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Confusión y el corso a contramano
Por Eduardo Aliverti
El porcentaje obtenido por López Murphy tienta a decir que está en orden a lo que siempre expresó la derecha electoralmente (algo más, en realidad, si se lo coteja con lo que en su momento supieron conseguir Alsogaray y Cavallo). Pero cuando se raspa esa cáscara numérica aparecen, en el voto por este dinosaurio, cuestiones mucho más profundas. Que alcanzan, además y sobre todo, a la composición del voto general. Dicho con todas las letras: la (muy buena) elección de López Murphy es, entre quienes ocuparon los cinco primeros puestos, la mejor expresión del corso a contramano –o de la confusión ideológica, como se quiera– que hoy por hoy exhibe la sociedad argentina.
El voto por Menem está claro, más allá de que haya tocado o no su techo y de cómo le vaya en la segunda vuelta. Es el voto de los sectores más tilingos de la clase media y de parte de los más humildes de las clases populares, que fabricaron una memoria de “robó pero nos dejó migas” (potenciada por la catástrofe del gobierno aliancista). Se podrá decir que no es un voto de convicción visceral sino de cínico pragmatismo, pero para el caso da igual, aunque no debería perderse de vista que perdió casi la mitad de los sufragios que, con la misma zanahoria, obtuvo en 1995.
El voto por Kirchner y el de Carrió no están atravesados por el entusiasmo, pero sí por una dirección claramente antimenemista que habrá de reproducirse en la segunda vuelta, aunque no se trate de hacer traslaciones matemáticas de los sufragios como si se tratase de una manada.
El voto por Rodríguez Saá, bien que con un discurso anverso al de Menem desde su retórica nacional-populista, se empalma también con el sentimiento de sectores populares y medios que observaron en el puntano, antes que nada, una capacidad de liderar mágicamente el retorno de un orden distribucionista. Resta por saber, eso sí, si en sus votantes influyó más el discurso que el carisma o viceversa. Si es lo primero, se supondría que la mayor parte del apoyo que recogió recaerá en Kirchner. Pero si es lo segundo, y contrariamente a lo que por estas horas deduce un buen grueso de los analistas, no debe descartarse un traslado desde el sultanato puntano al riojano.
Ahora: ¿qué significan los votos a López Murphy? Un montón de cosas que, en buena medida, los tornan en un chancho enjabonado al momento de pronosticar qué sucederá con ellos en el ballottage (al margen de lo que el propio López Murphy diga, ordene o intente sugerir). Tuvo voto gorila antiperonista. Tuvo voto desconcientizado de clase media que vio o quiso ver en él al candidato “antivieja política”. Tuvo voto frívolo, del tipo “parece decente” o “sabe de economía”. Y hasta tuvo voto de otrora centroizquierdistas con, probable e increíblemente, la apuesta de que en una de ésas podían hacerle “entrismo” a la derecha “más seria”.
En una palabra, nada que no provenga del voto histórico a los radicales (y de los “independientes” volátiles: recordar 31 por ciento a Erman González en el ‘93, en Capital), pero con el pequeño detalle de que esta vez no hay radical ni “suelto” a quien volcarle los votos en un partido decisivo. No hay De la Rúa del ‘73 ni Chachos o Gracielas del 94/99. Hay dos peronistas: más patético que el porcentaje de Moreau.
Con todo, eso no es más que un incierto ejercicio de pronóstico –apasionante, por cierto– de adónde irán a parar los votos de López Murphy. Mucho más importante es significar en ellos, como ya se señaló en al comienzo de estas líneas, un símbolo de la ensalada ideológica de la sociedad. De casi toda la sociedad y no únicamente de quienes lo votaron. Un tipo que representa junto con Menem a la más retrógrada de las derechas, que no hace siquiera dos años fue sacado a patadas por la protesta popular luego de pretender prolongar la horca con el fusilamiento y que, al cabo de algunas semanas de marketing bien trabajado, consigue meterse en la pelea hasta el punto de que –con algo más de tiempo–probablemente hubiera llegado a la segunda vuelta con serias perspectivas de vencer.
El apuro analítico llevaría a presumir que los votos por López Murphy, sumados a los de Menem, implican un claro giro a la derecha del electorado. No es linealmente así, porque hay un resto, mayor, que jugó hasta donde pudo y quiso con opciones discursivamente enfrentadas.
Lo que sí es cierto es que estamos en una etapa de confusión enorme. Inédita. Y que en ese río revuelto la derecha lleva las de ganar. Por mérito propio y porque la mayoría de la dirigencia de izquierda y centroizquierda, que asegura (querer) enfrentársele, insiste en recoger la sopa que hay con un tenedor de divisiones interminables.