Domingo, 15 de mayo de 2016 | Hoy
Por Juan Forn
Ernest Hemingway escribe su primera novela en una buhardilla parisina. El protagonista es un joven norteamericano en París con problemas de impotencia sexual. El joven combatió en la Primera Guerra, donde sufrió una herida “de ésas que no pueden mencionarse, como la bicicleta de Henry”. En realidad, Hemingway había puesto Henry James, no Henry a secas. Pero cuando su editor, el puntillosísimo Maxwell Perkins, le preguntó desde Nueva York de qué diablos estaba hablando, Hemingway contestó muy suelto de cuerpo (todo esto por carta): “¿No es cierta, entonces, la leyenda de que James quedó impotente a causa de un accidente de bicicleta que tuvo de joven?”.
Henry James era todo un tema para los jóvenes escritores norteamericanos que vivían por entonces en París, desde Ezra Pound y Gertrude Stein a Fitzgerald y Hemingway: James era norteamericano pero había emigrado de joven a Inglaterra con el propósito de convertirse en el máximo escritor de lengua inglesa de la época, y lo consiguió. Su cadáver estaba todavía tibio cuando Fitzgerald y Hemingway conspiraban en París para destronarlo: cuando se publicó El Gran Gatsby en 1925, la crítica dijo que era el primer paso importante dado por la narrativa norteamericana desde Henry James y cuando Hemingway publicó meses después su novela Fiesta (en inglés The Sun Also Rises), la crítica dijo que era el mayor estilista vivo de la lengua inglesa –y ninguno de los dos había cumplido los treinta años aún.
Fitzgerald y Hemingway eran la antítesis de Henry James en todo sentido: en lugar de Londres habían elegido París, en lugar del culto a los libros practicaban el culto a la vida (cada uno a su manera), en lugar del bajo perfil cultivaban el estruendo (de nuevo, cada uno a su manera), pero una de las cosas en las que coincidían era en el espanto que les producía a ambos el “bajísimo coeficiente amatorio” de Henry James, su “empecinada soltería”, tal como se aludía eufemísticamente al hecho en aquella época.
Fue Fitzgerald el que anotició a Hemingway de los inconvenientes sexuales de James, nomás leerlo en una carta que su amigo Van Wyck Brooks le envió a París. Van Wyck estaba escribiendo por entonces su célebre libro contra James (que después, durante años, le haría padecer una pesadilla recurrente donde el viejo Henry lo contemplaba con mirada relampagueante, sin decirle una sola palabra). En realidad, Van Wyck sólo contaba en la carta que James no había podido tener hijos por un accidente sufrido de joven apagando un incendio, cuando se incrustó en el bajovientre la palanca de un motor. A Fitzgerald le dio tal impresión en su propio bajovientre que convirtió esterilidad en impotencia y corrió a contarle la noticia a Hemingway, quien lo escuchó a medias, como hacía siempre con todo el mundo, y entendió bicicleta donde debió entender palanca. Cuando publicó su novela, corrió como reguero de pólvora a qué aludía “la bicicleta de Henry”, y desde entonces se dio por hecho que Henry James era impotente.
El último libro publicado por James antes de morir, en 1916, fue una memoria de su infancia y juventud, titulada Apuntes de un hijo y hermano. Veinte años antes había empezado a perder la vista y pasó a dictar sus libros, que se fueron volviendo cada vez más engolados y retóricos. Imagínense los subterfugios y circunloquios y cortinas de humo a los que apeló en ese libro de memorias casi póstumo, cuando se decidió a confesar la verdadera causa de su soltería empedernida. El párrafo (que tiene varias páginas de largo) es tema obsesivo entre los jamesianos desde hace cincuenta años. Lo que se alcanza a entender debajo de la montaña de palabras es que, por culpa de esa “horrenda, oscura herida” sufrida durante un incendio, James no pudo ir como soldado a la Guerra Civil norteamericana, y por la vergüenza de ser el único de su generación que no iba al frente decidió partir a Inglaterra, y por ese encadenamiento de sucesos escribió después los libros que escribió. En suma, que fue gracias a su impotencia sexual que Henry James alcanzó la potencia literaria.
Más o menos ésta es la versión canónica del mito que circula hace más de medio siglo. Se la debemos a Leon Edel, autor de una monumental biografía de James en cinco tomos y sumo sacerdote de los estudios jamesianos en el mundo. Edel dedicó su vida a hacer de James una figura literalmente jamesiana: en los cinco tomos de su biografía hay tantas referencias al sexo como en todas las novelas de James juntas; es decir casi ninguna. Edel logró imponer esta versión de James desde 1950 (cuando apareció el primer tomo de la biografía) hasta unos meses antes de su muerte, en 1997. Entonces tuvo la mala idea de contestarle en público a un joven abogadito que había publicado una biografía sobre Oliver Wendell Holmes, el gran jurista norteamericano, donde afirmaba que Holmes y James habían sido fugaces amantes de jovencitos, antes de la Guerra Civil, y que a causa de aquel desengaño amoroso había partido James a Inglaterra.
El anciano Edel envió a la revista Slate un corrosivo artículo titulado “Lo que Henry no hizo con Oliver”, y ya se estaba limpiando las manos en la servilleta antes de levantarse de la mesa cuando, para su absoluto estupor, el abogadito, llamado Sheldon Novick, contestó con una lista interminable de las inexactitudes que tenía la canónica biografía de Edel y logró que una parte del mundo académico se alineara con él cuando afirmó que ya era tiempo de que alguien escribiera “una biografía de James más útil para el lector moderno”, donde se reconociera entre muchas otras cosas lo que todo el mundo pensaba de Henry James en vida de Henry James.
Como ejemplo, Novick citaba un libro poco conocido de H.G. Wells llamado Boon, donde hay una parodia mortífera de James. Wells describe a su personaje como un mandarín de las letras inglesas que se deja admirar por sus discípulos y planea sus apariciones en público como un estratega de guerra mientras se lamenta por los modestísimos ingresos que le dan sus libros: “He aquí un escritor que nunca descubre nada. Que ni siquiera intenta descubrir nada. Simplemente adscribe a lo que ya han dicho otros. Pero de la manera más elaborada posible. Ésa es su peculiaridad. Ser una de las mentes más prodigiosas que existen a la hora de la elaboración, pero carecer de penetración. De hecho, su problema es la penetración”.
Wells publicó Boon en 1915. Es cierto, nadie muere en la víspera, pero James quedó altamente escorado por el libro porque se consideraba amigo del autor. A Wells, por su parte, le fastidiaban en la misma medida los libros tardíos del viejo maestro y la sensación de que éste estaba medio enamorado de él. Pero cuando vio el daño que le había producido, convenció a su joven amante Rebecca West para que escribiera una biografía sobre James que fuese lo más favorable posible, y se encargó él mismo de enviársela a James. Éste alcanzó a leerla en su lecho de muerte y agradeció desvaídamente, no a la joven autora sino al amigo que se lo había enviado. No hay en el libro de Rebecca West mención alguna a la sexualidad de James. Sí hay, en cambio, en la actualidad, una marca de bicicletas Henry James, que según los fanáticos del ciclismo son las más sofisticadas y hermosas máquinas de dos ruedas que existen en el mundo.
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