EL PAíS › EL MAPA DEL JUSTICIALISMO TRAS LA ELECCION
Ganadores y perdedores
A pesar de su fraccionamiento, el peronismo ratificó su hegemonía asegurándose las dos plazas del ballottage. Menemistas y duhaldistas librarán ahora la batalla final por la presidencia y la conducción partidaria. Adolfo Rodríguez Saá quedó relegado.
Por Diego Schurman
GANADORES
CARLOS MENEM.
Ganó. Pero no fue “primera y adentro”, como canchereó en la campaña. Deberá ir al ballottage y ahí pondrá a prueba su condición de invicto. El desgaste de diez años de gobierno y varios meses de prisión domiciliaria quedaron a la vista en el tobogán de sus adhesiones: alrededor del 25 por ciento contra los 49,8 que alcanzó en el ‘95. En el país del “que se vayan todos” ese declive no le fue propio sino común al resto de los políticos. Aunque con una salvedad a su favor: el peronismo dividió votos entre tres candidatos. Aun así, hay plena conciencia en su entorno de que sólo una gran diferencia respecto de Néstor Kirchner hubiese generado una inercia a su favor difícil de frenar. Esa diferencia no existió y ahora tendrá que luchar contra el enorme antimenemismo que impera, amén de una retahíla de encuestas que no le dan chances en un ballottage. Anoche dijo que el paso por las urnas, el 18 de mayo, será una “formalidad”. Y levantó las manos en un gesto similar al de los boxeadores que buscan ejercer un efecto psicológico sobre los jueces antes del veredicto final. Claro, simultáneamente tiró flores a Ricardo López Murhpy y Adolfo Rodríguez Saá, lo que habla de su necesidad de captar aliados para la segunda vuelta. Pese a ello, sólo por la insistencia de la prensa se planteó un escenario de derrota frente a la entente que armaron “el presidente interino” y “el candidato muletto”, como denosta a Duhalde y Kirchner: dijo, seguro de su longevidad, que en ese caso los argentinos lo verán peleando nuevamente en el 2007.
NESTOR KIRCHNER.
Aspiraba a ser presidente en el 2007. Y a fin de instalarse entre sus pares se lanzó a la competencia. Pero las deserciones de Carlos Reutemann y José Manuel de la Sota lo pusieron a la firma de una sociedad con el Gobierno –a esa altura huérfano de candidatos– que terminó acelerando sus tiempos. Soportó el desaire de Chiche Duhalde, que no quiso ser su compañera de fórmula aunque después se sumó a la campaña, y la rebeldía de gran parte del aparato bonaerense, lo que forzó la intervención directa y permanente del presidente para encolumnarlo. Compensó la falta de carisma con sentido común. Y no apeló al cirujano para mejorar su apariencia física, pese a que su estravismo fue numerosas veces blanco de las críticas. Su estrategia definitivamente dejó de lado la estética –”no soy actor, soy político”, suele repetir– y privilegió la expansión de su público. Por eso apeló a un deportista como Daniel Scioli, una cara conocida y de mayor inserción en la clase baja, y al ministro de Economía Roberto Lavagna, con capacidad de transmitir en la clase media la tranquilidad de eventuales cambios sin sobresaltos. El resto la aportó un importante sector antimenemista de la sociedad que apeló al denominado “voto útil” y lo catapultó en el ballottage. El realineamiento de todas las fuerzas (como la de Elisa Carrió, quien ayer lo apoyó indirectamente al asegurar que no respaldará al menemismo) podrá transformarlo el 18 de mayo no sólo en el sucesor de Eduardo Duhalde sino también en el verdugo político del ex presidente.
EDUARDO DUHALDE.
“¿A quién voy a votar? Estoy en veda, pero voy a votar en primera y segunda vuelta a la misma persona. Y en la segunda va a ganar con el 65 por ciento de los votos”, dijo el viernes. Hablaba de Néstor Kirchner y estaba feliz con el epílogo de toda una ingeniería que inició a fines del año pasado, cuando evitó la interna peronista. Estaba seguro de que el partido podía jugarle una mala pasada y prefirió que cada candidato fuera a la presidencial por su lado, a riesgo de dejar al PJ fuera del ballottage. Ocurrió lo contrario: menemistas y duhaldistas –que lograron trasladar hacia Kirchner parte del tradicional voto progresista– se quedaron con las dos plazas. En otras palabras: Duhalde logró convertir la segunda vuelta en una gran interna abierta nacional del peronismo. Su grantriunfo es que ahora forzará a todo el electorado –a diferencia de una interna donde el voto no es obligatorio– a hacer valer el antimenemismo en las urnas. Claro, no fue su única victoria: también hizo pesar su influencia en el aparato bonaerense, que durante varios meses se mostró reacio a Kirchner, pero que a la luz de los hechos terminó siendo decisivo en el resultado. Un final de película en el ballottage podría generar un efecto cadena que terminaría apuntalando a Felipe Solá y su lista de diputados –que encabeza Chiche y hegemonizada medio gabinete nacional– en la provincia de Buenos Aires. O sea, su distrito.
PERDIO
ADOLFO RODRIGUEZ SAA.
De los tres candidatos del PJ, es el único gran derrotado. Quedó en el quinto lugar. En enero encabezaba las intenciones de voto. Por entonces no hablaba de “encuestas truchas” como se lo escuchó decir en los últimos días. Mucho menos insinuaba la posibilidad de un “fraude”, como también arriesgó hace algunas semanas con un argumento que retomó anoche su hermano Alberto en conferencia de prensa. El adolfismo parece apegado a las grandilocuencias. Si alguna vez denunció la posibilidad de un “magnicidio”, anoche retomó la arenga contra un supuesto pacto “MenemDuhalde” y la “conspiración de los medios”, por eso les dio la espalda a los periodistas y ni se refirió a sus competidores del peronismo. Pero ni unos ni otros parecen responsables de las derrotas en los distritos de sus principales socios (como en San Isidro, el pago de su compañero de fórmula Melchor Posse, y San Miguel, de su candidato a gobernador bonaerense Aldo Rico). Sin la risa gardeliana que lo acompañó durante toda la campaña -entendible para quien acababa de perder su invicto en elecciones–, Rodríguez Saá se mostró ayer apenas un minuto para agradecer a quienes lo apoyaron. Y después desapareció.