SOCIEDAD › ACUCHILLARON A LA MUCAMA Y SECUESTRARON A UN NENE DE 3 AÑOS

El extraño caso de la calle Bufano

La mucama abrió la puerta a alguien conocido. La mataron de diez puñaladas. No robaron nada, pero secuestraron al hijo de los dueños de casa, de 3 años. Luego apareció perdido en Avellaneda. Descartan el robo. Sospechan de vínculos de la empleada asesinada.

 Por Horacio Cecchi

Lo que llama la atención al vecindario es que estén tan cerca. Bufano 1836, entre César Díaz y Magariños Cervantes. Bufano casi en esquina con la primera. Casi, porque justo la esquina está ocupada por la 41ª, seccional Villa Mitre, en La Paternal. Tan cerca que comparten medianera. Eso es lo que llama la atención a los vecinos. Que el crimen de la mucama y el secuestro del chiquito de 3 años, hijo de los dueños de casa, hayan sido cometidos frente a las narices mismas de la policía. Ese era el comentario hasta que un comisario tuvo que salir a calmar los agrietados ánimos vecinales. “No fue un asalto comando, no robaron nada –aseguró convencido el superintendente de Investigaciones de la Federal, Carlos Basualdo–. Fue una o a lo sumo dos personas. La víctima les abrió la puerta porque los conocía y no robaron nada.” Se llevaron al nene. La hipótesis del secuestro se desmoronó después de unas seis horas, cuando el chico apareció caminando perdido por Avellaneda, sin que se hubiera pedido rescate en ningún momento.
La de Bufano es una de esas viejas casas de barrio con jardín al frente, al que se llega atravesando un enrejado. Pero fue refaccionada. Del frente, la mitad se mantiene con sus verjas originales. La otra mitad es un muro de ladrillo a la vista con un portón de garaje con mirilla incluida. La casa tiene dos plantas. En la última se puede ver, desde la calle, una habitación cilíndrica con techo cóncavo. “Parece un observatorio astronómico”, dice Nilda, una vecina. Tanto gusto “excéntrico” para los perfiles del vecindario tenía su justificativo: “Es una pareja de arquitectos y vio cómo son los arquitectos”, agrega Nilda.
El observatorio, o lo que sea, y la mirilla del portón del frente, cuadrada y de grandes dimensiones, se fueron transformando en claves con el correr de las horas. En la casa, ayer durante la mañana, había dos empleadas domésticas y al menos uno de los hijos del matrimonio Barbero, de 3 años. La otra, una nena de 8, estaba en el jardín de infantes. Alrededor de las 11.30, sonó el timbre de la casa. Atendió Dora Gladys Sosa, la empleada paraguaya que se encontraba en la planta baja dando el almuerzo al chiquito. En el piso superior se encontraba la otra empleada. Fue ella quien denunció haber escuchado el timbre, una conversación con alguien y después un golpe seco. Cuando bajó vio a Dora Gladys en medio de un charco de sangre. La habían apuñalado. “Entre ocho y diez cuchilladas”, confirmará más tarde la policía. Con el o los agresores había desaparecido el chico.
La mujer salió a los gritos de la casa, pidiendo auxilio. No debió correr demasiado. El policía de consigna en la puerta del 1820 atendió su pedido y de inmediato un grupo de federales invadió la escena y comenzó a tejer hipótesis. Independientemente, en la calle, tanto movimiento desacostumbrado llamó la atención del vecindario, que poco a poco lo fue confirmando cuando los uniformados comenzaron a extender la cinta de aislamiento en la vereda de los Barbero.
Era casi la una del mediodía cuando el rumor de la inseguridad ya golpeaba la puerta de la 41ª. Se escuchaba a los vecinos hablar de asaltos, de que “el colmo es que están al lado de la comisaría”, de que “no le extrañe porque no es ninguna garantía”, de que “fue un grupo comando”, con detalles tales como que “fueron siete, uno se quedó afuera de campana”. Tanto correveidile negativo en las puertas mismas de los uniformados era pájaro de mal agüero. Por eso, al comisario Basualdo se lo vio entrar a la seccional sin dar ningún dato del caso, y al rato salir para dar una explicación no demasiado certera, pero que sí alejaba los fantasmas del robo. Fue allí que surgió una de las claves, la mirilla: “Evidentemente los conocía –dijo Basualdo–, porque los ve a través de la mirilla, los hace entrar y van hasta los fondos donde se produce el ataque”. Basualdo desmintió categórica e insistentemente la versión del grupo comando y de sus siete integrantes y repitió varias veces que “no robaron nada. No podemos descartar que el hecho tenga relación con un problema familiar, ni pasional ni que pueda tener que ver con la actividad del dueño de casa. Comenzamos por investigar el entorno de la víctima y de los familiares. No fue un hecho al voleo, no fue hecho por un grupo comando y no se robaron absolutamente nada, salvo a la nene”.
Entretanto, en la calle, los vecinos se iban agrupando al ritmo en que aparecían los movileros. “A veces te hacen el cuento, es muy sugestivo”, dijo otra Nilda, que vive a la vuelta, sobre César Díaz. Según los vecinos, los Barbero viven en el lugar desde hace unos 7 años. “Muy en lo suyo”, dicen otros como queriendo decir que por más que lleven ese tiempo en el barrio mantuvieron a salvo del runrún vecinal su intimidad. “Lo raro es que a esta mujer (por la dueña de casa) la secuestraron hace unos meses –sobresalta Elías, el almacenero de la esquina de Magariños Cervantes– y la pasearon por todos los cajeros.” De Dora Gladys, Elías dijo que “venía a hacer compras acá, los diarios, la revista, una chica muy simpática”.
A todo esto, alrededor de las cinco de la tarde, el chiquito apareció ileso, con un pequeño chichón, deambulando perdido por el puente Agüero del ferrocarril, detrás de la cancha de Independiente. Un empleado de Ferrobaires lo vio e hizo la denuncia. Lo llevaron al Hospital Fiorito y allí se reunió con sus padres.
En el extraño observatorio y en la víctima es que los vecinos ponen los puntos de las íes. “Lo construyeron hace poco. Tenían gente trabajando –desliza una vecina que friega el vidrio de su ventana mientras mira el portón de hierro–. Para mí que tenían que ver con la chica.” La sospecha vecinal no está tan lejos de la hipótesis policial que, por el momento, es hermética pero optimista.

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La madre del chiquito secuestrado, cuando era llevada al reencuentro con su hijo, en Avellaneda.
 
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