Viernes, 30 de noviembre de 2012 | Hoy
EL PAíS › ESCENARIO
Por Santiago O’Donnell
Palestina es un país sufrido, el paria del mundo árabe, huérfano de muchas bendiciones, pero muy tenaz y persistente en la lucha por sobrevivir. Ayer festejó su ingreso a las Naciones Unidas como Estado observador no miembro, lo cual significa un reconocimiento del organismo multilateral a la existencia del Estado palestino. Claro, nadie necesita decirles a los palestinos que existen, ni que sus instituciones, territorios y tradiciones cívicas conforman el plexo de lo que bien puede considerarse un Estado. Los mismos palestinos te dirán que ellos son Estado desde que declararon la independencia en 1988. También está el reconocimiento de más de 130 países que ya alojaban delegaciones diplomáticas palestinas a modo de apoyo simbólico y explícito a la noción de soberanía palestina.
Pero el voto de ayer fue histórico.
Primero, porque tuvo el apoyo de regiones enteras como América del Sur, de las grandes potencias emergentes (China, India, Rusia, Brasil) y de importantes países europeos encabezados por Francia. Por contraste, la posición israelí en contra del reconocimiento, si bien generó un fuerte apoyo de Estados Unidos, quedó prácticamente reducida a un puñado de países.
Segundo, porque la votación en la Asamblea revirtió el fracaso del año pasado, cuando Estados Unidos vetó en el Consejo de Seguridad de la ONU el ingreso de Palestina como miembro pleno. Para sortear ese obstáculo, este año Palestina presentó su candidatura como Estado observador no miembro, similar al Vaticano, que no requiere la aprobación del Consejo sino la de la Asamblea, donde ningún país puede vetar lo que decide la mayoría.
Tercero, porque llega en un momento crucial en las negociaciones entre Israel y Palestina para levantar el bloqueo en la Franja de Gaza y frenar las colonizaciones en Cisjordania. La aceptación del Estado palestino implica la aceptación del territorio palestino. Por ende, ya no se podrá hablar tan fácilmente de “territorio en disputa”, como rutinariamente hace el gobierno israelí al referirse a Cisjordania y el este de Jerusalén en los foros internacionales. A partir de ahora, para la ONU, Cisjordania y el este de Jerusalén son “territorio ocupado”.
El futuro está abierto. Israel y Estados Unidos habían amenazado a Palestina con sanciones económicas si se llevaba adelante la votación. Quedan pendientes una negociación en Oslo con la Autoridad Palestina y otra en Egipto con Hamas. La postura israelí es sólo discutir un posible Estado palestino después de un acuerdo de paz con ese país. Pero ante los hechos consumados, esa postura podría cambiar.
Faltan acuerdos para el regreso de millones de palestinos exiliados, el estatus de Jerusalén, el límite territorial preciso del nuevo Estado y el arreglo de seguridad con Israel para que funcionen los pasos fronterizos y personas y bienes puedan circular libremente. El gobierno israelí, con apoyo estadounidense, sostiene que ninguno de estos temas se pueden arreglar si se le entrega a Palestina el derecho a ser un Estado antes de exigirle que renuncie al terrorismo y a promover la destrucción de Israel. El desafío de Palestina será demostrar que, por el contrario, sólo un Estado con derechos puede constituirse en un Estado de Derecho. Hoy se unió en el festejo un pueblo sufrido y dividido. Pero más que un premio, el reconocimiento de Naciones Unidas es un impulso, un mandato, una gran responsabilidad. Un obstáculo menos en el camino hacia una paz digna y confiable.
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