CONTRATAPA
Pudo haber sido mucho peor
Por José Pablo Feinmann
Y bueno, seamos optimistas. Todo –que ya era malo– pudo haber sido peor. No se produjo el regreso de los muertos vivientes. Ese ex presidente con más de veinte ex funcionarios suyos procesados por la Justicia no ganó en la primera vuelta. El personaje tenía a su favor la fenomenal desmemoria de vastos, vastísimos sectores de la Argentina que habían elegido recordar los primeros y fáciles cinco años de su gestión, con cuotas, autos cero, viajes a Miami y créditos hipotecarios posibilitados por el sencillo y directo remate del país. Había pronosticado, a su favor, un 40 por ciento. El hombre es así, le fascina pelearse con la verdad. También con otras virtudes. En rigor, con casi todas ellas. Pero muchos lo votan por eso. “Es un zorro. Se las sabe todas. Nos metió en esto, nos va a sacar”. No sé si tiene sentido seguir hablando de él. Lamentablemente nuestro país nos obliga eternamente a hablar de personajes que nos desagradan profundamente, será porque se aferra a ellos. Tanto, que se les identifica.
Pero ahora habrá segunda vuelta y en la segunda vuelta Menem pierde. Es muy fácil. Supongamos que –ahora, en la primera– se acerque al 25 por ciento. Se acabó. Es todo lo que tiene. El votante-Carrió votará a Kirchner. El votante-Rodríguez Saá también. Y el votante-López Murphy es el votante esencialmente antiperonista. Es cierto que programáticamente está más cerca de Menem que de Kirchner. Pero –vía Lavagna– está más dispuesto a digerir al aparato duhaldista. No todos. Muchos retornarán a la alianza liberal-populista del ‘89. Pero confiarán más en reeditarla con Kirchner que con Menem, ya que esa alianza envejeció.
Como sea, esta elección expresa la vigencia del bipartidismo en la Argentina. Pareciera que el radicalismo desapareció. Pero los radicales están en López Murphy y en Carrió, que configurarían un radicalismo de derecha y uno de izquierda. Y los peronistas están en Menem, Kirchner y Saá. Atomizados, pero están. Lo que permite vaticinar abrazos hoy imprevisibles pero mañana absolutamente posibles en nombre de la unidad nacional, el proyecto de país o lo que sea, hay palabras para todo cuando cualquier cosa se quiere justificar.
El verdadero fracaso es el de los movimientos que intentaron surgir a partir de las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001. No echaron a nadie. No pusieron a nadie. No parecieran, por el momento, poder regresar. Nada va a regresar y nada se va a ir. Cualquier gobierno que surja lo hará en un marco internacional agresivo, decididamente bélico. Es posible que el próximo negociador del Fondo sea sin más Donald Rumsfeld, hasta tal punto la administración Bush ha decidido identificar los negocios con la guerra. La historia –que hace con sus misiles Estados Unidos– no se compadece de los Estados ni las identidades nacionales. Más bien desea borrarlas y, si es necesario, arrasarlas. El gran desafío entonces es que la Argentina siga siendo un país. Lo que implica que América latina siga siendo un continente autónomo. En suma, ya no se trata de un gobierno, ni de un país sino de un esfuerzo continental. Sólo eso podrá salvarnos de la iraquización mundial que se avecina.
Habría deseado escribir más. Pero son tan pocas las ideas que estas elecciones han provocado que las dos o tres escuálidas que me quedan –aprovechando que hay segunda vuelta y que el Anticristo no ganó en la primera– las voy a dejar para entonces.