Domingo, 4 de octubre de 2015 | Hoy
Por José Pablo Feinmann
Raro este título. Más raro todavía el nombre –supuestamente poético, pero, lo veremos con despojada minuciosidad, racista y sanguinario– que los ideólogos del Gral. Roca (Conquistador del Desierto, ¿se puede conquistar el desierto, surgirá alguna heroicidad de la apropiación de la nada?) le entregaron a la empresa del epónimo jefe que buscaba ahí, en el desierto, en la nada, la organización nacional y la presidencia de la República. A ese sangriento pero sencillo paseo por la pampa hasta la recóndita Tierra del Fuego, le llamaron conquista. Partiremos del título que los protagonistas de la hazaña eligieron para exaltarla: La Conquista del Desierto. Por un lado, tenemos a los conquistadores. Por el otro, a eso que los conquistadores se proponen conquistar: el desierto.
Conocemos el sistema de pensamiento de los conquistadores. Lo habían heredado de sus maestros. Cuando el mariscal Bugeaud le dijo a Sarmiento, en Argelia, que los métodos bárbaros son los mejores para vencer a la barbarie, le estaba dando una clase magistral de civilización burguesa. Así, tanto Sarmiento, en su guerra contra las montoneras federales desde la Gobernación de San Juan, como la Guerra del Paraguay y la fiebre amarilla con los negros y Roca con los indios, son irreprochables actos de guerra que el Progreso arroja sobre la barbarie, el atraso, lo Otro irrecuperable. Así, como señala Viñas, la Plaza de Olta con la cabeza de Chacho clavada en una pica, la tragedia final de Cerro-Corá y la misa de triunfo de los conquistadores de la Patagonia en Choele-Choel señalan los tres momentos de una tarea cumplida en nombre de la Civilización. Sobre esos tres puntos se edificó este país. Luego vendrán los inmigrantes.
Todos los territorios conquistados pasan a formar parte de la Historia y de la Civilización. Hemos visto sobradamente esto. No debemos asombrarnos porque haya ocurrido en nuestro país y con tanto ensañamiento. Digamos claramente: es lo que tenía que ocurrir. El colonialismo había hecho esa tarea en todas partes. No hubo un solo lugar que la Civilización eligiera para entrar con su “progreso histórico” que pudiera resistirse. En algunos casos –como el de Estados Unidos y Argentina– se trató de una guerra de colonialismo interno. En otros, en la mayoría, de colonialismo externo. En Estados Unidos la guerra fue terrible, cruel y anegada de cadáveres. Los comanches, los sioux, los dakotas, los apaches, los cheyennes, los pawnes estaban bien armados. Unos piratas de la guerra (igual que hoy) proveían de armas a los dos bandos, sobre todo a los indios. (Entre los nobles guerreros cobrizos de EE.UU. y los fundamentalistas del Estado Islámico actuales hay una gran diferencia. Los gloriosos guerreros sioux o los comanches peleaban a cielo abierto, cuerpo a cuerpo, contra hombres de uniformes formados en academias militares. Fue así como lograron uno de los más grandes triunfos de los pueblos que el colonialismo occidental buscó aniquilar y, finalmente, aniquiló.)
Las figuras del mariscal Bugeaud, del general Amstrong Custer y del Gral. Roca son las del general civilizador. Son los que hicieron la tarea. (Notable frase que Mariano Grondona aplicó a López Rega y al brigadier Lacabanne y que no hay que olvidar. Aclarando, porque es justo hacerlo, que los “militares civilizadores” citados, pese a su crueldad, tenían un espesor histórico superior al del mero matón López Rega.) Hay que tener claro lo siguiente: siempre estaremos del lado de las víctimas, de los que son despojados de sus territorios, de sus casas, de sus vidas. Pero la Historia no tiene corazón. Se hace por medio de la fuerza y ésta se acrecienta con la técnica. Siempre que se llega a la cuestión de la técnica hay que hablar de Heidegger. No aquí. El maestro de Friburgo trató bien esas cuestiones, pero, como agro-filósofo que era, le importaba más la devastación de la agricultura que las matanzas de los “pueblos sin historia”, de esos desdichados negros, cobrizos o hispánicos de América del Sur que pertenecían a la noción de “pueblos sin historia”. Seguimos: el colonialismo, por medio de su superioridad técnica (sobre todo: lo técnico expresado por el poderío bélico, a cuyo servicio y crecimiento estuvo), siempre ganó las batallas que se propuso ganar. Y entregó otros “regalos” que ayudaron a consolidar esas batallas. La evangelización, el progreso, la civilización, la ciudad, la vestimenta, el idioma, los poemas homéricos, las tragedias griegas, el remington, la artillería, el frac, todo esto era lo que el bourgeois conquérant entregaba a las chusmas. Estas, siempre en los márgenes, siempre resistiendo a la generosidad que el hombre blanco desplegaba obedeciendo a ese mandato que cantará Kipling y cuya ingrata devolución preverá, se empecinarán en ser “indios sin caballo”, “chusmas desgreñadas y perplejas”, “tolderías mugrientas”, “chinerío sumiso y degradado”.
