blancas del sur del país aceptaran estudiantes negros de ambos sexos, con la diferencia notable de que en la actual oportunidad el desenlace sería voluntario. De no mediar la cuota de incertidumbre, la lógica política –si es que tal cosa existe– señala a Obama como vencedor cierto, ya que su adversario pertenece al mismo partido de Bush hijo, que abandonará el cargo después de ocho años de gestión que provocaron un vendaval de calamidades. Un comentario editorial de la edición de ayer, lunes, en The New York Times, explica que en el equipo republicano existe un “clima de desazón” por los posibles resultados de la votación. Sólo en el último trimestre, según cifras oficiales, ochocientos mil trabajadores ya perdieron el empleo pero la cuenta continúa, mientras que la absurda invasión de Irak le cuesta al presupuesto público una suma redonda de 10.000 millones de dólares por mes.
Por cierto, el legado que recibirá el sucesor es tan grave y de tal tamaño que resulta difícil anticipar la gestión que, además, deberá comenzar desde el primer día de la transición, debido a la urgencia de todas las demandas pendientes. El propio Bush Jr. convocó a una reunión internacional para mediados de este mes, a la que asistirá la presidenta Cristina, para considerar el desastre y sus efectos mundiales. La Casa Blanca espera aportes solidarios del planeta que le debe, entre otros daños, el aporte decisivo de Estados Unidos al calentamiento global y, al mismo tiempo, su rechazo a cualquier compromiso colectivo como el Tratado de Kioto. Existe una biblioteca nutrida de argumentos en contra del gobierno conservador que intentó llevarse por delante a todos los que se atrevieron a disentir, pero las relaciones de poder no son equivalentes a un debate académico ni el pueblo norteamericano, que sufre las consecuencias, merece la indiferencia generalizada. Si Obama resulta vencedor, habrá cambios sin duda, pero sería prudente aun en ese caso recordar que los intereses de Estados Unidos serán los mismos que ahora. Lo que puede y debe cambiar es el método para resolverlos.
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