Domingo, 4 de octubre de 2015 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Alfredo Zaiat
l saldo entre las exportaciones e importaciones en el período enero-agosto de este año suma apenas 1487 millones de dólares. Es un monto 70 por ciento inferior al contabilizado en el mismo lapso de 2014. Este resultado se explica por
a) la caída abrupta de los precios internacionales de los productos de exportación,
b) la intensa recesión de la economía brasileña que derivó en una menor demanda de bienes argentinos, en especial automotores,
c) el mediocre comportamiento del comercio internacional afectado por la crisis de los países desarrollados, y
d) el menor dinamismo de la economía de China.
Frente a ese escenario externo desfavorable la respuesta convencional aconseja una brusca devaluación para recuperar el superávit del comercio internacional. Sostiene que el ajuste del tipo de cambio mejora la competitividad de la producción nacional y, por lo tanto, aumentarán las exportaciones. A la vez, al subir fuerte la paridad cambiaria descenderán las importaciones porque se encarecerían. Así se lograría contabilizar nuevamente un signo positivo robusto de la balanza comercial. Esta propuesta tradicional de la ortodoxia y de la heterodoxia conservadora posterga en el análisis que esa devaluación provocaría una brutal transferencia de ingresos hacia un sector minoritario de la población: grandes exportadores y grandes acumuladores de dólares. Apenas 25 grandes firmas concentran el 52 por ciento del total de las exportaciones, y las 100 primeras reúnen el 73 por ciento. Además, y lo más relevante, es que el shock inflacionario, caída del nivel de actividad e incremento del desempleo que derivaría de esa medida no tendría como resultado un incremento del volumen de exportación. Existen varios estudios académicos analizando las economías latinoamericanas, incluyendo a la argentina, que demuestra que las exportaciones no crecen inducidas por el nivel de la paridad cambiaria, sino que lo hacen según el dinamismo del comercio internacional.
Es precisamente la actual debilidad del intercambio de bienes y servicios a nivel mundial, en la actual fase de la crisis internacional donde las naciones emergentes están padeciendo los coletazos de la debacle provocada en los países centrales, lo que está afectando el sector externo. La Organización Mundial de Comercio indicó en un reciente informe que el volumen del comercio mundial de mercancías creció ligeramente en 2,8 por ciento en 2014 y estima un 3,3 por ciento en 2015, proyecciones que están siendo revisadas a la baja por la caída de los precios de las materias primas y el menor crecimiento de China. Esa performance del comercio se ubica muy por debajo del promedio anual del 5,1 por ciento registrado desde 1990 hasta el estallido de la crisis en 2008. Entre 2012 y 2014, el comercio creció en promedio apenas el 2,4 por ciento, el ritmo más lento registrado en un trienio en el que hubo expansión del comercio (es decir, excluyendo años como 1975 y 2009, en los cuales el comercio mundial de hecho disminuyó). El Informe de la OMC concluye que “parece que ya no es válida la relación de aproximadamente dos a uno que existió durante muchos años entre el crecimiento del comercio mundial y el crecimiento del PIB mundial, como lo demuestra el hecho de que el comercio y la producción hayan crecido a un ritmo comparable durante los últimos tres años.
Aquí se bifurcan los caminos analíticos y de gestión. Uno propone ingresar en una guerra de monedas con devaluaciones, sendero que han emprendido varios países latinoamericanos. Es una estrategia que se puede resumir “trato de salvarme solo”, concentrando riqueza y afectando las condiciones sociolaborales de la población. Otra vía postula la promoción de una política económica expansiva de fomento de la demanda interna, que si es imitada por la mayoría de los países genera condiciones para incrementar el comercio interregional y, por lo tanto, crecerían las exportaciones.
Para esta segunda opción se requiere de coordinación y vínculos de confianza entre los países de la región, gobiernos que deben vencer la resistencia de las élites locales y alejarse de las recetas de la ortodoxia. Por ese motivo es tan perturbadora la estrategia elegida por Brasil, puesto que siendo la potencia económica latinoamericana su política de ajuste fiscal, monetario y cambiario genera una inquietante desestabilización en el resto de la región.
