Viernes, 30 de noviembre de 2012 | Hoy
Por Juan Forn
En julio de 1966, el viejo Mao estaba supuestamente jubilado en la provincia de Hubei pero, ante las inequívocas señales de que China se recuperaba luego del catastrófico Gran Salto Hacia Adelante que él mismo había puesto en marcha en 1958 (con un saldo de veinte millones de muertos por inanición), decidió lanzarse a las aguas del Yangtzé durante un acto público en su honor y nadar quince kilómetros. En realidad, sólo se dejó flotar en la mansa corriente del río durante una hora, pero el rumor que corrió por toda China fue que el Gran Conductor se había revitalizado y, a los 73 años, volvía a escena. Dos días después Mao estaba en Pekín, obligando a renunciar a Liu Xaoqi, el sucesor que él mismo había elegido, y dando vía libre a los jóvenes rabiosos de las Guardias Rojas para motorizar la hoy tristemente célebre Revolución Cultural. El hombre que había dicho “La política es la guerra por otros medios” iniciaba una guerra total contra su propio partido, con la consigna: “Muerte a todo lo viejo”.
En cada comuna de China, todos sus habitantes debían asistir, diariamente y en horario de trabajo, a las sesiones de acusación pública en que una persona, parada o arrodillada en una silla, con la cabeza baja y un humillante bonete de papel donde él mismo había escrito de puño y letra su culpa, era denunciada por sus amigos, vecinos o familiares y recibía los insultos de toda la comuna. Las sesiones duraban horas y podían repetirse cientos de veces y, entre sesión y sesión, se les daba a los acusados las dos peores tareas: romper el hielo de los campos y vaciar a mano las letrinas. Cada una de las sesiones se cerraba con un vibrante ballet de milicianas en traje Mao celebrando la sabiduría del Gran Conductor. Gran parte del trabajo de un fotógrafo de prensa en esos años era registrar estos actos. Había, en la jerga, dos tipos de fotos: las “positivas” (es decir, las que podían publicarse) y las “negativas”. Por cada toma que salía publicada, un fotógrafo recibía film por el equivalente de ocho tomas. El que al volver al diario entregaba para revelar más imágenes “negativas” que “positivas” en sus rollos se cavaba su propia fosa. Al joven Li Zhensheng, por ser el novato de su sección en el Diario de Heilongjiang, le tocaba revelar los rollos de todos sus compañeros. El joven Li creía de verdad en la Revolución Cultural, pero en el cuarto de revelado se fue dando cuenta de que en realidad estaba registrando la locura colectiva del país en estado puro. Tuvo el cuidado de, noche a noche, recortar de sus rollos las fotos más “negativas” que le salían y dejar sólo las positivas a secar. Para no tirar las otras, se las llevaba a escondidas a su casa. Nunca lo descubrieron, pero igual lo mandaron a los campos. Sobrevivió, y en 1988 era maestro en una escuela de fotografía de provincia cuando le pidieron desde Pekín fotos para una muestra sobre la Revolución Cultural.
Li mandó mezcladas diez fotos “positivas” y diez “negativas”. El inglés Robert Pledge las vio, logró contactarlo y le mandó decir que quería hacerle un libro. Tardó siete años en recibir casi treinta mil colitas de rollos en negativo desde China, pero el libro fue un bombazo. Se llama Soldado rojo de las noticias, porque eso decía en el brazalete rojo que usaba Li, en lugar del brazalete blanco y negro de prensa, así podía acercarse a sus objetivos más que los demás fotógrafos sin que las Guardias Rojas lo apartaran. Nadie le vio la cara tan de cerca a la Revolución Cultural como él. Nadie la vio tan panorámicamente tampoco: Li nunca tuvo gran angular, así que cuando necesitaba captar algo en grande en las escenas de masas a las que asistía iba disparando y girando, calculando máxima efectividad con mínimas tomas para no malgastar rollo. Li había querido estudiar cine. De chico, cuando en las salas chinas ponían parlantes afuera, como él no tenía para pagar la entrada se sentaba en la calle y “escuchaba” las películas. La primera cámara que tuvo la consiguió a cambio de una colección de estampillas que le robó a su padre, que había sido cocinero en un barco de carga. Pero cada rollo costaba un yuan, así que sus compañeros hacían una vaquita para que él les sacara fotos y en recompensa le cedían la última; Li hacía en quince minutos las primeras quince fotos y se pasaba el resto del día con la restante. Al entrar en el diario, lo primero que le enseñaron fue que no terminara el rollo sino que se dejara una o dos exposiciones por si se topaba con algo a su retorno de cada asignación. Li lo entendió a su manera: la última era para él. Cuando Li nació se le pidió al abuelo que le pusiera nombre. El abuelo era campesino pero era conocido en diez pueblos a la redonda como hombre instruido. A la partícula Zhen que correspondía generacionalmente, la completó con el nombre por el que hoy conocemos al nieto, que en chino significa: “Como una canción que se eleva por el aire, lo que veas será visto en las cuatro esquinas del mundo”.
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