ESPECTáCULOS
Un concurso que puede leerse como un homenaje
La presentación de la novela “El criadero”, de Gustavo Abrevaya, ganadora del certamen José Boris Spivacow, recuperó la figura del creador del Centro Editor de América Latina, testigo de la quema de sus libros durante la dictadura. En el encuentro se recordó a libreros y editores perseguidos.
Por Oscar Ranzani
En agosto de 1980 fueron quemados un millón y medio de libros del Centro Editor de América Latina en un baldío de Sarandí. Su fundador, Boris Spivacow, había renunciado a la dirección de Eudeba después de “la noche de los bastones largos” producida el 28 de julio de 1966 y en la primavera de ese año creó el Centro Editor. A veinte años de la quema, la Cámara Argentina del Libro y la Secretaría de Cultura de la Nación lanzaron el concurso de narrativa José Boris Spivacow en homenaje al editor e intelectual que defendió intensamente la libertad de pensamiento. Un jurado integrado por Pablo de Santis, Liliana Heker y Héctor Tizón determinó el año pasado que la publicación ganadora era El criadero, una novela policial de Gustavo Abrevaya, psicoanalista y escritor. El premio consistió en la edición de la novela, que se presentó en la Feria.
Abrevaya define a El criadero como “un policial extraño. Es una historia que sucede en algún pueblo inexistente donde llega una pareja porque se le rompe el auto. Durante la noche, la mujer desaparece y la narración intenta reproducir, en cierto modo, el recorrido del familiar del desaparecido por distintas instancias y las respuestas que va obteniendo”. En una mesa que compartió con Liliana Heker, Pablo de Santis, Hugo Correa Luna (el maestro literario de Abrevaya) y el presidente de la Cámara Argentina del Libro, Rogelio Fantasía, Abrevaya señaló que “este premio es también y sobretodo una mano abierta a los autores inéditos que siguen siendo una mayoría que puja por entrar y que difícilmente lo consigue. Una cultura que se desatiende a sí misma, que desatiende a sus propios amanuences, sólo ocurre en un país que desatiende su destino. Una masa de autores, músicos, pintores, creadores, constituye, y me sorprende decir esto, un criadero. Un criadero reclama criadores porque el riesgo es la muerte por desamparo. Desdeñar eso es condenatorio, mediocre y patético para una sociedad que por esa vía no ha dejado de sumergirse en la anomia”, enfatizó, luego narrar al estilo de un cuento una imagen de la película Amadeus que lo impresionó durante la escritura de su trabajo.
Luego de hacer una introducción sobre Spivacow, Fantasía señaló que durante la dictadura “se quiso acallar la cultura, la inteligencia, una manera de comunicación que era el libro. No pudieron y no podrán. Nosotros cuando tratamos de iniciar este concurso queríamos homenajear además de la figura de Boris a todos los editores o libreros que habían sido víctimas de aquella etapa nefasta que atravesó la cultura argentina y todo el país. Creo que lo logramos”, sostuvo.
Heker recordó que “leímos prolijamente con Pablo los 109 libros, entre novelas y cuentos. Nos íbamos encontrando con varios libros que nos interesaban y que valía la pena discutir. Pero, en mi caso, ocurrió que el último libro que leí fue justamente El criadero y no me quedó duda desde el comienzo de que ese iba a ser el primer premio, porque me enganchó de entrada. Después, cuando lo hablamos con Pablo, compartimos totalmente esa impresión”, destacó.
Correa Luna expresó, respecto del material aún no publicado por Abrevaya: “Sé que hay historias escondidas en cajones, proyectos y borradores, cuentos y novelas que todavía no se dedicó a escribir o a corregir o a descartar o que tal vez quisiera borrar para siempre pero que Norma, su mujer, sí conoce y que Gustavo tiene prohibido tocar”. A la hora de mencionar una cualidad de su discípulo literario, Correa Luna resaltó la desmesura. “Creo que la desmesura es el gran rasgo del El criadero. Y, en general, dado que la conozco, de toda la literatura de Abrevaya. También creo que es una característica de la épica y, si voy rápido, de todo el arte. Al fin y al cabo se trata de desacomodar las piezas del mundo y redisponerlas en un orden nuevo. Incluso, de rehacer esas piezas como son las palabras, fijándoles límites que sobrepasan generalmente los usuales”, analizó.