El informe de la Unctad (Organización para el Comercio y el Desarrollo de las Naciones Unidas) es un buen antídoto para neutralizar las interpretaciones convencionales, y ofrece una respuesta sobre qué hacer frente al contexto externo desfavorable. Dice que el comercio internacional no se ha desacelerado o casi estancado a causa de mayores barreras al comercio o de problemas de la oferta, sino que su lento crecimiento es el resultado de la débil demanda mundial. No ha sido necesario establecer barreras de proteccionismo para blindar a las economías de la inundación de productos importados. El derrumbe del modelo financiero basado en las exportaciones lo hizo en la práctica. Esto demuestra que ya no se trata solo de una crisis financiera, sino que es una crisis estructural que involucra a toda la economía mundial. En ese contexto, señala que estimular las exportaciones mediante reducciones salariales y/o una “devaluación interna” sería inútil o incluso contraproducente, en especial si son varios socios comerciales los que persiguen esa estrategia al mismo tiempo.”La mejor manera de expandir el comercio mundial es mediante una sólida recuperación de la producción a nivel nacional impulsada por la demanda interna”, indica.
El diagnóstico de la Unctad revela que la caída del comercio mundial adelanta el fin del modelo de crecimiento basado en las exportaciones. Antes del estallido de la crisis 2008, se justificaba la adopción de modelos de crecimiento orientados a las exportaciones. Muchos países competían por exportar más y acumular la moneda de reserva (dólares), apostando así a su propio crecimiento. Esta expansión se basaba en la demanda global y el auge del comercio externo, que obedecía a patrones de financiamiento insostenibles, que terminaron colapsando. Ahora, ante esta crisis de paradigma del crecimiento mundial, los países deben introducir cambios fundamentales en sus estrategias de desarrollo, con el fin de adaptarse a este cambio estructural. Las economías se hicieron demasiado dependientes de las exportaciones y ahora deberán dar un paso atrás para permitir un mayor protagonismo de la demanda interna y el comercio regional.
“El cambio estructural debe apelar a una nueva estrategia de crecimiento que favorezca el desarrollo interno y apele al factor más clave y central (y que es el más olvidado en las cumbres, debates y análisis de la situación actual), que es la creación de empleo”, recomienda la Unctad.
El documento destaca que a diferencia del crecimiento impulsado por las exportaciones, las estrategias de demanda dirigidas pueden ser realizadas por todos los países al mismo tiempo y sin efectos de empobrecer al vecino. Si muchos países en desarrollo logran coordinadamente ampliar su demanda interna, sus economías podrían convertirse en los mercados de la otra y estimular el comercio regional. Por lo tanto, cambiar el enfoque de las estrategias de desarrollo de los mercados internos no significa minimizar la importancia del papel de las exportaciones. Indica que el fomento de la capacidad adquisitiva de la población es un elemento clave. Esto se puede lograr a través de una política de ingresos, con transferencias sociales específicas y planes de empleos del sector público. La creación y redistribución de ingresos para las familias de ingresos medios es fundamental además para esta estrategia de desarrollo, ya que los hogares tienden a gastar una mayor proporción de sus ingresos en el consumo, en bienes y servicios producidos en la región.
El aumento de la demanda agregada que generaría este desarrollo interno podría proporcionar un incentivo para invertir en la expansión de la capacidad productiva y en la adaptación a los nuevos patrones de demanda local. Esto requeriría de inversión, lo que podría ser un canal de flujo para el sistema financiero. Pero la Unctad sugiere que sean las bancas centrales de cada país los que abran el horizonte, y no se limiten sólo al control de la inflación, sino que adquieran un rol central en el cuidado del empleo y el financiamiento de la economía real. El cambio de eje en la orientación de la economía que plantea la Unctad es clave y confirma el fin del paradigma monetarista: las bancas centrales deben abandonar como único objetivo de política las metas de inflación y dar importancia al tema del empleo, dado que sin empleo no hay demanda.
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