Volvemos al nombre que Roca le ha dado a su campaña. La ha llamado: la Conquista del Desierto. La primera pregunta que surge es: ¿por qué se llama desierto a un territorio poblado? Si buscáramos alguna semejanza entre lo que Sarmiento llamó “campaña” y Roca “desierto”, no la encontraríamos. Para Sarmiento, la campaña era lo Otro, era la barbarie, pero estaba poblada, por bárbaros, sí, pero poblada, y esos bárbaros eran belicosos y debían ser aniquilados. Nunca se habló de la “conquista de la campaña”. La definición de Mitre, después de Pavón, fue “quiero hacer en La Rioja una guerra de policía”. Que no semeja una frase poética ni metafísica. En cambio “conquista del desierto” no se refiere a nada. Mitre quiere hacer una guerra de policía porque quiere luchar contra adversarios concretos poderosamente existentes por medio de métodos no convencionales. (Bugeaud se lo había dicho a Sarmiento. Sarmiento, en Facundo, escribe que “una y la misma” es la lucha de los ejércitos argentinos en las campañas y la de los franceses en Argel. De modo, insisto, que es adecuado detestar a quienes hicieron aquí la tarea sucia, pero sin olvidar que tienen muchos compadres sanguinarios en otras latitudes del planeta: la guerra de la expansión colonialista, en todas sus expresiones, “fue una”.) Llamaba “bárbaros” a esos adversarios por motivos que ya sabemos. Ante todo, para no ampararlos bajo el derecho de gentes. Los “bárbaros” estaban “fuera de la ley” y no regían para ellos las consideraciones de humanidad. (Lo mismo hizo Videla. Esta anotación la pongo para señalar que en la Historia hay simetrías y persistencias, aunque no un decurso necesario que la impulse hacia un fin necesario. Pero ahí donde sea necesario marcar una simetría que enriquezca la tarea del conocimiento, lo haremos.) Preguntemos: ¿eran bárbaros los indios? Sí y no. Para todos los “civilizados” sí. ¿Dónde vivían esos bárbaros? En el desierto. ¿Qué desierto? ¿Era la Patagonia un desierto? No. Era un territorio poblado. ¿Por qué llamar desierto a un territorio poblado?
La palabra “desierto” se abre a muchos significados. Pero, si queremos ser rigurosos, debemos apresarla desde el lado de la filosofía. Aquí, su prestigio e importancia son enormes. Para no perder tiempo: el que pensó más hondamente el sentido de esa palabra fue Nietzsche, autor de una frase conocida y fundamental en los laberintos del sujeto humano para pensar(se). “El desierto crece”, esta es la frase. ¿Qué significa? Mala pregunta porque, si algo significa esa frase es que los significantes han muerto y nada significa nada. Es la más alta expresión del nihilismo. (Ver: Franco Volpi, El nihilismo, Biblos, 2005). Además, Nietzsche la plantea, no como algo ya realizado, sino como algo en camino de ardua o inexorable realización. Uno, hoy, puede abrir dos o tres diarios a la mañana, y luego exhalar, agotado, indefenso: “El desierto crece”. Pero el desierto ya no necesita crecer en la pampa. De aquí que –en ese páramo– no haya nadie. O lo que hay no importa. Nada significa. Es la pura nada. El desierto. Hay que conquistarlo para que haya algo. La civilización de Buenos Aires.
Esta es la “metafísica” de la Conquista del Desierto. Nihilismo y nada son dos conceptos centrales de la filosofía. Aquí, no voy a seguir los caminos de Heidegger sobre la “nada” en Qué es metafísica o en Introducción a la metafísica ni los de Sartre en El Ser y la Nada. Busco explicitar eso que el concepto tenía como potencia de negación antropológica en el lenguaje colonialista. Para este lenguaje, el desierto es una nada infecunda. Donde entra el desierto ya no hay significantes. El desierto es la no-significación. El indio, en tanto “nada”, en tanto no-significante, en tanto pura y total ajenidad a la condición humana, justifica el genocidio. En la frase “Conquista del Desierto” está explícito el genocidio perpetrado.
El mecanismo conceptual que justificó la masacre patagónica es similar al de conquista española. Así, como hace Viñas, podemos hablar de la Conquista del Desierto como etapa superior de la Conquista de América. Los indios de los “nuevos” territorios son “descubiertos” porque, antes de su “descubrimiento”, no existían, por los codiciosos (principal virtud del hombre capitalista) Colón, Cortés, Pizarro. Para existir tienen que aceptar la cultura española. Si no aceptan la evangelización deben ser aniquilados. Es siempre el problema del Otro. El Otro no es. El Otro es “el desierto”, la nada. El Otro es lo que el Conquistador hará de él. Si no lo acepta, el Conquistador debe matarlo. El Otro es “lo Otro” de lo humano. Todo genocidio plantea esa estructura. De aquí que sea insuficiente definir al genocidio desde la cuestión étnica. El genocidio no sólo existe cuando se plantea el aniquilamiento de una etnia. El genocidio es –esencialmente– la masacre de aquello que se considera “lo Otro de la condición humana”.
La Junta Militar de 1976 festeja, en 1979, la “conquista” del desierto. Roca habría prefigurado a Videla. La “Conquista” del Desierto y la derrota de la “subversión” son hechos simétricos, paralelos. Si la “Conquista” del Desierto implica la organización nacional de 1880, el Proceso de Reorganización Nacional culmina una causa semejante al derrotar a la “subversión apátrida”. Ser “apátrida” es ser lo Otro de la patria. Si la patria es Todo, lo Otro es Nada. La “subversión apátrida” no pertenece a la condición humana. La consecuencia de esta convicción es la ESMA. Donde no había sujetos humanos, sólo subversivos.
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