CONTRATAPA
Charlas de ascensor
Por Leonardo Moledo
No hay nada más soso que las charlas que se mantienen en el ascensor, durante la interminable bajada o subida, tratando de estirar temas, imposibles, entre los cuales el favorito, desde ya, es el tiempo. Mi intelecto se subleva ante un despliegue de banalidad que merecería mejores objetivos, y en general, trato de evitarlas, fingiendo que estoy pensando en cosas importantes. Pero como vivo en un piso trece, la cosa es difícil y no tengo más remedio que someterme a ellas.
“Qué calor”, le dije a la señora que subió al ascensor esta mañana, mientras bajaba para comprar el diario. Era, como decía Bernard Shaw, una mujer que oscilaba entre dos edades, las dos bastante avanzadas, y el tema se imponía, porque verdaderamente estaba haciendo calor. La respuesta, en esos casos, es: “Sí, qué barbaridad”. Y en efecto: “Sí –me dijo ella–, es una barbaridad. Pero no es sólo el verano. Lo que ocurre es que el anticiclón del Atlántico se está desplazando hacia el Sur como consecuencia del calentamiento global, aunque por cierto los científicos no se ponen de acuerdo: en el último número de Nature se anuncia el comienzo de una nueva edad de hielo. ¿Usted puede creer que haya una discusión y no se sepa si el mundo se está calentando por los gases y el efecto invernadero o enfriando debido a una ligera variación del ángulo de rotación de la Tierra respecto a la eclíptica?”.
Realmente, no supe qué contestar, pero me salvé porque en ese momento el ascensor paró y subió un tipo joven que, por supuesto, quiso iniciar una conversación, mirándome directamente a la cara, de tal forma que era imposible evitarla. “¿Qué me dice de la violencia?”, le pregunté (hacía dos días habían asaltado a una anciana del cuarto, la habían descuartizado y luego habían tirado los pedazos por el pozo de la escalera). “Sí –me contestó–, es una barbaridad. Pero no hay que considerarla como exclusiva de nuestra época. Si uno se pone a pensar, la violencia de las ciudades modernas en realidad es muy leve si se la compara con lo que ocurría en cualquier burgo medieval, o en la misma Roma después del período republicano. En la época de Augusto se cometían por lo menos tres asesinatos por noche, según algunos historiadores. Bajó durante Tiberio y Calígula, pero volvió a aumentar con Claudio.” “Claudio era tío de Calígula –comentó la señora con una risita–, y cuando la guardia pretoriana entró en el palacio matando a diestra y siniestra, lo encontraron escondido detrás de una cortina y lo proclamaron emperador.” “Así que ya ve –me dijo el tipo joven–, en Roma a los emperadores los proclamaban los militares. ¿Cómo no iba a haber violencia en las calles? Si entonces, como ahora, convivían la riqueza con la...” Pero se interrumpió porque el ascensor se detuvo nuevamente y subió un señor canoso que usaba bastón. “Este es un heideggeriano”, me susurró la mujer por lo bajo. El hombre canoso saludó y yo traté de iniciar una conversación: “¿Vio que el portero no limpia nada?”, le pregunté. “Los restos de la vieja descuartizada están todavía en el palier.” “Sí –me dijo–, es una barbaridad, pero a mí me preocupa saber por qué es en general el Ser y no más bien la Nada.” Se hizo un piso de silencio, y la mujer no pudo contenerse. “Esa es una pregunta puramente metafísica y por lo tanto carece de la posibilidad de una respuesta científica”, dijo. “Digno de Carnap, el Círculo de Viena y sus derivaciones neopositivistas”, respondió el hombre del bastón: “Antes de refugiarse en la ciencia para rechazar los problemas metafísicos, sería bueno tener en cuenta las implicancias éticas de la ciencia, o por lo menos el estatuto ético que la ciencia debería cumplir y que Heidegger estableció con toda claridad”. “¿Lo hizo antes o después de afiliarse al partido nazi y expurgar de judíos su universidad?”, preguntó el tipo joven, socarronamente. El hombre del bastón iba a contestar, indignado, pero justo en ese momento llegamos a la planta baja, y cuando vi la basura (pedazos de la asesinada incluidos) acumulados en el palier (el portero, en vez de limpiar, estaba sentado en un sillón todo roto leyendo a Dostoievsky), mientras nos sofocaban las vaharadas de calor que llegaban de la calle cruzando la cual un grupo de adolescentes asaltaba a una vieja, pensé en el anticiclón del Atlántico, en la Roma imperial, en el Ser y la Nada, y volví a maldecir las conversaciones de ascensor que nunca se ocupan de las cuestiones importantes.